Derechos Humanos
¿Qué Primavera Árabe?
El presidente Obama y los líderes europeos no deberían esperar democracia, pluralismo y respeto a los derechos civiles, políticos y humanos de la mal llamada Primavera Árabe
En materia de revoluciones y democracia, el mundo árabe continúa en dirección negativa. No volveré sobre varios de mis artículos publicados desde febrero de 2011, pero absolutamente todos los análisis que proyecté desde aquellos días se han corroborado en el presente.
Dos años después del inicio de las revueltas continuamos viendo a las turbas quemar edificios en Egipto, al Ejército sirio y a los rebeldes asesinando civiles sin ningún freno ni control, y aunque nadie habla de Libia, hoy el país esta abiertamente en manos de islamistas. Al mismo tiempo, el presidente Obama continúa citando a Martin Luther King: «Es algo en el alma de las personas que clama por la libertad», ha dicho en reiteradas oportunidades; mientras las partes involucradas en esta «transformación democrática» comenzaron a probar las armas químicas con la población en siria y continúan leyendo «Mein Kampf».
El caso es que para cualquier persona con la más mínima comprensión de las crisis sociopolíticas del mundo árabe está muy claro que la «primavera revolucionaria» se transformó en un invierno de muerte y destrucción que ha dejado moribunda la pretendida reactivación de sus sociedades; y todo lo que trajo ha sido inestabilidad, odio, mayor enfrentamiento entre sunitas y chiítas, matanzas, persecuciones, violencia sectaria y descomunales problemas con los refugiados.
La mal llamada Primavera Árabe ofrece todo tipo de endemias, excepto democracia real y libertad como se las conoce en Occidente. Lo que se observa, en todo caso, es un «despertar islamista y radical» en el que los únicos ganadores están siendo la Hermandad Musulmana, Hamas, Hizbulá e Irán.
No darse cuenta de que la Hermandad Musulmana y sus socios yihadistas han tomado el control absoluto del poder en Egipto, Libia y Túnez, y se preparan para hacerlo en Siria, Yemen, Jordania, Líbano y la Ribera Occidental en el momento que se les presente la oportunidad es un error que no comete un estudiante de primer año de Ciencias Políticas.
Si el presidente Obama y los dirigentes europeos están bajo la ilusión de que la democracia liberal emergerá de este caos, sólo necesitan consultar la más reciente encuesta de Gallup en Egipto donde el 77% de los egipcios dice que la «Sharía» debe ser la única fuente de legislación en su país y a decir verdad no parece lejano el día en que la aplicarán. Sólo hay que observar la limpieza étnica de los cristianos coptos, la hostilidad con la influencia occidental, la obligatoriedad del velo para las mujeres, los asesinatos de honor que aterrorizan a la población femenina, la ejecución de homosexuales, prostitutas y apostatas, al igual que la prohibición de música y de bailes entre hombres y mujeres en lugares públicos, sin dejar de mencionar la voladura de bares donde se vende alcohol, la prohibición de la libertad de conciencia para periodistas, escritores, artistas y el castigo a los medios de comunicación que ejercen el derecho a estar en desacuerdo con el Gobierno o la práctica de cualquier otra religión que no sea el islam (testigo de ello son los recientes ataques a las iglesias de los cristianos coptos en Egipto, el tratamiento a los hindúes en Pakistán y lo propio con los baháis en Irán).
Cuando los occidentales hablan de democracia asumen infantilmente que significa lo mismo para todos los pueblos en todas partes. La hipótesis que sostienen es que el poder popular va de la mano con la libertad y la tolerancia a las minorías en todos los lugares del mundo. Ello es una suposición no fundada sobre historia o razón alguna para ser aplicada en el mundo árabe y configura nada más que una mera ilusión. En Oriente Medio y otras partes del mundo donde capea el integrismo, la ideología yihadista funciona como una tiranía democrática siempre y cuando la mayoría esté de acuerdo con sus premisas básicas. Pero si el resto de la población no está de acuerdo, especialmente las minorías no islámicas, entonces estas minorías serán reprimidas, perseguidas y llenarán las cárceles del país que sea. La idea del respeto a los derechos y su preservación por parte del gobierno no está ni estuvo jamás presente en aquella región del planeta y no podrá ser injertada artificialmente.
Los gobiernos occidentales derivan de la cultura del propio occidente, pero esto jamás será así en la visión doctrinaria de los regímenes yihadistas. Cualquier país que no educa y enseña a leer libremente a sus niños y no puede emplear a los jóvenes graduados de sus propias universidades, difícilmente tendrá futuro de modernidad. Su destino sólo será aspirar a ser un Estado fallido y no son pocos los países del Oriente Medio que están cercanos a esa categoría. Por tanto, el presidente Obama y los presidentes europeos no deberían esperar democracia, pluralismo y respeto a los derechos civiles, políticos y humanos de la mal llamada Primavera Árabe. Todo lo visto y oído al respecto de parte de los líderes euroestadounidenses no se trata más que de una fantasía poco convincente.
La única posibilidad que EEUU y Europa tienen en la región para alcanzar el éxito es buscar «un nuevo comienzo» adoptando políticas realistas y equilibradas (es decir, políticas menos proislamistas) que definan realmente qué y quiénes son los enemigos de la democracia y de la forma de vida occidental. Afortunadamente, el pueblo estadounidense y varias sociedades europeas ya están viéndolo así. Cabe esperar que los responsables políticos actúen en consecuencia.
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