Religion

La puerta del redil

Textos de oración ofrecidos por el sacerdote – vicario parroquial de la parroquia de La Asunción de Torrelodones, Madrid

Christian Díaz Yepes

El pasado invierno un joven de mi parroquia me contó la aventura que vivió para llegar a tiempo a un examen de la universidad, a pesar de que la puerta exterior de su casa se había atascado por la helada nocturna. Después de intentar abrirla de varias maneras, decidió llamar a su padre, aun cuando este se encontraba de viaje a miles de kilómetros. A primera impresión pareciera un acto sin sentido. ¿Qué podía hacer su padre, sino preocuparse? ¿No podía este estudiante de ingeniería haber ideado el modo más práctico para salir por sí mismo de casa? Ciertamente sí, pero su reacción tenía un significado más profundo. No era que le detuvieran la falta de capacidad o la indecisión, sino todo lo contrario. Le estaba moviendo la certeza de ser amado por su padre. Él no necesitaba que este le dijera cómo desatascar la puerta, sino saberse acompañado por quien le ama en toda adversidad. Al final pudo salir por sí mismo y no perder su examen, pero ante todo experimentó la satisfacción de ser acompañado por su padre para salir del encierro a la libertad.

Cristo se nos presenta este domingo como esa puerta por la cual Dios Padre nos invita a pasar para ganar la vida en plenitud: “Yo soy la puerta de las ovejas… quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos” (Juan 10, 7. 9). Para ser parte de los que él guía no hemos de pasar por una puerta inerte, sino por la puerta viva y vivificante que es él mismo; no solo hemos de atender su voz de Buen Pastor, sino también atravesar el umbral de la salvación que es la cruz desde la que nos ha amado hasta el extremo. Es decir, no solo hacer lo que Cristo nos dice, sino pasar con él del encierro a la libertad, de la muerte a la vida en plenitud cargando con amor y confianza nuestra cruz de cada día. Él mismo nos promete el resultado: “yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante” (v. 10). El místico medieval Johannes Tauler comenta que este redil, cuya puerta es Cristo, es el corazón de Dios Padre, adonde el Salvador nos adentra para que vivamos con paz y confianza de hijos. Es decir, él nos hace entrar en un aprisco donde no quedamos encerrados, sino al contrario, donde nos hacemos más libres al salir de la dispersión de todo lo externo que no termina de colmar nuestro ser. Por eso queremos estar unidos a Dios; no para que simplemente nos dé la solución de nuestros problemas, sino para buscarla nosotros con la libertad, la creatividad y tantos otros dones que Él nos da. Esto lo logramos pasando con Cristo de una existencia caduca a la plenitud de la vida de quienes son amados por el Padre y por eso comparten este gozo como hermanos entre sí.

El evangelio de “la puerta” coincide con el inicio de la salida del confinamiento que hemos vivido por 50 días. Ha sido un tiempo para resguardar nuestra salud física, ciertamente, pero también para volver a nosotros mismos, para reencontrarnos con los nuestros en casa y también interesarnos por tantos más. Tiempo para tomar conciencia de nuestra fragilidad y a la vez de la fuerza de nuestra solidaridad; de la necesidad que tenemos unos de otros y también de la capacidad de ayudarles. Todavía nos queda un buen trecho a recorrer para que nuestras vidas vuelvan a la normalidad, pero por eso mismo hemos de preguntarnos qué tipo de vida esperamos alcanzar. ¿Nos conformaremos solo con una vida “normal” o procuraremos alcanzar una más alta, con mayor conciencia, compromiso y entrega de lo mejor de nuestro ser? No es lo mismo poder salir de casa que ser libres, estar vivos que vivir, simplemente existir que tener vida en abundancia. ¿Queremos seguir siendo igual que antes, tan replegados en nosotros mismos? El confinamiento bien nos puede servir como toque de atención para preguntarnos cuánto nos estábamos aislando de Dios y de los demás. Tocar tan de cerca el dolor, la fragilidad humana y la muerte nos tiene que hacer entrar en un nuevo nivel espiritual, con una mayor sabiduría y solidaridad. En definitiva, con un amor mayor que nos conduzca a una mayor santidad. Por eso desde ahora no solo empecemos a abrir la puerta de nuestras casas por nuestra propia cuenta, sino ante todo llamemos a nuestro Padre para que nos ayude a salir de nosotros mismos e ir al encuentro de quienes reconocemos como hermanos. Ahí se juega la diferencia entre una persona más que sale al exterior y uno que vive en plenitud.

Por la puerta que es Cristo que hemos de pasar. Su amor hasta el extremo de la cruz, que vence el mal y la muerte, es el umbral que hemos de atravesar para conquistar la vida verdadera. Cada esfuerzo espiritual, cada mirada de esperanza ante lo adverso, cada renuncia, cada elección del amor y la verdad son ese pórtico hacia la luz. Contemplemos la puerta por la que Dios nos invita hoy a pasar desde el encierro en nosotros mismos hacia una vida que se proyecta mucho más allá de nuestro breve paso por este mundo. Mantengámonos unidos a Él para dar este paso de libertad y confianza. Haciendo así seremos mucho más de lo que antes fuimos, con una nueva conciencia de nuestra dignidad y de los dones que tenemos para ofrecer.