Sin Perdón
La rendición de Marta Rovira y el regreso de Puigdemont
«La legislatura no depende de Sánchez sino de Puigdemont que ha perdido cualquier incentivo para apoyar al político que le ha traicionado en varias ocasiones»
Sánchez quiere blanquear una legislatura desastrosa logrando la investidura de Salvador Illa como presidente de la Generalitat. Tras un año desde las elecciones, el Gobierno de izquierda radical sigue paralizado y no consigue aprobar ninguna iniciativa relevante. A la sucesión de fracasos en el Congreso se unen los problemas judiciales que afectan a la familia del presidente. A estas alturas, es difícil comprar los relatos sobre conspiraciones que parecen surgidas de una pésima serie de televisión. Una de esas que no sobreviven al piloto y la productora tiene que cancelarla. Es cierto que el aparato propagandístico de La Moncloa es muy poderoso y bajo la batuta de José Miguel Contreras, el voluntarioso gurú mediático del sanchismo, se riega con la publicidad institucional a los afectos. Por ello, no es de extrañar que leamos o escuchemos interpretaciones o versiones excéntricas que nada tienen que ver con lo que hubiera sucedido si los problemas gubernamentales o familiares hubieran afectado a Aznar o Rajoy. Es bueno recordar que, por mucho menos, se armó una moción de censura que dio la victoria a Sánchez.
La realidad paralela del sanchismo tiene un gran problema en el Congreso, ya que no existe una mayoría progresista. Creo que sería más atinado decir regresiva. No hay ningún país del mundo que haya progresado gobernado por el comunismo o el populismo radical de izquierdas al estilo del sanchismo. Es cierto que ha comprado al PNV, algo que nunca es difícil ya que es cuestión de establecer un precio y aplicar la técnica del palo y la zanahoria. Cualquier desvió significaría desalojarle del gobierno vasco y poner a Bildu. Por supuesto, siguiendo la estrategia de descomposición de España y debilitamiento del ordenamiento constitucional, como hizo la izquierda radical en Argentina o Nicaragua, ha optado por fortalecer competencial y económicamente al País Vasco y Cataluña a costa del resto de autonomías, que serán las que paguen el coste de su continuidad en La Moncloa. Es bueno recordar que la estrategia de la izquierda radical se inspira en el comunismo de toda la vida basado en «cuanto peor, mejor».
Puigdemont tiene claro su regreso a España para participar en el debate de investidura en Cataluña. En contra de lo que se dice, no tiene ningún miedo a ingresar en prisión, porque es la forma de reventar la rendición de ERC ante Sánchez. Con su detención será muy difícil que Marta Rovira culmine una estrategia disparatada movida por intereses estrictamente personales. Es bueno recordar que quiere seguir en Suiza. Hay que reconocer que tiene buen gusto, porque es uno de los países más avanzados y caros del mundo. Cuando era joven acompañé a mi padre y me fascinó la limpieza de las calles, la belleza de sus paisajes y el dinamismo de su sólida economía. Por tanto, no puedo criticar que no quiera regresar a Cataluña y elija vivir en uno de los países favoritos de los millonarios. Puigdemont, traicionado por Sánchez, algo que no puede sorprender a nadie, es un enorme problema tanto para ERC como para el PSOE. Rovira entrega el gobierno catalán a cambio de unas mejoras en la financiación, que consagrarán un modelo basado en los privilegios y la desigualdad territorial. Lo más interesante es que será un gobierno socialista que podría capitalizar los beneficios de este nuevo escenario creado a costa del resto de autonomías.
La secretaria general de ERC es una pésima negociante, aunque podrá colocar a sus colaboradores y amigos. No hay duda de que el sanchismo es siempre muy generoso. Es bueno recordar, una vez más, la interesada generosidad de Sánchez rescatando a los antisanchistas que ahora están en el gobierno, las empresas públicas y la administración institucional. Hay que reconocer que es un político eficaz, ya que sabe que es fundamental comprar voluntades para acabar con cualquier atisbo de oposición interna. Un buen ejemplo es la conversión de Contreras, que eclipsa la caída del caballo de San Pablo, o el coro de hagiógrafos del grupo Prisa, que ha abandonado el felipismo, que era su seña de identidad, para adorar el sanchismo. Nada que nos tenga que sorprender. La generosidad de Sánchez, a costa de los Presupuestos del Estado, no tiene límites.
Cualquier película o conspiración necesita tener malvados, que, en este caso, son Puigdemont, la ultraderecha, los medios de comunicación de la fachosfera y los pérfidos empresarios. A todos quiere embridarlos. Me centraré, en esta ocasión, en el expresidente catalán que Sánchez quería detener y entregar al Supremo para que acabara en la cárcel. Eso era cuando defendía que se había producido una rebelión y que la amnistía era inconstitucional. No tengo la más mínima duda de que es lo que hubieran señalado Conde-Pumpido y el grupo de magistradas del Constitucional que controla en una sentencia desfavorable si se hubiera dado el caso. Ahora sucederá todo lo contrario. Sánchez compró su investidura, a pesar de que el Congreso era de centro derecha, con la amnistía para los golpistas del procés. La impericia de los leguleyos sanchistas dio lugar al esperpento de una ley inconstitucional basada en un fin ilegítimo. Con enorme pena tengo que reconocer que el escandaloso carácter político del Constitucional, con un grupo de magistradas progresistas con poco nivel jurídico, ha conducido a que pierda su prestigio y credibilidad. La legislatura no depende de Sánchez sino de Puigdemont que ha perdido cualquier incentivo para apoyar al político que le ha traicionado en varias ocasiones. No creo que Moncloa, a pesar de sus esfuerzos propagandísticos, se crea esa tontería de que el expresidente catalán está acabado y que la puntilla final es la elección de Illa.
Francisco Marhuenda es catedrático de Derecho Público e Historia de las Instituciones (UNIE)
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