M. Hernández Sánchez-Barba

«Ranters, levellers, diggers»

La Revolución inglesa del siglo XVII fue el producto de una lucha social y política y transcurrió en el contexto de trabajadores agrarios de mentalidad media y alta que propusieron extender la participación en el poder a gente acomodada en caudales como ellos

La Razón
La RazónLa Razón

El siglo XVII sufrió constantes guerras religiosas porque la religión se había convertido en materia –«cujos regio, ejus religio»– y los efectos de tal contagio se agravaron. Europa, con bloques de católicos, luteranos, calvinistas y otros grupos desidentificados de sus raíces iniciales fueron atacados por el poder y la furia de los contendientes; la cultura europea quedó fragmentada, fuertemente debilitada y no pudo recuperarse durante muchas generaciones. Sólo España, sólidamente integrada en la Monarquía católica, pudo crear ese tesoro del pensamiento literario que fue el Siglo de Oro.

La Revolución inglesa del siglo XVII fue el producto de una lucha social y política y transcurrió en el contexto de trabajadores agrarios de mentalidad media y alta que propusieron extender la participación en el poder a gente acomodada en caudales como ellos. Esa Revolución ha tenido la fortuna de tener en su análisis reconstructivo uno de los mejores historiadores británicos, Christopher Hill. Vinculado al hogar universitario de Oxford, sus investigaciones acerca de la historia inglesa del siglo XVII han alcanzado un alto prestigio, incluso más allá de su muerte ocurrida en 2003. Gran investigador, no se ha limitado al excelente trabajo investigador de las fuentes, sino que se ha esforzado en comprender cuáles son las estructuras creadoras de mentalidades que hacen posible la aproximación del estudioso al tiempo y sus factores funcionales que son los que constituyen la realidad.

El primero de sus libros, «The Century of Revolution. 1603-1714» (1961), se divide en cuatro partes, cada una de ellas precedida de una «narración de acontecimientos»; cuatro etapas cronológicas (1603-1640, 1640-1660, 1660-1688 y 1688-1714) que bien pueden considerarse generacionales. En cada una de ellas estudia la interacción de cuatro estructuras: economía, política constituyente, religión e ideas. El segundo libro, «The World Turned Upside Down. Radical Ideas During the English Revolution» (1972), analiza el ideario popular extremista de la Revolución. El mundo de la «gentry», la clase social inglesa que conseguía la mayor parte de sus ingresos económicos de la explotación agraria de sus tierras: «gente de buena posición social, situada inmediatamente debajo de la nobleza». El ideario popular extremista de la Revolución transforma la sociedad británica y afecta desde luego la base conservadora supuesta por la «gentry» ante la guerra civil inglesa que fue esencialmente el producto de una fuerte lucha de clases, así como un considerable choque de sectas en los días finales de la guerra civil, en el contexto social de los trabajadores de la clase media y baja.

Ocurre una revuelta en el seno de la Revolución en el «mundo de ideas sociales, religiosas y de aspiración a conseguir mejoras económicas y políticas» que Christopher Hill recoge y analiza en su libro. Grupos como los «levellers» (igualitarios), que piden la igualdad social y política, los «diggers» (cavadores), los quinto monarcómanos («fifth monarchist»), que ofrecen nuevas soluciones políticas, sectas que lanzaban nuevas soluciones religiosas, y los «ranters» (voceadores), que exponían preguntas escépticas acerca de todas las instituciones y creencias de su tiempo, en un ambiente extremadamente confuso. Algunos de estos grupos sobrevivieron como sectas religiosas, cual es el caso de «baptistas» y «cuáqueros», mientras la mayoría de ellas desaparecieron en el vértigo caótico y confuso de la situación social y religiosa británica de los años 1640 y 1650, años en que se desenvolvió la guerra civil, un momento histórico que parecía que el Parlamento había triunfado sobre el Rey, los comerciantes que se habían alineado con los parlamentarios en la guerra civil aspiraban a la reforma de las instituciones según sus deseos: un mundo a medida de los hombres de negocios para obtener los mejores beneficios. Los «ranters» eran la fraternidad del espíritu libre y vivían en un éxtasis amoral, practicando una vida de frenesí y excitación social; en la restauración de Carlos II quedaron absorbidos por los «cuáqueros». Los «levellers» solo mantuvieron la agitación tres años. Su líder, John Lilburne, basaba su prestigio en lo atrevido de su ideología basada en la fuerza física. En la cárcel redactó un documento explosivo, el Acuerdo del Pueblo («The Agreement of the People»), donde se usa la palabra «mentality», que triunfó en una nueva aproximación al sentido de mentalidad como entidad de extensión psíquica de ideas nuevas, proponiendo una democracia abierta: igualitarismo, que aspiraba a la equiparación de niveles políticos y sociales. Un pequeño grupo reunido en Surrey (1649), dirigido por William Everard y Gerrard Winstanley, conocido bajo el nombre de «diggers», sobrepasó a los «levellers», convirtiéndose en los verdaderos niveladores, pues solicitaron la igualdad no sólo social y política, sino consistentemente la económica, lo cual ha llevado a la tesis de que en Winstanley radica el primer fogonazo del comunismo en la Europa del XVII, en una sociedad brutalmente competitiva y un máximo en las ideas populares extremistas.