Quisicosas

El secreto de la vecindad

El día que Teresa colocó con soltura un coche enorme en un espacio complicado -ya ven- se trazó en mariposa libre, gracias al desvelo y la decencia de sus magníficos vecinos

Un enorme coche familiar con tracción a las cuatro ruedas y buena velocidad de crucero es una alegría, salvo que tu marido se muera de covid y no sepas ni meterlo en el garaje. Algo tan ventajoso como un automóvil se convierte entonces en un lastre más, en medio de una situación espantosa. Pasados la pandemia y el luto, Teresa se vio tan incapaz de colocar el vehículo entre las columnas, que sus conmovidos vecinos se inscribieron en una lista de contactos y, cada día, se turnaban para sacar e introducir aquella mole en la plaza. Ella telefoneaba y ellos procedían a echarle una mano. No hay nada como el agua al cuello para comprender que necesitas más de dos brazos para remar por la tierra, ni nada más asombroso que percibir que no estás sola. Sin embargo, la paciencia no es infinita. Uno de ellos se cansó de la liturgia y acabó proponiendo intercambiar plazas de aparcamiento, porque la suya era bastante más amplia que la de Teresa. Solucionado de nuevo el asunto, no hubo nueva emergencia hasta otro año después.

El coche de Teresa ya era parte de una familia que se reorganizaba de nuevo, cuando el vecino amable necesitó comprar un vehículo mayor y hubo que desfacer el trato del intercambio de parking. A cambio, el hombre se ofreció a enseñar a Teresa a maniobrar en el estrecho espacio. Para entonces, ni el cambio del 4x4 ni las palancas extras eran ya un obstáculo, ella hacía mucho que había rebasado los límites del antiguo útero conyugal. El matrimonio puede ser una cómoda forma de reducir destrezas. Conozco mujeres que salen del dédalo urbano y se lanzan por primera vez a las carreteras del mundo tras el divorcio, varones que se hacen enormes cocineros tras la viudedad. Tenemos una misteriosa cadencia hacia la zona de confort, discapacitante en definitiva. Teresa es oyente de Fin de Semana de Cope y el pasado sábado contó en el programa que ha acabado por dominar el aparcamiento del mastodonte aquel perfectamente, sin problemas. Entra y sale de la plaza como Tizona en vaina. Se me ha quedado en la retina esta señora golpeada por la desgracia (cuántos mordiscos no habrá dejado la pandemia), que llegó a ser como un gusano de seda vulnerable y a la que otros rodearon con delicadeza hasta trazar un capullo en torno, que le permitió evolucionar hacia crisálida. El día que Teresa colocó con soltura un coche enorme en un espacio complicado -ya ven- se trazó en mariposa libre, gracias al desvelo y la decencia de sus magníficos vecinos. Qué quieren, me dan la vida estas historias.