Joaquín Marco
Podría ser peor
E l presidente Obama, cada vez más «pato cojo», en su despedida urbi et orbi, elogió en Alemania a Angela Merkel hasta el punto de afirmar que si fuera alemán la votaría, días antes de que ella tomara la decisión de volver a presentarse –por cuarta vez– a las elecciones que habrán de celebrarse el próximo año. La canciller no dudó mucho en aceptar el reto, pese a su descenso en popularidad tras haber defendido (por razones económicas y humanitarias) a los inmigrantes que en su mayor parte buscaban como destino la potencia más fiable de Europa. Casi al mismo tiempo cuatro millones de franceses han preferido, en las elecciones primarias de la derecha, al oscuro François Fillon, de 62 años, con un 44% y a Alain Juppé, con un 28%. En su programa, conservador en moral y liberal en lo económico, figuran medidas que, de sugerirse, habrían hecho descarrilar al debilitado partido socialista francés, en retirada en todas las encuestas, a Hollande o a su primer ministro Valls. Europa mira, pues, hacia la derecha, pero en Francia las tradicionales derecha e izquierda se fundirían, como en otras ocasiones, contra el peligro de Marine Le Pen, que confía en poder llegar al poder –y no puede descartarse– al rebufo de la victoria de Trump en EE UU. Éste parece ser el sentido del tan pregonado cambio. La extrema derecha europea observa la política del que será nuevo inquilino en solitario de la Casa Blanca. El aislacionismo, que proclama como solución nacionalista, podría derruir las cada vez más escasas esperanzas de progreso en los mercados. Ha anunciado ya la retirada del laborioso TTP (Tratado del Pacífico) y controvertidas medidas en el mercado bancario. Supone el regreso a la América anterior al presidente Roosevelt, un salto atrás de setenta y cinco años, aunque en un mundo bien diferente, pese a que ya hay quien augura que el magnate estadounidense, sumido en cientos de pleitos, no llegará siquiera a culminar su primer mandato.
Las políticas económicas de Angela Merkel llevaron al desastre y al austericidio a los países del Sur de Europa y con ellas se han incrementado la pobreza y las desigualdades sociales. Pero la canciller, que autoriza ahora hablar al menos de estímulo fiscal, tiene a su derecha al AfD (Alternativa para Alemania) y es posible que, como en las elecciones anteriores, el FDP, su anterior socio, no supere el 5% del voto necesario. Volvería, más debilitada aunque no vencida, a reproducir el modelo que Rajoy pretendía para España: la alianza con los socialdemócratas. El peaje supone concesiones como entregar la presidencia federal al socialista Frank-Walter Steinmeir en el próximo febrero. Las alternativas de la extrema derecha en Europa no se limitan a los dirigentes del Brexit que han conseguido, a la vez, debilitar a Gran Bretaña y a la UE e ir al encuentro de un Trump que les animó a la secesión. Al margen de los ya conocidos ultras helenos, los del Amanecer Dorado, el Frente Nacional de Marine Le Pen se propone de nuevo como alternativa, pero habría que añadir al catálogo, al Partido de la Libertad holandés de Geert Wilders, al Fidesz de Viktor Orbán o al alemán Pegida ( Patriotas contra la Islamización de Europa), más la emblemática Austria, entre otros. Podemos observar que el problema no reside sólo en lo que tan confusamente calificamos como populismo, sino en un desplazamiento hacia la extrema derecha, consecuencia del deterioro de los partidos surgidos, excepto en la España única, tras el fin de la II Guerra. El temor por la política exterior estadounidense viene, por tanto, a sumarse al declive político europeo y a su papel en el concierto mundial. Alemania avanza a ritmo lento y zigzagueante, respondiendo a una crisis que, en principio, se entendió como financiera y antiterrorista, aunque en los últimos años se está convirtiendo en geopolítica. Los núcleos estables del poder se van debilitando a medida que las tecnologías acentúan la política como espectáculo y las redes sustituyen a la opinión de la cada vez más minoritaria prensa escrita. Sumergidos en océanos de información, abandonamos cultura, criterio y crítica.
Trump, que logró mayor número de votos que anteriores presidentes republicanos estadounidenses, pretende en primer lugar destruir lo poco que consiguió el mandato de Obama en EE UU y en el mundo. El presidente saliente le lega los conflictos de Oriente Medio y las guerras subsaharianas, unas relaciones deterioradas con Rusia, la incapacidad para frenar el avance chino, convertido en potencia inversora mundial, la patata caliente que permita resolver la avalancha latinoamericana, así como unas conflictivas nuevas relaciones con Cuba y, en consecuencia, el papel que debe jugar EE UU en un futuro cargado de incertidumbres. No es de extrañar, en consecuencia, que Europa tome la figura de Angela Merkel como referente de una costosa estabilidad. Ha conseguido superar obstáculos con su aspecto de ama de casa despistada, aunque con la dureza aprendida en su juventud en la Alemania comunista, abrazando, a lo germano, a la olvidada Democracia Cristiana italiana. Los españoles podemos entender muy bien su actitud porque se asemeja a la de Mariano Rajoy, con su piel de elefante, quien confirmó su intención de volver a presentar su indiscutida candidatura a la presidencia del PP. Mientras la izquierda tradicional no despierte de su letargo, si es que logra despertar, se abona el terreno para cualquier aventurismo extremista. Pero Trump demostrará que todo podría ser aún peor.
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