Joaquín Marco

La tormenta perfecta

La Razón
La RazónLa Razón

La expresión «tormenta perfecta», de origen meteorológico, se ha convertido ya en un tópico que se aplicó en nuestro tiempo a circunstancias sociales diversas, lo que permite suponer que no existe una única «tormenta perfecta», sino varias y que se producen en tiempos diversos. Sin embargo, las circunstancias que está viviendo ahora este país reúnen los requisitos para calificarlas como tal. No es tan sólo que España atraviese una etapa política turbulenta en la que cualquier fórmula futura de gobierno parece condenada a la inestabilidad, sino que de momento no se vislumbra ningún tipo de acuerdo o pacto que vaya a corregirla. Una vez más el desconcierto de la ciudadanía divide al país en dos bandos simétricos. Hay quienes los sitúan arriba o abajo, nueva o vieja política y otros (o los mismos), a la fórmula tradicional de derecha e izquierda. En la carencia de una voluntad de entendimiento, disponemos de una larga tradición que nos llevaría hasta finales del siglo XVIII, cuando las Luces no llegaron a alumbrarnos. Tal vez no haya llegado todavía la hora de los pactos y cuando suene nos sorprenda a todos. ¿Podemos resistir largo tiempo con un gobierno en funciones sin que se observe la necesidad de tomar decisiones de cierta trascendencia? Mientras tanto, muchos conciudadanos pasan por dificultades de todo signo, se incrementan las desigualdades y aquella tímida recuperación económica tiende a difuminarse, porque el peligro de una recesión económica mundial ha derrumbado las bolsas, y aquella prima de riesgo que habíamos olvidado crece de nuevo peligrosamente, a la vez que nuestra deuda pública. Hemos gastado en los últimos años más de lo que ingresamos y seguimos formando parte de una zona tan conflictiva como el sur de Europa, un continente que anda renqueando, aunque algunos con todo ello se estén enriqueciendo.

Quienes se las prometieron felices por el abaratamiento del crudo no percibieron que el fenómeno no era ni casual ni gratuito. No consistía en la competencia entre países productores, ni se habla desde hace mucho tiempo de aquellos petrodólares del pasado. El equilibrio económico mundial se había ya deshecho y la renuncia del tradicional liderazgo económico de EE UU permitía observar con complacencia el incremento desaforado de la economía china, nuevo protagonista del escenario económico mundial. Tras el hundimiento del precio del petróleo, porque los mercados asiáticos habían reducido sus proyectos de crecimiento, llegó la caída bursátil: el Ibex 35 llegó a descender hasta los niveles de 2013. Pero este desplome no es el resultado de la incertidumbre política que atravesamos, ni del problema catalán, ni de las dudas de los mercados, sino de algo mucho más grave. Los bancos europeos, incluyendo los alemanes y los italianos, muestran signos de debilidad. Se ha alcanzado la paradoja de que la banca podría llegar a pagar dinero por prestarlo. El flujo de los Bancos Centrales no ha aumentado la inflación como era previsible y José María Roldán, presidente de la Asociación Española de Banca, calificó la situación de nada sana, ni sostenible, ni razonable e incluso reclamó una opinión jurídica sobre la situación del euríbor cuando «los tipos de las hipotecas sean negativos». Pero el ministro del ramo, que hizo sus maletas hace ya algún tiempo, está en funciones y el Gobierno no va a tomar decisiones hasta la llegada del nuevo, sea del color que sea. El problema es tan global como aquel sistema capitalista que Sarkozy propuso reformar.

A la crisis que nos está fulminando, porque la caída de las bolsas no afecta tan sólo a los accionistas o tenedores de participaciones, sino indirectamente a la generalidad de la población, hay que sumar el repunte de la crisis griega. Pese a sus buenos deseos, Tsipras se ha visto obligado por la troika a reducir una vez más las pensiones de sus ciudadanos, que le votaron precisamente para lograr menores recortes y conviene no olvidar que este pequeño país (el 2% de la Unión) está recibiendo el mayor flujo de emigrantes, resultado de las guerras en Siria e Irak. Turquía, el gran muro defensivo contra la emigración que pretenden levantar los países centroeuropeos, con Alemania como protagonista, se muestra incapaz de contener una avalancha que debería hacer reflexionar moralmente a países calificados de civilizados. Pero el tiempo post o preelectoral no ha finalizado entre nosotros. Hoy, aunque a cara de perro, hablarán Pedro Sánchez y Mariano Rajoy en el Congreso. Poco puede esperarse de un encuentro cuya finalidad parece ser la de realizarse una foto por aquello del qué dirán, aunque se dé algún paso y se ofrezcan propuestas. Pablo Iglesias, entre tanto, confía con esperanza que los españoles retornen a las urnas. En tal caso, el nuevo gobierno se formaría ya en pleno verano y la amenaza o la realidad de la gran crisis económica global que nos sobrevuela se habría manifestado o disuelto sin respuesta a la espera de la siguiente. El todavía vendaval que percibimos puede transformarse en lo que podría calificarse como tormenta perfecta: todos los problemas a la vez. Tan sólo nos resta la esperanza, porque, según dicen, es lo último que se pierde, y una incómoda resignación. Nunca parece ser buen tiempo para la lírica.