Hospitales
El padre Julián y los capellanes de hospital que no quiere la izquierda
Compromís los quiere fuera. Tras la petición de la coalición nacionalista valenciana al nuevo Gobierno para que acabe con este servicio religioso, LA RAZÓN acompaña en uno de sus servicios al cura del Hospital 12 de Octubre
«Mientras recorres la vida, tú nunca solo estás.....». Los cánticos que cierran la Eucarístia de las 18:00 horas del sábado no consiguen amortiguar los sollozos de la mujer sentada en los últimos bancos de la capilla del Hospital 12 de Octubre. Está allí como si fuera el único lugar donde pudiera encontrar una respuesta desesperada a lo que ha pasado con su hija, de 20 años, ingresada en la UCI tras un intento de suicidio. Sus ojos llaman a la desesperada a Julián, que ya se ha bajado del altar. Le piden, le suplican. El capellán del hospital ya sabe que tendrá una guardia dura. El día también ha sido complicado. Como la mayoría, en realidad. Ha visitado a unos padres en el materno-infantil que le han pedido el bautismo para su hijo recién nacido y gravemente enfermo, y a dos hombres mayores que han intentado quitarse la vida por una soledad insoportable. «Solo a uno de ellos han venido a verle y han sido dos vecinos», lamenta Julián mientras niega con la cabeza. «La deshumanización es tremenda», apostilla.
“¿Dónde estás, señor?”
«¿Qué es esto, Señor? ¿No te habrás equivocado en algo? ¿Dónde estás? ¿No somos tus hijos?». Reconoce este sacerdote que pese a llevar casi 30 años trabajando codo a codo con el sufrimiento humano, todavía le sigue haciendo estas preguntas. «Pero es que el hospital es muy duro, durísimo». Lo cuenta mientras termina de colocarse la bata blanca en la sacristía, en la séptima planta del mastodóntico edificio. Le espera la familia de un señor de 82 años para que le dé la unción. Es casi imposible seguirle el paso sin perderle de vista. Se conoce cada pasillo, cada atajo. Pero no siempre fue así. «El primer día que me quedé solo haciendo el servicio tuve que llamar al guardia de seguridad a las dos de la mañana para que me llevara a la habitación donde descansamos», cuenta divertido. De eso hace ya 27 años, pero todavía recuerda «el sentimiento de susto» que le invadió al quedarse «solo frente al peligro». Julián es un bromista nato. ¿Cómo si no podría trabajar en un sitio así sin caer en la más profunda de las tristezas? En su primer día ya tuvo que dar la unción al tío de un enfermero «y me impresionó mucho». No por ver de cerca a la muerte, dice, sino por todo lo que acontece en su antesala. Su relación con la parca viene de mucho antes, cuando le dieron su primera parroquia en Camarma de Esteruelas, un pueblo a siete kilómetros de Alcalá, cerca de Meco, y más tarde cuando le destinaron a Brasil como misionero junto con otros curas diocesanos de Madrid. A los 39 años entró como capellán del 12 de Octubre y allí ha visto morir a mucha más gente que en sus anteriores destinos, también a su padre. «Pero ni de lejos ha sido el momento más duro», afirma. Porque Julián fue testigo directo del ensañamiento del VIH con los jóvenes de San Fermín, Villaverde, Leganés, los barrios a los que da cobertura este centro hospitalario. «Me acuerdo de una madre que perdió a sus cuatro hijos, era una superviviente... con el tercero la pillamos trayéndole su dosis porque la metadona no era suficiente para calmarle, pero ¿qué le vas a decir? Era su hijo. Cualquier cosa para no verle sufrir». «Creo que es lo más duro que he vivido aquí», aunque también «fueron muy duros los años de la crisis, muchos suicidios...».
Lágrimas de humanidad
Pero nada comparado con los niños. «Siempre me han hecho temblar las rodillas». Hay cosas a las que no se acostumbra uno. «En esas situaciones hay que callarse, hablar muy poco. Me digo para mis adentros, ‘‘quieto, aguanta’’». Y no esconde que ha llorado muchas veces, «¿cómo no voy a llorar?», y que se ha limpiado las lágrimas con naturalidad «porque son una señal de que soy humano». «Yo siempre digo una cosa, si algún día no me duele el sufrimiento de los pacientes y sus familias agarro la bolsa y me voy, ¿qué sentido tiene si no?».
