Alfredo Semprún

El terrible Ejército de Nigeria está en marcha

Leo en «Atalayar», una interesante revista centrada en las relaciones entre España y los países del Magreb, que el fundador de los «talibanes negros» de Nigeria, Mohamed Yusuf, enseñaba a sus seguidores que la tierra no era redonda, que no había que creer en la teoría de la evolución y que la lluvia no era resultado de un proceso de evaporación. El grupo se denominaba «Boko Haram», que en lengua hausa, bastante sintética, significa «La educación occidental es un pecado grave». A Yusuf lo mató la Policía nigeriana de mala manera. Detenido, se limitaron a pegarle dos tiros. Todavía se pueden localizar en internet las fotos y vídeos de la inicua matanza de simpatizantes de Yusuf en la ciudad de Maidiguri, en 2009. Agrupados por docenas, obligados a tumbarse cuerpo a tierra, los policías nigerianos los asesinaron a ráfagas de subfusil, indiferentes a las cámaras que filmaban su crimen. Durante un par de años, parecía que la secta islamista había sido aniquilada, hasta que, en 2011, un bombazo en la sede de la ONU en Abuja, la capital del país, y un rosario de atentados contra iglesias cristianas, comisarías de Policía y cuarteles del Ejército en las regiones musulmanas del norte demostraron que se había pecado de optimismo. Hasta hoy, los de «Boko Haram» han causado cinco mil muertes en los estados de Borno, Yobe y Adamawa, de mayoría islámica, semidesérticos y fronterizos con Níger, Chad y Camerún. Es decir, alejados de los pozos de petróleo del delta del Níger y de los centros económicos y políticos de Nigeria, razón por la que el Gobierno federal de Buenasuerte Jonathan no prestaba demasiada atención. Pero a primeros de mayo, tras el secuestro en Camerún de una familia francesa –liberada a cambio de un rescate de 2.5 millones de euros– los islamistas llevaron a cabo una ofensiva mayor contra las fuerzas federales en la localidad de Bama, en la que causaron medio centenar de bajas entre policías y militares, y, además, lograron liberar a un centenar de correligionarios presos. La reacción, al estilo nigeriano, consistió en quemar media ciudad, con la excusa de buscar rebeldes escondidos. Pero, el ataque, confirmó las peores sospechas: la alianza de los «talibanes negros» con Al Qaeda para el Magreb había resultado en una guerrilla islamista bien armada, nutrida de voluntarios entrenados y dispuesta a «liberar» los estados del noreste de Nigeria para implantar el Califato. Un proceso muy similar al del norte de Mali, pero en un país que presume de ser la primera potencia de África y está habitado por 160 millones de personas. La respuesta del Gobierno federal a la amenaza de «Boko Haram» ya está en marcha. Buenasuerte Jonathan, su presidente, ha decretado el estado de excepción y ha enviado ocho mil soldados a la zona. La aviación se está empeñando a fondo contra los campamentos guerrilleros y las tropas terrestres toman posiciones en la frontera. Se trata de impedir la huida de los islamistas para poder aniquilarlos. En Washington, el principal cliente petrolero de Nigeria, donde se conocen de sobra los métodos expeditivos del Ejército nigeriano, han saltado las alarmas ante la inevitable matanza de civiles que traerá la operación. Los partes militares son vagos: «hemos debido matar a unos 30 rebeldes, pero ya lo confirmaremos cuando podamos revisar el terreno». Mal empezamos.