«De Bellum luce»
Sánchez: de acusador a acusado
Cuanto más bronco sea el debate, más fácil será, o eso cree, presentarse ante los suyos como víctima de una persecución
Hace unos días anticipaba mi compañero Javier Portillo que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, enfocará su comparecencia de esta semana en el Senado, en la comisión de investigación del «caso Koldo», como un debate electoral. A las preguntas que le hagan Sus Señorías por la corrupción responderá con datos sobre el crecimiento económico, sus políticas sociales y demás complementos del discurso «progresista». El acusador de periodistas, jueces o fuerzas de seguridad del Estado se sentará en la comisión como «acusado» por las responsabilidades políticas que se derivan de todos los casos de corrupción que han ido brotando en el núcleo socialista y en su entorno.
La decisión de convertir la comisión de investigación en un escenario de campaña es consecuencia de este marco trumpista que La Moncloa maneja mejor que nadie. No importan la verdad ni los hechos sino el relato paralelo con el que se tapan esos hechos, y, para ello, qué mejor que el eslogan del Gobierno que crea empleo y de la España que «resiste» frente a una derecha que lo ensucia todo.
Sánchez no acude al Senado por convicción democrática, sino por obligación política. Cuanto más bronco sea el debate, más fácil será, o eso cree, presentarse ante los suyos como víctima de una persecución. Sin duda, en lo que más se ha avanzado en esta Legislatura es en la normalización del cinismo político. Moncloa ha convertido en una práctica común esto de hacer que cada escándalo se disuelva en una batalla partidista donde usted me puede preguntar de la corrupción de mi mujer o de mi hermano, pero yo le voy a hablar del crecimiento del PIB y de Vox.
La factoría de propaganda de Moncloa ha entendido una lección que ya aplican los líderes populistas de medio mundo: no importa la verdad, sino quién impone el marco. Trump, Bolsonaro o Milei son los grandes modelos de Sánchez, por mucho que les combata. Todos ellos han asumido que la política moderna no se gana con los hechos, sino con la emoción. Y así, el caso Koldo deja de ser una trama de corrupción para convertirse en un presunto ataque de la máquina del fango contra el Gobierno.
Sánchez sigue al milímetro el patrón trumpista: desvía el foco y te habla, por ejemplo, de fascismo o de Franco cuando le preguntan por la presunta financiación irregular del PSOE; todos sus esfuerzos están dedicados a polarizar y veremos el jueves cómo intenta transformar la comisión parlamentaria en una nueva batalla entre progreso y odio.