Sin Perdón
¿Sánchez confía en Sánchez?
«Sánchez reniega del Sánchez que defendió fervorosamente la aplicación del 155, que había sido una rebelión y que la amnistía era inconstitucional»
Es evidente que no, pero tampoco le quita el sueño. Ni siquiera le importa que le llamen mentiroso, porque lo único que le interesa es que las consecuencias de sus cambios de opinión le resulten beneficiosas. A Sánchez solo le interesa Sánchez. Me recuerda famosa frase de Oscar Wilde de «amarse a uno mismo es el comienzo de un romance que dura toda la vida». Hay que reconocer que el candidato socialista la sigue al pie de la letra. Cuenta con una autoestima envidiable y dedica un esfuerzo encomiable a su persona. Esta seguridad le ha llevado a conseguir todos sus objetivos y a contar con una corte de fervorosos seguidores que le siguen con una ciega fidelidad. Nunca he dudado de su capacidad, porque su resolución pasa por no tener ningún principio que le impida avanzar. Estos días escucho y leo con notable interés el esfuerzo de la izquierda política y mediática para justificar los despropósitos que está dispuesto a perpetrar con tal de comprar la presidencia del Gobierno. Ha convertido a todos aquellos que eran sus implacables enemigos en los periódicos, radios y televisiones. Los que apoyaron a Eduardo Madina o Susana Díaz han formado una corte de aduladores.
Sánchez por fin ha pronunciado la palabra «amnistía» que tenía prohibida. Ahora sabemos que es «una forma de tratar de superar las consecuencias judiciales que vivió España con una de las peores crisis territoriales». Me gustaría que nos informara cuales fueron las otras, porque no recuerdo ninguna. Sánchez reniega del Sánchez que defendió fervorosamente la aplicación del 155, que había sido una rebelión y que la amnistía era inconstitucional. No hay duda de que es un político fiable. A estas alturas estoy convencido de que se cree sus propias mentiras. Ha aprendido que «una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad» si se cuenta con juristas mediocres como Pérez Royo, algún Pumpido que las valide y una pléyade de hagiógrafos mediáticos que actúen como el coro de los esclavos de Nabuco glosando la gloria del gran líder. No en vano acabará con la infelicidad que nos atenaza para dar paso a «un mundo feliz» (Huxley).
Francisco Marhuendaes catedrático de Derecho Público e Historia de las Instituciones (UNIE)
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