Joaquín Marco
Una Cultura sin ministerio
Yo preferiría que el término Cultura (en mayúscula ministerial) no apareciera y mucho menos se le otorgara la condición funcionarial de un ministerio y, a cambio, la sociedad española asumiera sus actividades como algo propio
Hace pocos días una renombrada actriz se lamentaba de que la cultura española no dispusiera de un ministerio propio. En efecto, Íñigo Méndez de Vigo reúne los ámbitos de Educación, Cultura y Deportes, además de ser portavoz del Gobierno. Nuestra cultura queda así emparedada entre la educación –parte del león–, aunque transferida a las autonomías, con tantos problemas que se ha convenido en hacerle otro traje a medida, y el deporte, que incluye, nada menos, que el fútbol, convertido en la más notable expresión cultural que nos representa en el interior y en el exterior. Nuestros niños y adolescentes sueñan con ser futbolistas y sentar plaza en algún equipo de Primera División, en Madrid, el Real o el Atlélico (que antaño fue de Aviación) o en el complejo Barcelona C.F. Las imágenes de sus heroicos jugadores conduciendo los últimos y más costosos deportivos, con prensa propia, masas enfervorizadas y clubes de fans que llegan hasta los confines de China resultan más que atractivas. Se habla incluso de la cultura del fútbol y tal vez mereciera ministerio propio, aunque su papel como fenómeno cultural resulte más discutible, como lo fue, en sus días, el toreo, al que el Gobierno se ha empeñado en clasificarlo como bien cultural. El arte ceremonial de matar toros en las plazas, aunque inspirara, entre otros, a Pablo Picasso, no justifica englobarlo en el ámbito de la creación, como no puede justificarse como arte una jugada de Messi, aún considerándolo el mejor jugador del mundo. Pero Méndez de Vigo debe de estar a todo, incluso a la política de cada uno de los restantes ministerios que se ve obligado a defender ante los medios, papel antes reservado a la vicepresidenta, que ejerció con dignidad.
Yo preferiría que el término Cultura (en mayúscula ministerial) no apareciera y mucho menos se le otorgara la condición funcionarial de un ministerio y, a cambio, la sociedad española asumiera sus actividades como algo propio. Según la duodécima edición del «Anuario de Estadísticas Culturales», en el año 2015, tras seis de descensos, alcanzó los 260,4 euros por persona frente a los 260,1 del año anterior y, por hogar, el gasto fue de 651,4 euros, aunque signifique tan sólo el 2,5% del PIB. Éstas y otras muchas cifras de las que nos informa el mencionado Anuario no dicen mucho, puesto que la idea de cultura y sus contenidos resulta inconcreta, especialmente en un mundo cuyos avances tecnológicos inciden tanto en su naturaleza y la distingue de lo que llegó a ser con anterioridad. No puedo concebir un mundo sin libros, como mis antepasados desde poco después de la invención de la imprenta. Antes fue pergamino, pero, con el progreso, se transformó en papel. Según las estadísticas, los libros y las publicaciones periódicas suponen el 14,6% del dinero consumido en cultura. Pero cuando observo a mis nietos, tan atentos a las tablets, no sólo como juego sino también como forma de conocimiento y cultura, me pregunto si para ellos el papel o el libro seguirán, como lo han sido para tantas generaciones, imprescindibles. Cuando a principios de siglo XX surgió la cinematografía y la cultura de la imagen fueron rechazadas por ilustres intelectuales. Una obra colectiva, aseguraban, nunca formará parte del arte. Hoy, no sólo se acepta, sino que han brotado otras formas. El «cómic» fue considerado el octavo arte, porque al cine se le consideró el séptimo, pero ya ha sido desbordado por la progresiva transformación de la imagen en movimiento, y no sólo en la gran pantalla, sino hasta en el móvil, que pretende convertirse en la suma de todo conocimiento. ¿Qué se ha hecho de aquellas enciclopedias que consultábamos en nuestra juventud? Y la ciencia ¿no forma parte del fenómeno cultural?.
No logré ver en los programas y debates electorales recientes muchas referencias al hecho cultural o a sus problemas. Pero Méndez de Vigo en los prolegómenos de la nueva etapa del antiguo y, a la vez, nuevo gobierno, lanzó varias propuestas para favorecer a los escritores ya jubilados –como sucede en el mundo civilizado–, reducir a un 10% el IVA, tan pernicioso para las empresas del sector, aunque sólo en el ámbito de los espectáculos en directo (se impondría así una penalización al cine), volvió al ruedo la siempre aplazada Ley del Mecenazgo y aludió a un Plan de Cultura 2020, entre otros proyectos. Defendió que el incremento del IVA en la cultura fue necesario y el socialista José Andrés Torras Mora le dio la réplica: «No ha sido la indiferencia, sino la inquina la que ha marcado la acción de gobierno hacia la cultura». Si logramos tener claro lo que se entiende como tal convendría desgajarla de la lucha partidista, pero ello sería posible tan sólo si el diverso tejido social fuese capaz de hacerse cargo, como sucede en otros países, de identificarla, sostenerla y dignificarla. Nuestra cultura debe entenderse como plural antes que autonómica y universal, como lo es un patrimonio que atrae 14,3 millones de viajes. No se comprende bien la animadversión que se mantiene contra el cine progresivamente debilitado, aunque su valor ya no se discuta, porque supone una ventana al exterior. Empeñado el ministro en buscar un consenso en la Educación, ¿no podría hacerse otro tanto en una cultura sin necesidad de «ministeriarla»?.
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