Relaciones internacionales

Tiempo de paz

La Razón
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E n estas fiestas navideñas, plenas de tradiciones, parece como si cierta alegría fuese obligatoria. Queramos o no, formamos parte de una civilización calificada como occidental, aunque inspirada en la tradición judeocristiana, que alberga no sólo a los países de tradición católica o protestante, sino también a los que conforman la órbita ortodoxa. Escribía mi buen amigo Tomás Alcoverro, destacado en Beirut y en Oriente Medio desde hace tantos años por «La Vanguardia», que en la ciudad asediada y machacada de Alepo y en su reducida zona cristiana, menos castigada, algunos de los habitantes de las viviendas supervivientes habían iluminado su árbol navideño: todo un símbolo. Nuestras tradiciones califican estas fechas como «de paz», aunque no significa que en ciertos ágapes no deje de sentirse alguna conflictividad familiar que parece acentuarse últimamente. Las tradiciones populares acaban también desapareciendo, aunque se mantenga algún residuo de lo que significaron, porque nada es eterno. No puede considerarse casual, por ello, que el terrorismo del Estado Islámico eligiera en estos días a la berlinesa plaza de Breitsheld, donde se celebra uno de los más populares mercadillos navideños, para actuar con el método que utilizó en Niza en un no menos emblemático catorce de julio, donde causó 85 muertos. En esta ocasión el terror ha producido doce y más de cincuenta heridos (un español, entre ellos) provocando –su objetivo principal– el miedo en la población que, descartada la autoría de un detenido emigrante, vivirá hasta que la Policía resuelva el caso con la evidencia de que un terrorista armado ya identificado, tal vez tunecino, o un grupo de ellos permanecen en el territorio de la UE. Alemania acogió a cerca de cuatro millones de turcos y desde hace año y medio a casi dos millones de refugiados.

Pero el atentado desestabiliza a Angela Merkel, a menos de nueve meses de unas elecciones que se entienden – como tantas anteriores– como las más trascendentales desde la reunificación. La canciller alemana jugó fuerte al acoger un alud de refugiados e incluso propició su integración para corregir la escasa natalidad y una buena formación de sirios de clase media. Aunque corrigió su posición con el vergonzoso tratado de la UE con Turquía, que se ha conformado como dique del aluvión migratorio, partidos como el Aft (Alternativa para Alemania), la extrema derecha pronazi que está incrementándose, ha considerado el atentado como prueba del peligro que representa la acogida de los emigrantes. Y a esta crítica se ha sumado incluso el CSU, tradicional aliado bávaro del CDU, el partido alemán de la democracia cristiana en el Gobierno. El terrorismo no está por treguas navideñas, las aprovecha para incrementar las contradicciones en las que vive una atemorizada Unión Europea que ya ha comprobado cómo se las gasta el terrorismo islámico y cuán fácil es confundir a una población que observa con tanto recelo la emigración. Por otra parte, la coincidencia con el frío asesinato del embajador ruso en Ankara al grito de «Alepo, venganza», transmitido en directo o diferido por las televisiones, permite considerar que los objetivos terroristas son más amplios. Las actividades del Estado Islámico, debilitado en la que consideró la capital de su califato, aunque logró volver a ocupar la martirizada Palmira, traslada un terror de bajo coste al territorio de los enemigos que bombardean sus posiciones y debilitan su presencia territorial.

Los países occidentales, entre los que cabría incluir a Rusia, han convertido Oriente Medio en un conflicto permanente desde la misma instauración del Estado de Israel, potencia nuclear de la zona, aliada de EEUU que ha ido incrementando su territorio. Trump ha prometido en un gesto de gravísimas consecuencias considerar Jerusalén como capital. Pero el terremoto en el que se vieron implicados los países de la zona, derivado de las guerras de Irak y del apoyo occidental a las calificadas como «primaveras árabes». Algo intuyó Rodríguez Zapatero con la promoción de su Alianza de Civilizaciones, aunque sin orden ni concierto. Tampoco el diagnóstico era acertado, ya que no puede hablarse de «civilizaciones» en conflicto, sino de conflictos de intereses de corporaciones internacionales que superan las naciones, incapaces o indiferentes al polvorín que provocaban y a sus consecuencias. La guerra de Siria no puede reducirse a considerar a Bachar al Asad como dictador corrupto (que lo es) contra las varias y diversas facciones que intentan derrocarle, entre otras, el peligroso Frente Al Nusra. Turquía y Rusia, más cerca del terreno en conflicto, aceptarían el orden impuesto por Al Asad para cerrar un conflicto que puede llevar a la balcanización del país y hasta de la zona. Estos días de paz no van a alterar ni conflictos ni dramas humanos que deberían llevarnos a una reflexión sobre la relativa indiferencia con la que se observan desde nuestro entorno. La austericida Angela Merkel se está convirtiendo en el mal menor de esta Unión ya germanizada, acechada por partidos de extrema derecha. Nigel Farage consiguió su objetivo: separar al Reino Unido de la UE, pero en la empresa de romperla no está solo. Cuenta con las emergentes fuerzas ultraderechistas que pretenden volver a los nacionalismos de antaño. Sus lemas coinciden en parte con los del terrorismo de cualquier signo: «Cuanto peor, mejor». Disfrutemos de unos días de paz. El ex presidente Aznar hubiera debido dejar pasar estos días para descabalgarse de la presidencia de honor del PP, pero pretendió estar presente en las sobremesas navideñas y lo conseguirá. Cataluña se lo agradece.