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Palabras y gestos

La Razón
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Buscando el lado positivo de la vida, me atrevo a bucear en el tedioso letargo político que procede de las elecciones de diciembre, en el retrato de las personas que pueden dirigirnos. Por lo menos en este tiempo que apunta a prolongarse –salvo un triple en la última décima de segundo, al estilo del de mi paisano Sergi Llull–, hemos podido ahondar en la personalidad de unos líderes que pueden llenar nuestra vida política de aciertos y errores, los que a la larga serán los nuestros, los de nuestra vida social, económica y familiar. Es lo que nos jugamos.

También son tiempos para comprobar cómo responden al día a día fórmulas políticas nacidas tras las elecciones autonómicas y locales. Muchos de los que prometieron el cielo se enfrentan hoy al purgatorio o al mismo infierno de la dura realidad de los presupuestos, de la burocracia administrativa, de los controles de los servicios de intervención. Lo posible y lo deseable.

Sumando ambas circunstancias entraré en dos aspectos significativos: el de las palabras y el de los gestos.

Son tiempos de muchas palabras –orales y escritas en redes– y de significativos gestos ampliamente divulgados por los audiovisuales. A más de uno le gustaría poder borrar archivos y hemerotecas. Entre los monosílabos más utilizados destaco el «no». Como si al aseverarlo se ganase en prestancia o en firmeza, más aún si viene seguido de un «punto»: «No. Punto» es la expresión mas repetida. No es fácil saber si es un punto seguido de un «reflexivo» cambio de actitud –Tania– o es un punto y aparte que ya en el párrafo siguiente admite un «en este instante», un «sin descartar» o un «dependiendo».

Podríamos rescatar otras frases de cierta brillantez plástica, no obstante patéticas: «El mundo avanza desobedeciendo leyes; el capitalismo es incompatible con la vida misma» (Baños) o «el cielo no se toma por consenso; se toma por asalto» (Iglesias). Matizo al líder de Podemos su concepto de consenso, sacralizado muchas veces como solución a todos nuestros males. No siempre la virtud –opino– está en el término medio, ni el consenso es un valor en sí mismo. Hay principios y valores que debemos proteger siempre. Si cuando negocio busco el consenso, ya asumo que el otro tiene parte de razón, entraña inseguridad por mi parte y me condeno a asumir propuestas que por principio considero erróneas cuando no estrafalarias. «La dinámica yo te cedo si tu me cedes –dejó dicho un buen ingeniero– es muchas veces catastrófica».

Volviendo al lenguaje, los nuevos tiempos nos ofrecen novedades, siempre bajo el paraguas de las palabras «progreso» y «cambio», viejas conocidas en nuestra vida política. Ahora aparecen las expresiones «puertas giratorias», «postureos», «gentes», «control macroprudencial», «matchfunding» y «crowdfunding». Por supuesto, de tanto hablar y de tanto escribir, muchos gazapos, incluso faltas de ortografía que un buen maestro de los de antes haría copiar cien veces.

Vayamos al otro cantar: los gestos.

A pesar de lo que han gastado los líderes en intensivos cursos con especialistas de imagen, no siempre sus gestos han estado en consonancia con sus palabras, no siempre han dado la imagen que ellos hubieran deseado dar, por mucha sonrisa, mucho beso, por mucho «self» que hayan ofrecido. Pondré dos ejemplos. A la repetitiva frase «tender la mano» ofrecida por un líder (Sánchez), corresponde cuando ofrece la suya un gesto contraído, mano recogida a la altura de la tetilla, atrayendo a la del otro a su propio terreno. El significado histórico de dar la mano procede de la muestra de confianza que se esgrimía al presentar una mano abierta, extendida y franca despojada de armas –espada o pistola– en señal de amistad. «No es buen síntoma este gesto descreído, rutinario, desvigorizado y aburrido», escribía magistralmente un periodista local.

Otro gesto significativo lo plasmaron dos líderes de Podemos el mismo día de constitución de las nuevas Cortes. Juan Carlos Monedero besa con fruición la mano de Iglesias, que ante un micrófono de la Sexta, labios fruncidos, mira al horizonte; al mismo tiempo su «correligionario» desvía la mirada en dirección contraria buscando el suelo. Parecía intuir ya que aquella mano que besaba sería la misma que pocas semanas después lo descabezaría.

Valdrían para resumir la situación sentencias de Maquiavelo, de Sun Tzu o del mismo Napoleón, el general que más llegó a conocer el alma humana, el que nos aconsejaba: «Nunca distraigas a tu enemigo cuando esté cometiendo una equivocación». Extraigo otra del gran capitán tranquilizando a su rey: «No acostumbro a combatir cuando a mis enemigos se les antoja, sino cuando la ocasión y las circunstancias lo exigen».

Me preocupa que nuestra trabajada democracia evolucione hacia una oclocracia como nos recordaba recientemente en estas páginas (9 de abril) el profesor Luis Suárez. Me preocupa que podamos evolucionar de manera prácticamente imparable hacia el «gobierno de los peores», sean éstos de derechas o de izquierdas.