Tribuna
Ucrania y los cambios dentro de la UE (y III)
Desde una perspectiva española, la actual situación internacional exige recuperar, en primer lugar, un consenso interno que haga posible el establecimiento de políticas de Estado en materia exterior
Los cambios geopolíticos que se han suscitado en el plano internacional, desde el inicio de la guerra convencional entre Rusia y Ucrania, han obligado a los principales actores internacionales a redefinir sus estrategias y ajustar sus prioridades en el ámbito multilateral, regional y subregional. La UE y sus Estados miembros tratan de moverse estratégicamente para posicionarse ante eventuales transformaciones radicales en el orden internacional liberal.
En este complejo escenario, la respuesta inmediata de la UE ha sido multiplicar sus contactos y su presencia en regiones que considera claves: Este de Europa, Balcanes Occidentales, Cáucaso, África, América Latina y Asia Pacífico. Para una acción exterior robusta hacia todas estas áreas geográficas es fundamental armonizar las distintas visiones políticas existentes. Sin embargo, la actual fragmentación del poder político en la UE y la elevada competencia entre países comunitarios dificulta siquiera que estos alcancen acuerdos en cuestiones coyunturales. Respecto a los asuntos estructurales, como la sustitución de la cláusula de la unanimidad por el voto por mayoría cualificada para hacer más ágil la toma de decisiones en el ámbito de la PESC o el establecimiento de una autonomía estratégica, el acuerdo parece aún más laborioso. Hasta el momento, las distintas visiones geopolíticas dentro del bloque comunitario se han logrado superar solamente en cuestiones concretas y a instancias de EEUU.
Desde una perspectiva española, la actual situación internacional exige recuperar, en primer lugar, un consenso interno que haga posible el establecimiento de políticas de Estado en materia exterior. Es evidente que en la actualidad no se cuenta con tal consenso. No obstante, este no solo es básico para superar la anomalía actual en materia exterior, sino que es crucial si realmente se quiere relanzar la proyección estratégica de España en sus ejes de interés permanente: Europa, Iberoamérica y el Mediterráneo.
En el ámbito europeo existe entendimiento político, económico e institucional acerca de la importancia estratégica que tiene Europa para España. Ningún partido impugna el hecho de que la UE debe seguir siendo el eje central de la política exterior española. Este consenso resulta imprescindible para que España recupere un rol central dentro del esquema de poder comunitario. Por consiguiente, se trata de un factor determinante para avanzar no solamente en los legítimos intereses relativos al tema de la soberanía de Gibraltar, sino también para ejercer presión para que la utilización de las aguas territoriales del Peñón por parte del Reino Unido no se convierta en un elemento de grave amenaza para la seguridad nacional, como lo es la presencia de submarinos nucleares británicos –las consecuencias del accidente de Palomares siguen vigentes–.
En el marco de las relaciones con los países iberoamericanos, no existe una visión común entre las principales fuerzas políticas españolas. De hecho, existen múltiples visiones. En consecuencia, una política exterior consensuada hacia esta región deberá abordar necesariamente qué orientación ha de prevalecer hacia Iberoamérica: ¿Un enfoque pragmático o uno ideológico? La actual división ideológica entre las fuerzas políticas españoles respecto a esta región ha relegado al país a un segundo plano frente a aquellos actores comunitarios que han adoptado un enfoque basado en el pragmatismo político en sus relaciones con Iberoamérica. No parece del todo factible que se pueda convencer al conjunto de la UE acerca de la importancia estratégica que tiene Iberoamérica para los intereses comunitarios si en el plano interno España no recupera antes una política exterior de consenso hacia esta región.
Las relaciones con los países del norte de África son quizá las que entrañan una mayor complejidad para la política exterior española. Si bien hay un enfoque común sobre cuál ha de ser el rol de España respecto a los países del Sahel y del Golfo de Guinea, este no existe para la región del Magreb. La tradicional rivalidad política entre Marruecos y Argelia, además de la estructura de alianzas externas de éstos, hace difícil que España pueda proyectar hacia esta región una posición consensuada sin entrar en contradicciones políticas o de intereses. Y, sin embargo, será necesario alcanzar un enfoque común. Pues, al igual que ocurre con el caso iberoamericano, no va a resultar fácil atraer la atención de socios y aliados sobre la importancia del Flanco Sur si en el plano doméstico no se asume antes una visión de consenso hacia esta región.
En definitiva, una política exterior coherente en el tiempo y consistente con los intereses permanentes requiere de un sólido consenso nacional entre las fuerzas políticas, económicas e institucionales. Para los desafíos geopolíticos que se avecinan no es suficiente un enfoque unilateral. Cualquiera que sea el gobierno que surja de las elecciones a las Cortes Generales del próximo mes de julio tendrá que lidiar con esta realidad. De lo contrario, España seguirá teniendo un peso por debajo de su poder estructural en la UE, una posición secundaria en Iberoamérica y un enfoque siempre titubeante en el Magreb.
Youssef Louah Rouhhou.Analista de asuntos internacionales.
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