Con su permiso
Terror, dolor y banalidades
Lo malo es que esa falta de empatía por el sufrimiento de los que no son los míos o ante el dolor causado por los que yo siento más próximos es otro de esos rasgos de nuestro tiempo
En el desfile del Doce de Octubre un grupo de energúmenos vuelve a gritarle al presidente del gobierno. Lo de siempre, se dice Ramón. Pero no, esta vez no. Acuden los vociferantes a ese lema ramplón que alguien decidió poner en el aire y en camisetas infames durante la campaña electoral, en el que le vienen a decir a Sánchez que le vote Txapote. Así, sin filos ni matices, como queriendo dibujar una supuesta cercanía entre ETA y el gobierno por el hecho de encamarse en el Congreso con los de Bildu. Que, vaya, piensa Ramón, algo suena en esa agua movida de los apoyos políticos cuando los de Bildu acogen todavía a gente de la banda terrorista entre los suyos y no han tenido los arrestos de condenar los crímenes de ETA. Pero así y todo, el acudir a ese lema del voto de Txapote es una infamia, porque a quien afecta, por ofensa a la memoria es a quienes fueron víctimas del terrorista. Que te vote Txapote es una cruel frivolidad que no hace sino resucitar entre quienes fueron de funeral por culpa del asesino el recuerdo del dolor infligido, de la desgracia atroz, del adiós a quien se amaba.
Ya en su día Consuelo Ordóñez, hermana de la que probablemente sea su víctima más conocida, el concejal del PP en San Sebastián Gregorio Ordóñez, advirtió contra ese juego de palabras pretendidamente ingenioso y descalificador para Pedro Sánchez. Pidió por favor que no se utilizase como espada verbal contra nadie porque suponía una banalización del asesino que reabría las heridas de sus víctimas. Tuvo algunos apoyos, pero también, y eso le sorprendió a Ramón sobremanera, críticas desde el propio Partido Popular que parecía cómodo en ese territorio del crimen frivolizado. Las voces finalmente consiguieron parar la marea y se dejó de utilizar la frase de marras.
Pero esta semana la han vuelto a resucitar los intolerantes. Ajenos al dolor, vuelven a jugar con la memoria, a frivolizar el terror, hasta a banalizar la sagrada liturgia del voto, vomitando de nuevo esa consigna esta vez frente a la Corona, al Ejército o el Gobierno…Todas ellas instituciones nucleares del estado democrático por mucho que ello sorprenda o hasta moleste a los amigos de las consignas de intestino grueso.
Ha tenido que volver a salir Consuelo a quejarse, a tomar la palabra. Ha tenido que levantar de nuevo la mano ante la infamia y recordarle lo obvio a los cretinos que se ocultan tras el grito y el insulto.
Piensa Ramón que esto probablemente no le suceda a quien tenga conciencia verdadera del dolor del terrorismo. No hace falta ser su víctima para entenderlo, basta observar y tener algo de sensibilidad. Pero parece que en estos tiempos es eso de la empatía o el reconocimiento del dolor ajeno moneda extraña o bien escaso.
Le sucede con lo de Hamás, la respuesta de Israel y lo que dicen o dejan de decir algunos analistas o políticos en esta España de la banalidad y el debate tabernario. Es espantoso. Así lo ve. Todo resulta cruel y desproporcionado: unos tipos que entran a sangre y fuego en una fiesta juvenil, y asesinan y secuestran a centenares de chicos y chicas mientras sus compañeros asaltan viviendas, asesinan familias, degüellan bebés y queman todo a su paso en nombre de Alá. Como respuesta, un país herido despierta lo peor de su capacidad militar y con trazas de sitio medieval, priva a cientos de miles de personas de luz, agua y comida mientras bombardea sin piedad poblaciones enteras de civiles inocentes.
Pese a ello, hay quien defiende ese derecho a la respuesta brutal e indiscriminada o, desde el otro lado, sostiene que lo de Hamás no es terrorismo -no sé si es una organización terrorista, dice un ex miembro del gobierno de España- o que sus excesos son fruto de la previa represión Israelí.
Qué bien gestionamos, se dice Ramón, el dolor de los demás en nuestro beneficio propio. Que te vote Txapote, aunque yo no haya sido su víctima, como respuesta a la ofensa de que herederos de ETA integren las filas de un partido que apoya al gobierno. Hay distancia entre esa ofensa y la barbarie que vuelve a desatarse al otro lado del Mediterráneo, la que separa la ofensa verbal del crimen abyecto, prácticamente infranqueable, pero hay un código moral que en ambos casos se rompe, y es el respeto al dolor aunque sea el ajeno.
Lo malo es que esa falta de empatía por el sufrimiento de los que no son los míos o ante el dolor causado por los que yo siento más próximos es otro de esos rasgos de nuestro tiempo. De esta época de banalidad y miseria en que cabe cualquier insulto y en la que el que piensa diferente puede sufrir y morir por ello, porque el terror sólo es tal si quien lo provoca no es de los míos.
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