Los puntos sobre las íes

Lo siguiente, poner en la calle a Txapote

Pedro Sánchez será agradecido con su votante preferido. Tiempo al tiempo

Lo de Sánchez jactándose hace escasas cuatro semanas en el Congreso de que gracias a él UPN mantenía la Alcaldía de Pamplona es la enésima demostración de su vileza nivel dios. Con la chulería marca de la casa por bandera, se dirigió a mi paisano Alberto Catalán para recriminarle la dureza de su discurso en la sesión de investidura: «¿Quién gobierna el Ayuntamiento de la capital navarra? ¿Con qué apoyos gobierna UPN [en junio permitieron a Ibarrola ser alcaldesa con sus votos en blanco]? ¿Por qué lo niega?». La candidata municipal socialista, una Elma Saiz a la que han premiado el batacazo del 28-M haciéndola ministra, es otra pinocha que tal baila. Sólo le faltó jurar por Snoopy que no cederían la vara de mando «a la derecha ni al independentismo». «Huimos de la polarización», añadió. Deben disimularlo muy mal porque el próximo alcalde será ese indeseable capo de Bildu de maketones apellidos, Asirón Sáez, al que sus ahora avalistas socialistas recriminaban su «mal trato a las mujeres». Lo cual dice tanto malo de los unos como de los de otros. Al respecto conviene recordar lo obvio, que ETA, es decir, Bildu, asesinó a 856 españoles. Resulta igualmente aconsejable no olvidar que fue un Gobierno socialista, el de Felipe González, el que protagonizó algunos de los más bestias episodios de ese terrorismo de Estado que deslegitima a quienes han de redactar, cumplir y hacer cumplir las normas. El epítome fue ese asesinato, previas interminables torturas, de los etarras Lasa y Zabala que, en el colmo de la maldad, fueron enterrados en cal viva. Odio a ETA con toda mi alma pero no tanto como para aceptar que se les trate como ellos trataban, tratan y seguirán tratando a sus víctimas, ahora con la complicidad del PSOE. La legitimidad de los demócratas es directamente proporcional al respeto a esa ley que ha de representar siempre el valor supremo. Me he cansado de advertir desde ese 23-J de infausto recuerdo que, así como conocíamos casi en tiempo real los infames regalos a Junts, andábamos dando palos de ciego con el do ut des entre Pedro Sánchez y Arnaldo Otegi. «Qué le entregará el maniaco del Falcon al capo de la banda terrorista a cambio de perdonarle la vida?», nos hemos preguntado notablemente mosqueados los demócratas durante cuatro meses y medio largos. Me esperaba lo peor. Y lo peor se ha empezado a cumplir con el vil robo del Consistorio pamplonés al constitucionalismo, encarnado en Cristina Ibarrola, para servírselo en bandeja a los mariachis de quienes asesinaron hace 25 años a ese ejemplo moral que era Tomás Caballero, concejal de UPN. Pero ése no es el precio total, naturalmente, sino el primer plazo. Lo siguiente será hacer lehendakari al títere de Otegi, el tal Otxandiano, si dan los números y, lo siguiente de lo siguiente, la excarcelación de Henri Parot y la impunidad definitiva de un Josu Ternera cuya extradición mantiene en el congelador el Gobierno de España pese a que la Fiscalía le reclama 2.354 años de cárcel. Asesinar a 80 personas va a salir baratito al primer hijo de perra y quitar la vida a cinco niñas en la casa cuartel de Zaragoza, entre otros crímenes, gratis total al segundo. Así de miserablemente escribe la historia un Pedro Sánchez con el que todo es susceptible de degenerarse ética y legalmente. Lo digo porque el último mojón de este satánico recorrido será contemplar, impotentes, cómo Txapote sale de prisión descojonándose de la memoria de Miguel Ángel Blanco. Pedro Sánchez será agradecido con su votante preferido. Tiempo al tiempo.