El sucesor de Benedicto XVI
La Capilla, fuera de cobertura
LA RAZÓN asiste a los últimos preparativos en la Capilla antes de la entrada de los 115 cardenales. Dos estufas, tableros de madera y sencillas sillas servirán para cambiar la historia
Conforme se suben los escalones de la Scala Regia que comunica la Capilla Sixtina con el largo pasillo al lado de la Basílica de San Pedro al que se accede desde el Portón de Bronce, los teléfonos móviles van perdiendo poco a poco su señal. Ya están funcionando los inhibidores que ha colocado el Vaticano para garantizar que, a partir del martes, cuando comience el cónclave, los cardenales no puedan tener contacto alguno con el mundo exterior.
Entramos en la Sixtina desde una puerta lateral. El efecto de encontrarse de golpe bajo los frescos pintados por Miguel Ángel es hoy mucho más sobrecogedor que cuando se hace un día habitual, rodeado de turistas y de cámaras de fotos. Nada más franquear la entrada, a la izquierda, descubrimos una estructura que llega hasta la línea de ventanas que linda con el techo. Apoyada en los andamios asciende una chimenea de bronce reluciente por la que saldrá el humo, blanco o negro, que a partir del martes atraerá las miradas del mundo.
El tubo baja recto hasta que, a unos dos metros del suelo, se divide en dos. Cada ramificación desemboca en una estufa diferente. A la derecha, de líneas redondeadas y realizada en hierro colado, está la que se usará para que los cardenales quemen las papeletas con sus votos y los apuntes que realicen durante este proceso. No debe quedar nada. En la parte superior de la estufa, vemos varias inscripciones, referentes a las distintas veces que se ha utilizado desde su primer cónclave, el de 1939, cuando fue elegido Pío XII. Hay muescas de 1958 (Juan XXIII), 1963 (Pablo VI) y dos de 1978, el año de los tres papas. La primera hace referencia al cónclave del que salió elegido Juan Pablo I; la segunda al de su sucesor, Juan Pablo II.
A la izquierda de esta estufa está su hermana, más cuadrada y moderna. Su función es complementaria. A ella le corresponde crear la fumata que anuncie si los cardenales han llegado a una decisión. Será su segunda vez, pues se estrenó en 2005. Dentro de ella se introducirán productos químicos para dar el color que se quiera al humo y evitar así los equívocos que, en ocasiones, provocó la otra estufa. Para garantizar que la fumata sale bien, a lo largo de la chimenea se han instalado resistencias para calentarla, además de un ventilador de emergencia. Las teselas que forman los mosaicos del suelo están protegidas por la superficie metálica que han colocado los operarios para aislar el pavimento original.
A pocos metros de las estufas nace la rampa que conduce a la zona de la Capilla Sixtina delimitada con una verja. Al otro lado, donde ya no nos dejan acceder, se alinean las mesas que utilizarán los cardenales durante el cónclave. Aunque ya han terminado el suelo artificial que salva los escalones y desniveles del pavimento, queda trabajo por hacer. Hay pocas sillas y los tableros lucen sólo el color de la madera: todavía no han sido recubiertos con las telas rojas y beige que se encontrarán los purpurados. De las salas anejas entran y salen operarios y, en el suelo, pueden verse bolsas con herramientas, maletines con taladros y listones tirados. También alargadores y otros utensilios.
Los periodistas husmeamos y fotografiamos todo, mucho más pendientes de las estufas, las sencillas mesas y los obreros que de los frescos de la bóveda o los del ábside, culmen de la creción de Miguel Ángel. Cuando comenzamos a mirar extasiados al techo y a parecer más turistas que reporteros, los funcionarios vaticanos nos invitan educadamente a que salgamos y dejemos nuestro lugar a la próxima riada de informadores.
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