Religion

El paso de Dios

Textos de oración ofrecidos por el sacerdote – vicario parroquial de la parroquia de La Asunción de Torrelodones, Madrid

Christian Díaz Yepes

Entra Jesús a Jerusalén y este es el paso de Dios por la vida de los hombres.

No es un peregrino más que repite una costumbre. No lo hizo así la primera vez, cuando fue rescatado en su templo a precio de dos pichones. Tampoco a los doce años, cuando mostró que un niño transparenta más a Dios que los argumentos de los doctores. Hecho un hombre sacó allí el látigo para volcar las mesas de los que negocian con lo santo. Ante la adúltera, mostró la misericordia de Dios que pone a cada uno en su lugar. Junto a sus acequias se ha ofrecido como el agua que sacia a quien anhela, la luz que ilumina a los ciegos. Y ahora, al avistar de lejos de lejos la ciudad, no llora con la emoción del que espera sacar algo al alcanzarla, sino con el desgarro de quien viene a darlo todo:

“¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la gallina junta a sus polluelos bajo sus alas, mas tú no quisiste” (Mateo 23, 37).

Pero ha llegado la hora en que sí los reunirás a todos: justos y pecadores, fieles e incrédulos, lo más sublime y lo más abyecto. Desde los pies que lavas como siervo hasta el beso del traidor. Desde el perdón al amigo que te niega hasta los escarnios en la calle, tu sudor de sangre y la mujer que enjuga tu rostro. Desde tu rendición en confianza al Padre hasta sentir su abandono. Todo. Todo reunido bajo tus brazos extendidos entre el cielo y la tierra. Todo a la medida de tu desmedido amor.

Entras a la ciudad conquistada por David, de quien proclaman entre palmas que eres hijo. Pero tú vas mucho más allá, porque sabes quién es tu verdadero Padre y lo que cuesta conquistar algo para su reino. Prosigues al paso de un animal poco noble. Porque desde el establo de Belén hasta el Pretorio, empleas siempre el mismo modo de llegar al hombre: tomando el último lugar. Este es el modo Dios y este es el hombre. Aclamado por un momento y rechazado poco después. Recibido entre vítores y despreciado por los necios. No te detienes en ese paso porque es el paso de Dios que ama sin miramientos.

Es este paso, Señor mío, el que nos congrega también hoy. Expectantes y abrumados, entre el fervor y el dolor. Colgamos una rama de olivo en nuestras puertas para abrirlas a ti, que nos abres el cielo en tu costado abierto. Y adoramos el paso donde queda todo consumado y son unidos nuestra pequeñez y tu grandeza. Saciada nuestra hambre con el pan que partes y compartes. Rescatados de la muerte a precio de la tuya. Sepultada nuestra miseria en el sepulcro que dejarás abierto.

Concédenos rendirnos a este paso que sale al paso del nuestro. Que no quedemos lejos de lo eterno por no repetir este año los gestos con que hasta ahora te adorábamos. Rescátanos desde el templo de tu cuerpo que levanta los nuestros. Danos la límpida visión de los niños que honras como a maestros. Que no seamos de los que ignoran tu paso y no disponen el suyo para amar contigo hasta el extremo. Entra también hoy a nuestras ciudades en desconcierto. Entra pobre para acercarte a los pobres y enfermos. Recuérdanos que así entra Dios a la vida de los hombres. Recuérdanos que así quieres que hoy te encontremos y te amemos.