Con su permiso
De Washington a Maracena
Lo del número dos del PSOE imputado y las detenciones de unos cuantos comerciantes de votos es aún más indigesto para sus electores que el contundente plato hondo de los etarras con Bildu
Hoy es jornada de reflexión. Arturo se sienta a reflexionar.
Veamos: si nos dan un día para pensar antes de enfrentarnos al compromiso con la urna –o al de no acercarnos a ella, que también puede valer– es para que, apagado el estrépito de la campaña, podamos serena y silenciosamente sopesar la marea argumental de los partidos sobre la forma en que mejorarán la vida de los ciudadanos. A ver.
Tic,ta,tic,tac.
Silencio.
Vaya por Dios. Nada por aquí.
Pasemos entonces a calibrar el grado de cumplimiento de esos mismos partidos con respecto a lo prometido.
Tic,tac,tic,tac.
Un leve rumor. Aquí podría haber algo más. Pero lo cierto es que en la mayoría de los casos, o queda mucho por hacer o cabe aplicar aquello de si lo he dicho no me acuerdo.
Probemos entonces a reflexionar sobre lo que las candidatas y candidatos a las alcaldías han aportado de nuevo al debate local.
Tic,tac,tic,tac.
Algo más de chicha, sí. La cercanía es lo que tiene. Pero, se pregunta Arturo, ¿ha sido esta opción la más sonada? ¿Ha estado la campaña electoral marcada por las nuevas soluciones, las propuestas o incluso la constatación de lo hecho en los años de gobierno local autonómico o municipal?
Pues francamente, no.
El ruido de fondo, más aún, el primer plano de lo visto y oído en este periodo de supuesto debate para el mejor gobierno de municipios y autonomías han sido el griterío, los zurriagazos políticos y el hedor incómodo de corruptelas. Alguna con sesgo criminal, como lo del secuestro de la concejala disidente.
Hemos tenido una campaña en la que el jefe del partido gobernante y cabeza de gobierno empezó en Washington y acabó en Maracena, el jefe de la oposición jugó bazas que en algún caso se volvían contra él desde su propio partido, una vicepresidenta ha sumado tanto que ha hecho campaña por tres formaciones distintas, y la Justicia se ha metido en la olla –consciente o no– descubriendo en el final de etapa compra de votos y supuestas ramificaciones de altura en un secuestro «político».
Todo ello, que no es lo único, pero la memoria de Arturo no es perfecta ni lineal, salpimentado con el clásico aderezo de división en la izquierda, y encuestas que, salvo la del CIS de Tezanos, coinciden en vaticinar su caída en el desafecto de la ciudadanía de pueblos y capitales.
Arturo escuchaba esta semana a un comentarista político ironizar con que a la vista de los últimos acontecimientos preelectorales Pedro Sánchez acaso estuviese rogando a quien corresponda que volviera lo de Bildu que tanto canguelo provocó en Moncloa. Lo del número dos del PSOE imputado y las denuncias y detenciones de unos cuantos comerciantes de votos de su partido es aún más indigesto para sus electores presentes o futuros que el contundente plato hondo de los etarras con Bildu. Y la petición de suplicatorio para el primo de la alcaldesa de Maracena, cerrando una campaña que empezó en el despacho oval de la Casablanca no tiene parangón como metáfora del campañón que le han hecho los suyos al jefe. Se les fue la mano con el incesante río de promesas, tan caudaloso que terminó alimentando el escepticismo –lo poco agrada y lo mucho enfada, escuchaba él en casa de pequeño–, les estalló lo de Bildu, y cuando empezaban a respirar, comercio de votos y la cosa cutre y salchichera del secuestro de la concejala. Hasta el gran muñidor Bolaños se vio envuelto en el maleficio cuando pronosticó que Manolo sería el alcalde de Mojácar en las vísperas de que le detuvieran y empuraran a su hombre de confianza. De Manolo.
Reflexiona Arturo en la jornada de reflexión sobre los elementos que la clase política en busca de afirmación y apoyos ofrece a la ciudadanía para reflexionar. No son ciertamente programas o propuestas que ilusionen. A riesgo de ser injusto, no encuentra propuesta o novedad mínimamente sólida. Sobresale la espuma de todos estos sucedidos y noticias, enfrentamientos y digodiegos que sometidos a una reflexión madura llevarían como mínimo al desaliento.
Pero sucede que nos hemos habituado a esta especie de dialéctica de la sordera interminable, que hemos aceptado que la política navegue o naufrague, según se mire, en una campaña electoral permanente y tosca. O permanentemente tosca.
Y cuando llega el tiempo de votar normalizamos que el habitual estrépito se multiplique y amplíe con promesas que a saber si se cumplen y el relato de méritos tan exagerado como el currículum de un novato.
No solo vivimos en una campaña electoral permanente, sino que ya empezamos a aceptar que unas elecciones pueden tener más valor por lo que anticipan de las siguientes que por lo que tendrían que aportar y resolver por sí mismas.
En la jornada de reflexión, Arturo reflexiona sobre lo inútil de la jornada, sobre lo engañoso de llamar campaña electoral al aumento de decibelios del áspero y estéril debate público, sobre lo arcaico de impedir las encuestas unos días antes, sobre lo falso de un debate público que solo mira a las elecciones siguientes, sobre esa mirada a lo de mañana como una primera vuelta de las generales de diciembre, como si las soluciones reales no estuvieran más cerca, en ayuntamientos y en comunidades que en los pactos –con minúscula– de la Moncloa.
Feliz reflexión a todos.
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