Luis Alejandre
Vocaciones
Algún lector habrá pensado que siempre asocio la milicia a su carácter vocacional y lo cito como una especie de exclusividad. No es así. Lo resalto como uno de sus principales valores porque constato el vacío informativo que rodea en nuestra sociedad a los temas de seguridad y defensa y sobre los hombres y mujeres que la sirven y que sólo son noticia en caso de fallecimientos o de accidentes graves. Pretendo siempre aportar mi grano de arena para que estén presentes en nuestro ser como pueblo, como parte de nuestra sociedad y no los arrinconemos al «ghetto» de la indiferencia y la endogamia.
Pongo un ejemplo más que positivo en un tema desgraciadamente presente en nuestras vidas: ante la proliferación de ciudadanos que en estos tiempos dan cuenta ante tribunales de insultantes casos de corrupción corporativa, los españoles pueden constatar que entre ellos no hay uniformados. Algo tiene que ver su carácter vocacional, cuando ni siquiera sé si es valorado por la sociedad. No niego que haya casos individuales, que han sido resueltos, rápida y contundentemente, por la Justicia Militar.
A dónde quiero llegar con esta reflexión: el carácter vocacional no es ni mucho menos exclusivo de las gentes de armas. Está presente en muchas profesiones que hacen de él verdadera religión: médicos, profesores, abogados, empresarios, periodistas, religiosos, –¿por qué no?– políticos. La vocación va unida a la educación, a la herencia familiar, a nuestro sentido social de la vida, a que prioricemos el bien común por encima del bien particular. No deja de ser un compromiso con nuestra sociedad, un mayor respeto a los otros. Aquí entra muchísima gente.
En una reciente entrega de premios a unos abogados, (LA RAZÓN 24 de febrero) se recogían algunos testimonios para mí significativos: «Solo intentamos –decía uno de los premiados –que la Justicia y la Ley coincidan». Otro añadía: «Nuestro papel es hacer que la Justicia sea justa», lo que entraña en el trato a los clientes de forma directa y personal, «dedicar muchas horas de trabajo en detrimento de la familia, amigos y de uno mismo»; y es «gracias a las familias, a su comprensión y ánimo como podemos alcanzar la excelencia en nuestro trabajo». Pura vocación. ¡A cuántos colectivos podrían aplicarse estas reflexiones! Porque también es mucha la gente que sin titulaciones brillantes, sin reconocimientos públicos, hacen de su trabajo diario valiosa vocación: incluyo aquí a amas de casa, trabajadores manuales, campesinos, funcionarios, servicios sociales, algunas ONG y a un largo etcétera.
No hay una frontera definida entre lo que el sociólogo Charles Moskos (1934-2008) distinguía como lo ocupacional y lo vocacional. No sólo no hay frontera, sino que puede haber un tránsito entre ambos. Y el vehículo que facilita este tránsito es el ya señalado: el compromiso social, el poner el bien común por encima del bien particular. Un conductor de autobús seguramente no ha sentido vocación para serlo, pero si se ha preparado técnicamente, si considera el costoso material que maneja como algo de todos, si se siente responsable de la seguridad de los cientos de personas que acerca a sus puestos de trabajo o devuelve a sus lugares de descanso, estoy seguro que recibe el afecto de muchos de sus usuarios, con lo que convierte su ocupación en algo vocacional. Se cierra un circuito vivo de servicio, reconocimiento, convivencia y respeto.
El día en que este carácter presida mayoritariamente nuestras vidas, la sociedad se considerará solidaria y mejor asentada, será menos débil ante los ataques de «salteadores de caminos» que nos crean unas fisuras sociales difíciles de cauterizar y que durante años llevaremos como estigma. Como nació una «generación del 98» producto de la crisis a la que nos llevó la pérdida de nuestro imperio colonial, surgirá seguramente una «generación de tiempos corruptos» que clamará por todo lo que en estos años hemos dejado perder, no solo en montantes económicos. Son más costosas las consecuencias morales.
El reto lo tenemos en la puerta de casa. De todos depende hacer de nuestras vidas un servicio a la sociedad. Costará recuperar a parte de una clase funcionarial que ha olvidado su carácter de «servidor público» en la diligencia de sus funciones y en el trato con los administrados que son quienes financian con sus impuestos su trabajo. Costará convencer a muchas personas que los impuestos y tributos, por injustos que nos parezcan, son para el bien de todos, para hacernos más solidarios.
Cuando lo vocacional, el servicio a los demás, presida nuestras vidas, quizás no necesitaremos tanta norma y tanta ley.
Tengo también claro que debe comenzar en la familia y en la educación el ejemplo y la propagación de este carácter. Y me temo que no se está por esta labor. Pues, ¡lo pagaremos!
A tiempo estamos de corregir el tiro.
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