San Francisco
El último club de caballeros
¿Está comenzando finalmente a resquebrajarse uno de los últimos bastiones de la desigualdad de género en las democracias ricas? En las últimas semanas, se nombró a Janet Yellen como la primera presidenta de la Junta de la Reserva Federal de EE UU y Karnit Flug se convirtió en la primera mujer en ser gobernadora del banco central de Israel. Si el dinero es poder, no se debe seguir excluyendo a las mujeres de las entidades que lo controlan.
Si bien en 17 países emergentes, como Malasia, Rusia, Argentina, Sudáfrica, Lesotho y Botswana, hay mujeres que encabezan bancos centrales, son más bien excepciones a la regla general que las excluye del mundo de la toma de decisiones de políticas monetarias.
El nombramiento de Yellen es particularmente importante, porque rompe una barrera invisible de las economías avanzadas. Hasta su ascenso, en ningún miembro del G-7 había una mujer presidiendo un banco central.
Es más, los 23 puestos del Consejo Directivo del Banco Central Europeo (BCE) están ocupados por hombres. Desde la creación en 1997 del Comité de Políticas Monetarias del Banco de Inglaterra, se ha designado sólo a tres mujeres como miembros externos, y ninguna ha sido ni siquiera nominada desde 2002. Sólo una mujer forma parte del Consejo de Políticas del Banco de Japón.
En la actualidad, hay mayores posibilidades de que las mujeres encabecen puestos políticos de primer nivel. Hace poco se eligió a Angela Merkel para su tercer mandato como Canciller alemana; los votantes de Inglaterra eligieron tres veces a Margaret Thatcher como Primera Ministra, y Francia ha tenido una primera ministra. Pero ninguna mujer ha estado cerca de presidir los bancos centrales de alguno de estos países.
Incluso en Escandinavia, donde hay un alto nivel de conciencia de género, la igualdad parece haber eludido a los bancos centrales. Por ejemplo, en Noruega, que durante años ha estado promoviendo la discriminación de género positiva y donde recientemente se eligió a Erna Solberg como primera ministra, todavía falta que una mujer encabece las entidades de control monetario (ya sea el banco central o el ministerio de finanzas), con su poderoso fondo soberano.
Los recientes intentos de generar cambios en este ámbito han resultado contraproducentes. Como una manera de promover la diversidad y la igualdad de género en el BCE, en 2012 el Parlamento Europeo bloqueó el nombramiento del luxemburgués Yves Mersch a la junta ejecutiva del banco. Pero tras ello los representantes no pudieron sugerir una alternativa femenina plausible, haciendo que durante semanas el BCE no contara con todos sus cargos mientras debía hacer frente a la crisis de la deuda soberana de la eurozona.
No es de sorprender que el manejo por parte del Parlamento Europeo del nombramiento de Mersch (que acabó por confirmarse) haya sido muy ridiculizado. Pero mucha gente sacó la conclusión errada del asunto, creyendo que confirmaba la idea de que la competencia y la experiencia siempre deben prevalecer ante ideas poco claras acerca de la discriminación positiva. Se argumentó que si no hay candidatas adecuadas, debe primar el mejor candidato, independientemente del género.
Sin embargo, esta mirada pasa por alto el problema central: ¿por qué no hay candidatas adecuadas en primer lugar? En los países desarrollados (includa Europa) las mujeres ocupan cerca de un 30% de los doctorados de economía. ¿Por qué ninguna de ellas se pudo proponer para el puesto del BCE? La conclusión más razonable del nombramiento de Mersch es que desde el principio no se hizo ningún esfuerzo serio para buscar mujeres idóneas para el puesto.
Por el contrario, existe la tendencia a no prestar atención suficiente a las candidatas mujeres, como fue el caso de Yellen y Flug hasta que los candidatos masculinos abandonaron la competición. Finalmente, el cargo se ofreció a Flug sólo por la ausencia de un rival masculino, aunque ya estaba desempeñándolo temporalmente mientras la junta buscaba al sucesor de Stanley Fischer.
Ni Yellen ni Flug carecían de currículo académico o se veían afectadas por la vaga imputación de tener una «experiencia limitada». Flug ha sido vicegobernadora del Banco de Israel desde 2011 y Yellen ha formado parte del sistema de la Fed durante casi dos décadas, primero en San Francisco y luego como Vicepresidenta de su Junta Directiva.
Si no es la falta de habilidades o experiencia lo que está impidiendo que las mujeres alcancen la cima de la toma de decisiones de políticas monetarias, ¿cuál es el problema? La explicación más plausible es que, como entidades con líderes no elegidos y con una transparencia limitada, los bancos centrales tienden a funcionar como clubes cuyos miembros, mayoritariamente masculinos, contratan y ascienden a gente similares a ellas. Por lo general, los gobiernos refuerzan esta actitud al confirmar al candidato preferido por los bancos para presidirlos.
Si el género es un tema representativo de la diversidad, los bancos centrales no están superando la prueba. La promoción de la diversidad (no sólo en términos de género sino de edad y, en muchos países, de origen étnico) tiene que ver tanto con la eficacia como con la justicia social. Si se llevara a cabo un proceso de selección más amplio y transparente, se podría reducir el pensamiento uniforme, retar al statu quo y, ojalá, preparar mejor a los bancos centrales para el manejo de crisis financieras. Los nombramientos de Yellen y Flug son un buen comienzo: ahora es necesario abrir de par en par las puertas de estos vetustos clubes machistas.
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