Joaquín Marco

¿Hora de pactos?

La Razón
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Parece difícil poner de acuerdo en algo a las varias y hasta excesivas formaciones políticas españolas e incluso a las corrientes que conviven a la más o menos plácida sombra de las siglas de un partido. Baste como ejemplo las dificultades que ha sufrido la ya extinta Convergencia Democrática de Catalunya incluso para decidir el nombre de la nueva formación que ha de ser heredera de la anterior y, a la vez, distinta: PDC. Si antes, en sus fundamentos doctrinales, se proponía nacionalista y autonomista, ahora se ofrece como soberanista e independentista; si representaba a la dominante burguesía catalana y a determinadas clases medias y rurales ¿a quién representará ahora o qué diferencias descubrirá un nuevo afiliado entre esta nueva formación y la histórica y cambiante Esquerra Republicana de Catalunya? Porque, además, se optó por la fórmula republicana, cuestión alejada de los agobiantes problemas cotidianos catalanes y españoles. En algo, sin embargo, parecen estar de acuerdo todos los partidos políticos: en no repetir elecciones, las terceras. Parece existir como un consenso, algo así como un doble y hasta triple pánico, el de llevar a regañadientes a los ciudadanos de nuevo hasta las urnas, a los resultados que pudieran producirse de hacerlo y a cierta vergüenza ante la comunidad internacional. Tal vez el presidente en funciones intuyó los resultados favorables de una segunda convocatoria, pero si en la tercera pueden, según augures, conseguirse mejores y hasta abrumadores no se entiende por qué el PP debe pasar por el Gólgota de unos pactos que han de obligarle a indeseadas renuncias.

Pese a disfrutar del moderno aire acondicionado, el tórrido verano español no resulta adecuado para tomar oportunas decisiones. Recordemos que fue a mitad de julio de 1936 cuando se inició nuestra mayor tragedia moderna: el levantamiento militar y la subsiguiente guerra civil. De volver a las urnas, situación nada descabellada sobre la que se susurra incluso la fecha del 27 de noviembre, la climatología resultaría entonces más favorable. Los rigores del verano y las égidas que provocan podrían servir para reflexionar sobre algunas de las consecuencias del Brexit y cómo se negocian. El referéndum británico nos ha permitido meditar sobre los peligros de esta visceral forma de consulta. Tampoco la comunidad internacional observaría con preocupación unas terceras elecciones. Nos empeñamos en difundir el eslogan de que España es diferente y ello vendría a confirmar que puede serlo aún más e incluso advertir la madurez de unos votantes que, tras pasar tantos años en barbecho, alejados de las urnas, desean elegir con matemática precisión un gobierno del todo satisfactorio. Hay países, como Gran Bretaña, que toman decisiones rápidas y cambian su líder conservador por otra Dama tal vez de Hierro, dicen que correosa negociadora, en pocos días. David Cameron quiso tomarse su tiempo y hacer cosas en las que decía no creer con cierta calma, pero los tories prefirieron afrontar los problemas cuanto antes. No es el caso español. Aquí tampoco es factible la gran coalición que se produjo en Alemania y en otros países europeos, porque conviene que el PSOE sobreviva en el poder o en la oposición, ya que de no hacerlo, quedaría al margen tan solo el batiburrillo de Podemos, convertido en partido ortodoxo y hasta alternativa de gobierno.

Si el PP no lograra conformar un gobierno de minoría, con la ya anunciada abstención de Ciudadanos y el no que quiere decir no del PSOE, salvado in extremis el difícil escollo de la investidura que se anuncia para un lejano 2 de agosto, nada impediría pensar en regresar al poco tiempo a las tan frecuentadas urnas. A ellas están convocados ya los vascos, que habrán de pasar por otra prueba de fuego. Y no es desdeñable que algo semejante pueda producirse en Cataluña, antes acusada de pactista y hoy, por el contrario, alejada de aquel vicio o tal vez virtud. Si no se producen nuevas elecciones habrá que pactar entre formaciones que de inicio se manifiestan inflexibles en sus posiciones y el pacto no figura en el presente vocabulario político. El PP puede no sumar ni siquiera para lograr la investidura de Mariano Rajoy, ni el PSOE para configurar una alternativa, pero es de sobra conocido que los vientos, en política, soplan aunque sin decidir hasta el último segundo el rumbo de la nave. Nunca como ahora las grandes formaciones se habrían mostrado tan ariscas: El PSOE no quiere pactar con el PP de Rajoy, pero el PP preferiría al PSOE sin Pedro Sánchez. Ciudadanos huye de Podemos como de la peste, posición que ambos comparten. El PSOE se impide pactar con Podemos y con partidos soberanistas, por lo que tal vez no sería mala solución regresar a las urnas, aunque resultaran ya medio desiertas, con una renovación total de líderes y sin líneas rojas. Pero desde hoy («a día de hoy», 13 de julio, según Pedro Sánchez) y hasta el 27 de noviembre pueden y deben pasar muchas cosas, incluso en el proceloso mundo de la economía. ¿Y los programas de gobierno? Habría tiempo suficiente para reformarlos y hasta tal vez la Unión Europea mostrara un rostro más afable, si sobrevive, porque vivimos tiempos acelerados, salvo para pactar ya no se sabe qué. De volver a las urnas, nuestros nuevos parlamentarios podrían tomarse largas vacaciones. Andan agobiados aunque lo disimulen, salvo Pedro Sánchez, que algunos pretenden convertir a destiempo en cordero pascual.