Benedicto XVI
«El nuevo Papa no debe temer a los ''lobos''»
Antonio Cañizares- Cardenal Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos
«A los españoles se nos pide ahora que se note que somos cristianos de verdad, y que estemos en primera fila de los que apuestan por el hombre»
–A usted, que trabaja codo con codo con Benedicto XVI, ¿qué sensaciones le está generando la renuncia del Santo Padre?
–Sorpresa, dolor, preocupación, asombro, admiración, pero sobre todo, paz, serenidad, esperanza, agradecimiento a Dios y al Papa, amor grande a la Iglesia y afecto filial al Santo Padre. Una gran llamada a la fe y a la confianza plena en el Señor, que lleva la Iglesia.
–¿Cuál es la mejor lección que ha aprendido durante estos años que ha permanecido con el Papa?
–Destaco su fe, el primado de Dios en su vida, Dios por encima de todo, buscar siempre la voluntad de Dios, su sentido de oración y adoración. Y junto a ello, su grandísima humildad, su cercanía, su comprensión, su capacidad de escucha y de acogida, su amor a la Iglesia.
–¿Qué valores ha descubierto o reforzado en su trato personal?
–He reforzado muchos, pero diría que los mismos que acabo de enumerar, y, en particular, saber renunciar a sí mismo, su capacidad para despojarse de sí mismo y no buscar ni importarle otra cosa que la gloria de Dios y servir a la Iglesia: esto es muy importante, ahí está la base de todo, lo esencial.
–¿Cómo ha evolucionado la Iglesia durante el mandato de Benedicto XVI?
–La Iglesia ha seguido caminando por las sendas que marca la acción de Dios, que hemos visto en los anteriores Papas, particularmente en Juan Pablo II. Son las sendas trazadas por el Concilio Vaticano II: profundizar en la renovación querida e impulsada por este Concilio, que es una renovación interior y encaminar a la Iglesia por las vías de la santidad, purificación, consolidación de la fe y una nueva evangelización, profundización e impulso en la renovación litúrgica querida por el Vaticano II. Así hemos visto el acento puesto en la Palabra de Dios, en la liturgia, en la Eucaristía, en los sacerdotes, en la nueva y apremiante evangelización. Y todo esto en medio de un mundo que se aleja de Dios por la secularización y las formas de vida y quiebra moral, criterios de juicio y pensamiento en contraste con el Evangelio, pero que siente, a pesar de todo, la necesidad de Dios.
–¿Qué frutos podemos recoger?
–El fruto que ya podemos recoger es centramos, como Benedicto XVI ha hecho, en lo esencial: Dios, que es amor, que se nos ha revelado en el rostro humano de su Hijo, Jesús de Nazaret, y que abre a la gran esperanza y a un futuro que solamente en Él podemos encontrar. Eso esencial que es la verdad en la que se asienta la vida del hombre y que da fundamento, entraña la apuesta que ha hecho por el hombre, la defensa de realidades tan básicas como la verdad de la familia asentada sobre el matrimonio único e indisoluble entre un hombre y una mujer, abierto a la vida; la defensa de la vida; la apuesta por la razón; la apertura a las otras religiones, el diálogo con ellas, su impulso a la liturgia, su llamada a la santidad. Su aportación a la paz. Sin olvidar la llamada que su Pontificado ha hecho para la renovación y purificación de todos, particularmente de la Iglesia para que aparezca transparente y santa.
–Benedicto XVI habla de la necesidad de que aquel que esté al frente de la barca de Pedro tenga «vigor». ¿Cómo se traduce esta palabra?
–Sabe muy bien, por experiencia propia y por clarividencia sobre el hoy que vivimos y el futuro que se avecina, que no son tiempos fáciles y que para afrontarlos se necesita vigor, físico y espiritual. Él ha dado un gran impulso a la nueva evangelización: ha creado un Dicasterio para impulsarla y ha convocado un Sínodo con el mismo propósito. Y es muy consciente de que los trabajos por el Evangelio y por su difusión del Evangelio son duros, como testimonia San Pablo y vemos en el Primer Evangelizador, el Evangelio vivo, que es Jesús. Así ha sido la historia de la Iglesia. Los mejores momentos de evangelización siempre han sido tiempos duros en los que se requiere un renovado vigor: ahí tenemos los primeros tiempos, y ahí tenemos la gran gesta evangelizadora de España en América: ¿cuánto vigor fue necesario? Al mismo tiempo, el Papa no olvida que en la barca de Pedro, va siempre el Señor y nunca se baja de ella.
–¿Cómo se imagina a ese nuevo Pontífice?
–Me lo imagino un hombre de Dios, un «amigo fuerte» de Dios, un hombre de fe y lleno de confianza en Dios que nos conduce y lleva a su Iglesia y quiere al mundo y a todos los hombres; un hombre con entrañas de misericordia y bondad, que ama profundamente a la Iglesia y se entrega por ella, que no teme a los «lobos» que puedan acecharla porque su fuerza es la del Buen Pastor y la del Buen Samaritano que no pasa de largo. Sencillamente que sea un Buen Pastor que siga las sendas del Señor y no busque otra cosa que la voluntad de Dios, un Papa santo, en definitiva.
–¿Cuál debe ser la hoja de ruta del nuevo Pontífice?
