Iglesia Católica
En la Roja de Francisco no hay sitio para príncipes
Testigo directo
Subo a la tribuna ya empezado el consistorio. Desde allí levanto la mirada. Impacta. Una marea púrpura. La solemnidad de San Pedro. «Antes se perderá la ética que la estética», decía aquel en cada una de sus visitas vaticanas. Corroborado. El cuidado de lo formal, que también tiene fondo. Y mucho. Todo atisbo de lejanía se rompe cuando Francisco va imponiendo el capelo cardenalicio a los nuevos purpurados. Y bajan a ser acogidos por aquellos con los que comparten el haber sido hombres de confianza de los últimos Papas. Bienvenidos a la Roja. Uno a uno. No hay atisbo de protocolo en el abrazo de Carlos Amigo –arzobispo emérito de Sevilla– a Carlos Osoro –arzobispo de Madrid–. Hay amistad, y de las buenas. También entre el nicaragüense Brenes y el nuevo cardenal venezolano Porras. No hay más que ver el achuchón que se dan. Más propio de quienes comparten camiseta en el terreno de juego que de quienes quisieran ver a príncipes de la Iglesia. «De príncipe tengo poco», apostillaría Osoro. Pastores con olor a oveja. O a Vallecas. O a un barrio bombardeado de Siria. Llamados a empapar allí de donde vienen de esa Iglesia de las periferias, de esa misericordia que no se agote aunque hoy se cierre la puerta de este año jubilar.
Pero de ellos depende también el futuro. El cónclave que venga. Cuando tenga que venir. Más tarde que pronto. Pero llegará. Y lo hará, con un colegio cardenalicio más universal, que mira a lugares como Bangui convirtiéndose en el primer cardenal de África central o a Dacca, que también estrena cardenalato para Bangladesh. Hoy por hoy, votarían 121. Mientras hago cuentas, termina el acto. Con bendición papal. Me bajo de la tribuna. Y me encuentro con Osoro. Y con Porras. Ya no son marea vista desde lejos, sino la Roja de Francisco, que está a pie de calle.
*Director de «Vida Nueva»
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