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Ropa

Las élites de hoy son pintureras, fachendosas, coquetuelas

Qué descaro exhiben las élites mandantes. Ahora quieren acabar con la industria textil por «contaminar». Eso dicen personajes que se cambian de atuendo cinco veces al día, cual novia pija sevillana, y cuya huella de carbono no borrarían cantidades industriales de alcohol isopropílico y un raspador de punta de diamante. Nada que ver con el triste aliño indumentario de los comunistas de antaño, por cierto, que sí podían dar ejemplo de desprecio al guardarropa. Verbigracia Stalin, que hoy finiquitaría el imperio Inditex: el Padrecito se cambiaba de chambergo una vez cada siete años. Y eso porque sus sufridos ayudantes aprovechaban algún soponcio etílico del mandamás para lavárselo a escondidas, secándolo frente a la lumbre hasta altas horas de la madrugada, por tenerlo listo antes de que resucitara con resaca para enfundárselo de nuevo. El dictador siempre llevaba puesto el mismo chaquetón de buen paño georgiano. La prenda formó aleación con su propia y dura piel de oso eurasiático, aunque distintos testimonios gráficos dan cuenta de que alguna vez «quizás» se lavó. O bien se la cambiaron por otra nueva sin que él lo supiera.

Pero las élites de hoy son pintureras, fachendosas, coquetuelas. Cuando no pueden presumir de belleza física natural, se cuelgan de todo encima hasta lucir peripuestas para el fotógrafo oficial, con sueldo de Secretario de Estado, que dispara ansioso miles de fotos, seleccionando una para la posteridad donde sus jefes y jefas resalten lechuguinos. Los mismos que nos dicen que la clase media, la baja, y la subterránea, habitantes de los sótanos del escalafón social, deben contenerse y no consumir tanta ropa, ¿o quién se han creído que son haciéndose pasar por señoritingos…?, no están dispuestos a consentir que las criadas vistan como señoras, las camareras como funcionarias, las poligoneras como ministras… Yo creo que serían felices si, una vez arruinada la industria textil, por contaminantemente democrática, volviésemos a aquellos tiempos en que era posible distinguir la clase social de las personas solo por sus vestimentas. Así, siempre estaría claro quién es chusma y quiénes los amos del mundo.