M. Hernández Sánchez-Barba

Un espejo lejano

La Razón
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El oceanógrafo Karl Haushofer describe el mar como un bien privativo de los hombres y, al tiempo, su perpetuo enemigo mortal desde el mismo comienzo de la andadura de la humanidad: una fuerza de vida y muerte que educa y disciplina, mantiene y derriba. Por añadidura, el valor económico del océano es inapreciable. Por ende, se afirma que el mar no separa, sino que une con fuerza de amor a la gran familia humana. El Mediterráneo es una muestra de unión y desunión pero siempre de comunicación. Sin embargo, hace solo siete siglos, el ámbito oceánico no concitaba todavía la atención de los poderes. Así, en la España del siglo XIII, la economía estaba concentrada en el eje interior formado por Burgos, Toledo y Córdoba.

Pronto, los puertos (Bilbao, Sevilla, Cartagena) fueron adquiriendo presencia y los poderes de Hispania ganando experiencia histórica. La acumulación de ésta en los reinos más occidentales de la sociedad cristiana peninsular (Portugal y Castilla) les convirtió en impulsores del atlantismo. Ambos acordaron en el Tratado de Alcaçovas (1479) dividir la navegación atlántica entre las dos coronas. Los portugueses crearon el mercado de Guinea; los españoles, la gobernación de La Española fundando la Monarquía española y americana en un nuevo mundo naciente en el Caribe.

En la ciudad de Santo Domingo de Guzmán, el gobernador Nicolás de Ovando organizó la capital al modo castellano. Al tiempo, tomó el primer contacto con los pobladores indígenas y con el entramado etnológico y antropológico de aquella cultura. Así se estableció el origen, el primer contacto, la primera simbiosis, el primer injerto, sobre los que se constituyó la sociedad «primada» hispano-americana en el Nuevo Mundo. De modo que la modelación de la historia de la isla se nutre de la triple interacción indígena, española y dominicana.

Hoy, esta triple simbiosis cristaliza en modelos humanos concretos. Uno de ellos es el del profesor y empresario Manuel-Antonio García Arévalo, nacido en Santo Domingo de padres españoles, historiador y destacado estudioso del rico legado prehispánico de los taínos, presente en todo el territorio de la isla. Su formación recorrió el amplio espectro que va desde el conocimiento de los secretos de la administración de empresas (Universidad de Michigan, Estados Unidos) hasta el humanista de la Arqueología, la Etnografía y la Historia en la Universidad Católica de Santo Domingo. La necesidad de obtener una preparación empresarial fue exigencia familiar y en su acción no sólo se ha conformado con mantener los logros de su padre, don Manuel García Costa, y de la inicial Embotelladora Dominicana, sino que ha construido todo un emporio que ha ido desde el agua y los refrescos hasta los zumos y las cervezas. Es esta característica personal la que le ha llevado además a ser ministro de Industria y Comercio en el último gobierno del presidente Leonel Fernández. En la actualidad es miembro de la Junta Monetaria del Banco Central Dominicano.

Pero no sólo los negocios explican su trayectoria. García Arévalo es uno de los más prominentes humanistas dominicanos, lo que quiero resaltar aquí. Su formación en Arqueología e Historia le trajo a la Universidad Complutense, en cuyo Departamento de Historia de América, del que yo era director, realizó estudios. Desde entonces, ha escrito más de veinte obras y decenas de trabajos en revistas especializadas, en especial, sobre historia, antropología y arqueología. Hoy, es miembro de número de la Academia Dominicana de la Historia. También ha estudiado las migraciones españolas a América, sobresaliendo su activo papel en la Casa de España de Santo Domingo.

Como consecuencia de su profunda vocación humanística, creó la Fundación García Arévalo, institución dedicada a la promoción de la Historia, de la Arqueología, de la Etnografía y de la cultura en general. Esta Fundación ha publicado libros y apoyado revistas, una de las cuales fue la extinta «Mar Océana». Como parte aventajada de esa Fundación, el museo de arte prehispánico es, sin duda, uno de los más importantes del mundo sobre el legado taíno. Recomiendo a los que viajan a Santo Domingo una visita a esa Sala de Arte Prehispánico.

Manuel García Arévalo ha situado la Arqueología dominicana en un plano historiográfico de modernidad y dimensión didáctica y social. Pero también ha defendido los yacimientos prehistóricos, exigiendo el máximo respeto para los trabajos arqueológicos e insistiendo siempre en la esencialidad de la dominicanidad y de la historia nacional. Es una de las grandes personalidades dominicanas. Un brillante espejo lejano, pero muy próximo en su identidad histórica por su mentalidad transoceánica, prueba de lo cual fue su cargo como comisario dominicano en la Exposición Universal de Sevilla 1992. En él sobresale su humanismo cristiano con su permanente amor al enclave caribeño, representación azul del extremo Occidente, como proclamó Rubén Darío.