Jaén
«Escuché tiros, sabía que eran para él», dice el familiar de uno de los mártires
Los familiares de los mártires vivieron la celebración entre las lágrimas del recuerdo y la alegría de ver reconocida su valentía
Los ojos enjugados en lágrimas. Inevitable. Antonio madrugó lo indecible para estar presente y en primera fila, junto a su hermano Josep María, contempló cómo su tío subía a los altares. Y lloró. Como tantas veces en casa cada vez al bucear en aquel verano de 1936, cuando fueron asesinados sus dos tíos sacerdotes, Andreu Prats y Josep Roselló. «Estábamos jugando. Entonces, entraron en casa dos hombres y me apuntaron con el fusil. Yo tenía cuatro años y pensaba que eran escobas», explica sobre el martirio del padre Andreu. También tiene grabados los gritos: «¡Que baje ese hombre!». Entonces, Antonio subió a prisa las escaleras y le dijo a su tío cura que le estaban esperando para ajusticiarle. «Me dio dos besos que siento todavía», comenta Antonio que no puede continuar con su relato. Se quiebra la voz, la mirada se humedece. A su lado, otra mujer octogenaria cierra con fuerza sus ojos. Y es que, cada una de las 4.000 sillas que ocuparon los familiares de los mártires esconde una vocación rota, unos sueños truncados. Vidas entregadas.
Quizá por esa valentía y firmeza, María, de 87 años, esboza una sonrisa. Es la hermana pequeña de Juan Huguet, el sacerdote menorquín que murió cuando llevaba apenas un mes ordenado. «Escuché los tiros, sabía que eran para él». No puede ocultar su felicidad al saber que el Gobierno incluirá a su hermano entre las víctimas de la Guerra Civil en el registro creado por el Ejecutivo socialista en el que sí se encontraba Pedro Marqués, su verdugo. «Rezamos mucho para que Pedro se convirtiera. Es más, cuando le fusilaron, mi madre y yo estuvimos rezando un rosario por él. Luego nos enteramos de que se convirtió, confesándose y comulgando antes de morir», relata, orgullosa de que «en mi familia siempre nos hayan inculcado que teníamos que perdonar de corazón».
También tuvo un gesto de misericordia la madre del párroco murciano Fulgencio Martínez con sus asesinos. «Cuando le entregaron el cadáver en una sábana a mi abuela, ella les perdonó al instante. Aquella escena era lo más parecido a la imagen de la Piedad», cuenta Esther, sobrina del nuevo beato. «Que le incluyan en el registro de las víctimas es un acto de justicia, la memoria histórica es para todos, para que esto no se repita. Ni mi tío ni el resto de mártires estaban en política». Encarna Sánchez Martínez también acudió desde Murcia para honrar la memoria de su tío, Pedro Sánchez. «Desde antes de comenzar la Guerra ya estaba señalado, porque era presidente del diario "La Verdad". Y aunque intentaron que renegara de su fe, no lo consiguieron, por eso le mataron», justifica. Encarna busca mantener viva la memoria de Don Pedro aunque no le conoció. Tampoco María Luisa Aranda tuvo oportunidad de ver a su «tito», como llama al hermano de su padre. «Manuel era seminarista cuando le mataron, tenía 20 años. Por suerte, mi padre se dedicó a recopilar y escribir de puño y letra todo lo que ocurrió y gracias a eso pudimos comenzar el proceso de beatificación», asegura. Todavía le impresiona «cómo resistió a las perrerías que le hicieron, tuvo que cavar la propia zanja donde le tiraron después de dispararle porque no quiso blasfemar».
«Aquí no hay motivo político alguno. Él no era un cura tradicional, era muy abierto», sentencia Francisca Massó, sobrina nieta del sacerdote Lluís Sans Viñals que considera necesario que «se cuente la verdad de la Historia, dejando a un lado visiones parciales. Setenta años después las familias no queremos remover nada, simplemente tener presente a quienes entregaron su vida por la fe».
Más atrás, las religiosas del Instituto Calasancio Hijas de la Divina Pastora, se detienen en el presente. En cómo explicar hoy en el aula a sus alumnos lo vivido y hacer de la madre Victoria Valverde, asesinada en Martos (Jaén). «Era una mujer pequeña a la que Dios hizo grande», explica la madre María José que siente cómo la beatificación de la primera religiosa mártir de su congregación es una «llamada a entregar la vida en lo cotidiano. Me impresiona cómo se preocupaba y cuidaba de sus hermanas de comunidad. Tuvo la oportunidad de huir y se quedó para asegurarse de que todas estaban a salvo». Y es que, entre los 522 mártires, hay 45 religiosas de cinco congregaciones. «No tiene sentido decir que estaban en uno u otro bando», reflexiona Concepción Alonso, superiora de la comunidad de Barcelona de las monjas mínimas descalzas de San Francisco de Paula: «Las nueve mártires de nuestro Instituto vivían rezando, no se metían con nadie, sólo las mataron por ser religiosas».
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