El canto del cuco

¿Sánchez, el Pacificador?

El problema de Pedro Sánchez y del Gobierno que preside es que son rehenes de las minorías secesionistas, mientras el PSOE está rompiéndose por su culpa

Pedro Sánchez pretende hacer de la necesidad virtud. Presenta sus concesiones a los separatistas catalanes, que antes rechazaba, como aportaciones necesarias a la pacificación del conflicto en esa comunidad autónoma. Se erige así en el pacificador. Hasta sueña con pasar como tal a la Historia. Para ello, bien vale perdonar las fechorías de los dirigentes de Cataluña y forzar una interpretación flexible y generosa de la Constitución a favor de la concordia. El camino anterior –la aplicación estricta de la ley– no lleva a ningún sitio. Hay que explorar otros caminos. De entrada, la amnistía, aunque sea disfrazada para evitar una alarma excesiva, y el uso oficial de las lenguas regionales en el Parlamento. Y, más adelante, algún tipo de consulta a la población sobre la autodeterminación del territorio. Así, después de un siglo de enfrentamientos y malentendidos, se acabará, por arte de «birlisánchez», con la «cuestión catalana». Y, de paso, con la inestimable ayuda de Otegui y Ortuzar, con el «problema vasco». Todo gracias a la visión e intrepidez de un gran estadista.

Dada la peculiar psicología del personaje, al que sus adversarios, incluso dentro del PSOE, califican de cesarista y «patócrata» o «psicopatócrata», es posible que se lo crea. Pero todo el mundo sabe que esas concesiones a los secesionistas de la periferia, rechazadas formalmente por su partido y que no figuraban en su oferta electoral, obedecen a la acuciante necesidad de contar con sus votos, imprescindibles para seguir en La Moncloa. Esa es la realidad. Si hiciera falta, para su desaforado afán de poder, cambiar radicalmente de actitud, lo haría sin pestañear, como tiene bien demostrado en su errática trayectoria. ¡Del 155 al aquí no ha pasado nada! El fin justifica los medios. Hasta hay quien dice que el «plan b» o su gran baza oculta ahora mismo, si fracasa la negociación con Puigdemont y Junqueras, consiste en renunciar airadamente a la investidura e ir a nuevas elecciones, envuelto en la bandera española, sacando pecho y renegando de las abusivas exigencias de los nacionalistas.

El problema de Pedro Sánchez y del Gobierno que preside es que son rehenes de las minorías secesionistas, mientras el PSOE está rompiéndose por su culpa. No es verdad que haya olvido ni amnesia. Al contrario. Con tantas concesiones y ofrecimientos, la memoria del nacionalismo catalán y vasco está más despierta y estimulada que nunca. Consideran, y no lo ocultan, que esta es su gran oportunidad para avanzar en el proceso de independencia. Si esto es así, como parece, el lugar de Sánchez en la Historia no va a ser precisamente honorable.