Tribuna

Las verdades ocultas de Paracuellos

Quién sabe si por esta razón, caído el gran oso soviético, el doctor Henny pudo por fin vivir sin miedo a que pudieran ajustarle aún las cuentas por haber ido en su juventud a España a tratar de salvar a Cecilio de Lora y a Fermín Saleta, como a otros tantos miles de españoles, de las fauces de una guerra civil despiadada y brutal.

El pasado mes de mayo el profesor Pablo de Lora publicó «Recordar es político (y jurídico). Una desmemoria democrática». No es sólo una reflexión sobre las memorias obligatorias dictadas desde el poder, sino una indagación sobre el destino de su abuelo paterno, Cecilio de Lora Ibáñez, de 34 años, capitán de Infantería retirado, asesinado el 28 de noviembre de 1936 en Paracuellos del Jarama, con una expedición de presos de la cárcel de San Antón.

El 7 de noviembre, tres semanas antes del fusilamiento del abuelo de Pablo de Lora, había sido asesinado en ese mismo lugar mi tío abuelo Fermín Saleta Victoria, de 58 años, teniente coronel de caballería retirado, dentro de una expedición de la cárcel Modelo.

Paracuellos ha sido siempre en nuestras familias una cadena de preguntas sin respuesta. Fue el hallazgo de una de esas respuestas lo que me impulsó a indagar también, como Pablo de Lora, sobre este episodio en «¡Detengan Paracuellos!». Sorprendentemente, ese descubrimiento tiene relación con el destino de Fermín Saleta, pero también con el de Cecilio de Lora.

Siempre había pensado que mi tío abuelo Fermín fue detenido por milicianos arbitraria o aleatoriamente un mal día, por una coincidencia fatal. Por aquello de la represión «incontrolada» que a tantos ha convencido siempre.

Hasta que documenté un episodio del que ningún historiador había dado cuenta: a mediados de octubre de 1936 se ejecutó en Madrid durante cuatro noches seguidas una gran redada perfectamente planificada y organizada por el Ministerio de Gobernación, casa por casa, calle por calle, barrio por barrio, para detener a militares retirados, considerados una amenaza como potenciales «quintacolumnistas». Ahí fue cuando Fermín es detenido en su casa, en la noche del 15 de octubre, y Cecilio en la suya, la noche del 16.

Y aquí entra el protagonista de mi libro sobre las masacres de Paracuellos: el pediatra suizo Georges Henny, de 29 años, llegado a Madrid, voluntario, como delegado de Cruz Roja Internacional.

El 23 de octubre, una semana después de la detención de Fermín y de Cecilio, sus superiores notifican a Henny que conceda prioridad a la seguridad de los presos de las cárceles ya que «por la próxima toma de Madrid corren el riesgo de ser masacrados». Alguien ha debido de advertir a Ginebra que la gran redada forma parte de un plan siniestro a punto de ser ejecutado. Un plan que no es fruto de ninguna improvisación, de ninguna decisión precipitada.

El 2 de noviembre, en nombre de Cruz Roja Internacional y del Cuerpo Diplomático, Henny escribe al jefe de gobierno socialista, Francisco Largo Caballero, para recordarle que los presos desafectos son prisioneros de guerra protegidos por las convenciones internacionales.

Largo Caballero responderá a Henny el 4 de noviembre con una evasiva, diciéndole que de la protección a los presos ya hablarán en otra ocasión. Tres días después, el 7 de noviembre, mientras los franquistas tratan de asaltar la capital, comienzan las primeras «expediciones negras», que se prolongarán hasta el día 3 de diciembre, con el asesinato de más de 2.500 presos, entre militares, religiosos, profesionales liberales, obreros, estudiantes…

Los días 15 y 16 de noviembre la Modelo es evacuada. Los nacionales han cruzado el Manzanares. Están a un tiro de fusil de la prisión. Henny visita la cárcel bajo un bombardeo de la aviación y la artillería franquistas para confirmar que se hace efectiva la evacuación de los presos. Además, consigue hacerse con las listas de los presos asesinados el 7 y el 8 de noviembre, lo que denunciará a Ginebra. En su lista 208 está trágicamente el nombre de Fermín Saleta, con el número 604.

También elabora Henny las listas de presos que están siendo trasladados a otras prisiones. En su lista 206, la de los evacuados a la cárcel de San Antón, figura esperanzadamente Cecilio de Lora, inscrito con el número 298, aunque ese día escribe una carta de despedida a su mujer, convencido de su destino. Este destino le saldrá definitivamente al encuentro el 28 de noviembre, cuando es conducido también a Paracuellos.

Las sacas serán finalmente suspendidas tras el segundo nombramiento de Melchor Rodríguez como responsable de las cárceles madrileñas. El «Ángel rojo» asume que los presos no combatientes son prisioneros de guerra protegidos por las convenciones internacionales, tal y como había reclamado Henny.

Su papel en la denuncia y paralización de las matanzas le va a costar caro a Henny. A principios de diciembre, ve su vida gravemente amenazada. Así lo dice en una carta a su hermana. Decide abandonar Madrid. El día 8 de diciembre despega de Barajas en un avión de la embajada francesa. Pocos minutos más tarde, el aparato es derribado por un caza soviético de la aviación republicana, pilotado por un ruso.

Henny sobrevive al derribo con una bala incrustada en el gemelo derecho. El día 17 de diciembre sale de España para no volver nunca más, convencido de que el ataque aéreo iba dirigido a asesinarle.

Su biografía se difumina desde entonces en su discreta vida como médico en el municipio ginebrino de Grand-Lancy. Allí muere en 1991, con 84 años, coincidiendo con el derrumbe de la URSS. Quién sabe si por esta razón, caído el gran oso soviético, el doctor Henny pudo por fin vivir sin miedo a que pudieran ajustarle aún las cuentas por haber ido en su juventud a España a tratar de salvar a Cecilio de Lora y a Fermín Saleta, como a otros tantos miles de españoles, de las fauces de una guerra civil despiadada y brutal.

Dios le bendiga por ello siempre.

Pedro Corral es autor de «¡Detengan Paracuellos!»