El buen salvaje

El sermón de Almodóvar en las manos de un Dios airado

Sus soflamas contra el cambio climático y la ultraderecha son de primero de parvulario

La última película de Almodóvar, «La habitación de al lado», de la que ya han hablado los críticos de la cosa, y sobre todo él mismo con ese instinto warholiano de autopromoción, contiene momentos tremendamente ridículos. Hasta ahora, el director había sorteado la caída de bruces en ese charco en el que uno no sabe que va desnudo. Almodóvar resultó el mago de Oz. Íbamos por el camino de baldosas amarillas hasta que nos dimos cuenta de que todo era mentira. Las monjas lesbianas, los transexuales yonquis y las amas de casa asesinas fueron una excusa para llegar hasta aquí, al olimpo donde reparten leones de oro si tragas con el discurso global. Hubo un tiempo en que estaba bien vivir en sus películas, tan lejos de la política oficial, tanto que Carmen Maura pidiendo por la noche a un limpiador que la riegue y Eusebio Poncela metiéndose rayas de coca resultaron un chorro de «hago lo que me sale de los cojones».

Ahora se debate si Pedro puede o no opinar de política, como si eso estuviera en cuestión. Claro que puede. De hecho, las películas provocadoras eran tremendamente políticas. Un juez en plan «drag queen» como Miguel Bosé en «Tacones lejanos» sería hoy muy político. Hey, «lawfare». Lo que no puede un director de ese tamaño es decir ñoñerías y echarnos la bronca como si fuera Doña Rogelia o una señora en babuchas con el rodillo de amasar. Alguien debería decirle a Almodóvar qué es lo que se cuenta a sus espaldas. El mismo señor, o señora, que perpetró una violación hilarante en «Kika» no puede, a no ser que sea un farsante, sentar a un pedazo de entrenador personal, trasunto del que cuentan que es su compañero, por lo macizo, y excusarse ante Julianne Moore por no abrazarla. Por el Metoo.

Sus soflamas contra el cambio climático y la ultraderecha son de primero de parvulario, como si Greta Thunberg se lo hubiera tragado. No. No es que no guste que Almodóvar hable de política sino de qué manera tan cutre lo hace. Entre los sermones más célebres del ramo está el de Jonathan Edwards. En siglo XVIII escribió «Pecadores en las manos de un Dios airado». Si fuera por Edwards todos estaríamos ardiendo en el infierno. Almodóvar está en su derecho de practicarse la eutanasia intelectual, pero que en el camino no nos invite a ver si su puerta está cerrada o abierta porque irrita profundamente a los que pensábamos que el mayor causante del CO2 era el olor a pies de Ángel de Andrés en «¿Qué he hecho yo para merecer esto?» o los pedos de Carmen Maura en «Volver». Una moribunda con un jersey de la última colección de Loewe se muere menos.