–¿Quién soy yo para decir qué ruta ha de seguir el nuevo Pontífice? La hoja de ruta la marca Dios, y el nuevo Papa, fiel a Dios, señalará esa ruta. De todos modos, como dije antes, esa ruta está trazada: es la que, en continuidad con toda la tradición de la Iglesia y fiel a su identidad, hace presente a Jesucristo, entrega a Jesucristo. La ruta de Pedro que confiesa la fe verdadera, confirma en ella, y dice al Señor, cuando otros le dejan: «¿A quién vamos a acudir? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna». O aquellas otras, dichas al paralítico a la puerta del templo: «No tengo oro ni plata, lo que tengo te doy: en nombre de Jesús Nazareno, ¡levántate y anda!». La ruta, pues, de arraigados en la fe, llevar la caridad de Dios y entregarles a Jesucristo para ponerse en camino hacia el futuro grande que nos espera, el de las promesas de Dios. La ruta que marcan la fe, la esperanza, la caridad, la que han seguido los anteriores Papas, la que señala el Concilio que no es otra que intensificar la pastoral de la santidad.
–¿Qué aporta la Iglesia española en este cónclave?
–La Iglesia española aporta a este Cónclave su comunión profunda, su plegaria en todos los lugares y rincones de su geografía; y si se refiere con su pregunta a los Cardenales que entraremos en Cónclave, sin duda que aportaremos nuestra colaboración más total y sincera, dócil, a lo que el Espíritu diga a la Iglesia, nuestro amor grande a la Iglesia, nuestra plegaria intensa.
–¿Qué se nos pide a los españoles para responder a lo que Iglesia espera de nosotros?
–Lo que se nos pide es que reavivemos nuestra fe y recuperemos el vigor de otros momentos, que seamos consecuentes con ella, que mostremos cómo vivir esa fe tiene unas consecuencias en la vida moral y en todas las esferas de la vida, y que contribuyamos decididamente en la obra de evangelización, que hace surgir una humanidad nueva, formada por hombres y mujeres nuevos, con la novedad del bautismo y de la vida según el Evangelio; que se nos note que somos cristianos de verdad, y que estemos en primera fila de los que apuestan por el hombre, su grandeza y dignidad, que es inseparable de Dios.
–Usted será uno de los 117 cardenales que se sentará en la Capilla Sixtina. ¿Le genera algo de temor que los demás purpurados piensen en usted como futuro Papa?
–No me genera ningún temor, porque, entre otras cosas, no hay ningún peligro de que piensen en mí, sencillamente, porque no tengo las capacidades que se necesitan. El único temor al entrar en el Cónclave es que no esté en plena sintonía con lo que el Espíritu Santo diga a la Iglesia hoy o que no haga lo que Dios quiere.
–¿Ha pensado alguna vez en la tesitura de verse elegido Papa o es mejor evitar pensar en esa situación...?
–Ni pienso ni se me pasa por la cabeza. Además, repito –no ahora sino hace muchos años y varias veces al día– aquellas palabras de un salmo: «No pretendo grandezas que superan mi capacidad, sino que acallo y modero mis deseos como un niño recién amamantado en brazos de su madre».
–En la Eucaristía del miércoles de ceniza, Benedicto XVI hizo una llamada a superar «individualismos y rivalidades» y pidió una mayor unidad eclesial. Hay quien ha visto en estas palabras, un mensaje para los cardenales que participarán en el Cónclave... ¿Estamos intentando ir más allá con cada una de las palabras del Papa durante estos días?
–Siempre el recordarnos la necesidad de la unidad eclesial es una condición para transmitir y testimoniar la fe, para que la Iglesia sea transmisora fiel de la fe y del don recibido de Dios: «Que todos sean uno, para que el mundo crea», dijo Jesús. La identidad de la Iglesia es «ser, en Cristo, sacramento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano», leemos en el Concilio; la Iglesia es misterio de comunión y de unidad, es una. Por eso esa llamada a la unidad siempre es necesaria, pero más en estos momentos en que urge la fe y la transmisión de la fe, y el mundo necesita del testimonio de una Iglesia una y al servicio de la unidad; hoy se nos puede meter la tentación de la división, de regirnos por los criterios humanos y no los de Dios, criterios de individualismo, de rivalidad, de poder,... que no son evangélicos ni expresión de la fe en Jesucristo. Tales criterios de rivalidad y poder son una gran tentación hoy, sin duda.
–¿Resulta tan determinante para el futuro de la Iglesia que un Papa sea italiano, africano o de América Latina?
–No resulta determinante. Lo que sí es determinante es que sea un hombre de fe, un hombre santo, un hombre sabio, un pastor que confirme a todos en la fe y en la caridad, que guarde del rebaño de la Iglesia, la defienda, la cuide con mimo y la conduzca hacia fuentes de agua viva y a los pastos que necesita. No son criterio, pues, de política eclesiástica. Hay que elegir al que Dios quiere, sea de la nación que sea, pertenezca al continente que fuere.
–¿Puede conciliar el sueño durante esos días sabiendo la responsabilidad que tiene el sentido de su voto?
–Sí, concilio muy bien el sueño, y durante el día estoy rezando mucho e insistentemente, para que, con total sentido de responsabilidad, hagamos lo que debemos hacer: ser dóciles a lo que Dios quiere, mirando la realidad de la Iglesia y el mundo.
–Aunque se trata de una elección a puerta cerrada, de aquí a que se inicie el cónclave, ¿no teme contagiarse de las quinielas a pie de calle?
–En absoluto. Las quinielas no me preocupan. Quienes tienen la responsabilidad y han de elegir al sucesor de Pedro son los cardenales que participan en el Cónclave, y, con oración, estudio, observación y tantas otras cosas, actuarán consecuentemente.
–Sé que es complicado de hacerlo brevemente, pero, ¿cómo explicar a un no creyente que es el Espíritu Santo quién actúa en la elección del Papa?
–Sólo hay que mirar a los Papas elegidos desde la mitad del siglo XIX hasta hoy. Esa es la mejor explicación.
✕
Accede a tu cuenta para comentar