Él afirma que está en el hospital para escuchar y para acompañar. «Naturalmente soy sacerdote y una parte esencial de mi ministerio es administrar los sacramentos de sanación», pero no es lo más importante de su labor porque «el enfermo nos ve y nos trata de forma diferente a los de su entorno». Y, ahí precisamente, está la clave. Los capellanes en los hospitales, detalla Julián, son esenciales para romper la espiral de silencio que se crea en las habitaciones: «El enfermo no habla para que la familia no sufra y viceversa.. Les digo que es un error porque hay que dejar todo dicho y reconciliarse con el hijo, con el hermano... también con uno mismo, aunque esa es la parte más difícil». También para hacer compañía a la cantidad de personas que ingresan solas, «muchos son no creyentes y me lo dicen, pero necesitan a alguien para conversar o para que simplemente les traiga una botella de agua de la máquina». Para dar respuestas a los que se preguntan «¿por qué a mí?» y en las situaciones en las que no encuentra ninguna, simplemente «para coger del brazo, para estar al lado de quien sufre, decirle aquí estoy, consolarle, comprenderle».
La capilla del 12 de octubre permanece abierta 24 horas al día los siete días a la semana y de lunes a domingo también hay misa, «dos los días de diario y los domingos tres». Es atendida por cinco curas, los mismos con los que cuentan los grandes hospitales de Madrid, para que el servicio pueda ser continuo, tanto de día como de noche. Desde los acuerdos Iglesia-Estado firmados en 1979, la Iglesia española ofrece asistencia religiosa en los centros hospitalarios y cuando se transfirieron las competencias de Sanidad a las autonomías, son éstas las que establecen los convenios con los diferentes episcopados. Según la Orden de 20 de diciembre de 1985 por la que se dispone la publicación del acuerdo sobre Asistencia Religiosa Católica en Centros Hospitalarios Públicos, que se firmó con un gobierno socialista, el Estado debe «garantizar el ejercicio del derecho a la asistencia religiosa de los católicos internados en los centros hospitalarios del sector público». También dicta que serán las arcas públicas las que deben financiar tal servicio y establece que el número mínimo de capellanes dependerá del tamaño del centro: hasta 100 camas, un capellán a tiempo parcial; de 100 a 250, un capellán a tiempo pleno y otro a tiempo parcial; de 250 a 500, dos a tiempo pleno y uno a tiempo parcial; de 500 a 800, tres a tiempo pleno; más de 800 camas: de tres a cinco capellanes a tiempo pleno.
Eliminar el servicio
Ahora los socios del nuevo Gobierno pretenden acabar con este servicio. Compromís pidió en el Senado eliminar la presencia de capellanes en los hospitales con la excusa de garantizar la laicidad del Estado. Julián prefiere no entrar en política, pero tan solo basta su ejemplo, pasar unas horas con él por los pasillos del hospital, para darse cuenta de que el consuelo al que sufre no debería ser negociable. La asistencia de estos sacerdotes va más allá de lo religioso. «Yo le digo a los que trabajan en enfermería que son ellos, porque son los que están a pie de cama, los que deben descubrir las necesidades espirituales del paciente para poder satisfacerlas». Aclara Julián que éstas, muchas veces, no tienen por qué ser religiosas, «pueden ser de reconciliación, de dejar su vida arreglada, de hablar, de sentirse querido, escuchado». Los enfermos, subraya, «tienen el derecho a eso y alguien el deber de ofrecérselo». Insiste en que toda persona creyente tiene necesidad de ser atendido en su fe, «sea cual sea». En ese sentido, explica que en el 12 de Octubre cuentan con la colaboración de un pastor evangélico y de otro para la comunidad ortodoxa desde 2011, cuando se firmó un histórico acuerdo entre la Comunidad de Madrid y el Consejo Evangélico (CEM) , validando oficialmente la atención evangélica a pacientes que así lo requieran en los hospitales públicos.
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