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La discriminación de las monjas: doctoras que limpian platos

El diario vaticano denuncia la situación de muchas religiosas: «Experimentan una profunda frustración y tienen miedo de hablar».

Un grupo de monjas indican con sus paraguas el lugar dónde se daba la comunión en una misa en la Plaza Mayor de Madrid
Un grupo de monjas indican con sus paraguas el lugar dónde se daba la comunión en una misa en la Plaza Mayor de Madridlarazon

El diario vaticano denuncia la situación de muchas religiosas: «Experimentan una profunda frustración y tienen miedo de hablar».

Es el momento de las mujeres. El #MeToo ha llegado también hasta la propia Iglesia y ha sido el mismo periódico del Vaticano, «L’Osservatore Romano», el que ha denunciado la situación de muchas religiosas que, sin hacer ruido, trabajan casi como esclavas al servicio de sacerdotes, obispos y cardenales.

Bajo el título «El trabajo (casi) gratuito de las hermanas», el suplemento mensual «Mujeres, Iglesia, mundo» relata la tremenda labor que muchas religiosas hacen de manera «escondida», sin llamar la atención. Un trabajo por el que se sienten incomprendidas y, nada valoradas y por el que no reciben muchas veces ni un «gracias».

En la publicación, el periódico evita dar nombres, por lo que las protagonistas se confiesan de forma anónima para evitar problemas. La primera en hablar es Sor María, una religiosa proveniente de África, llegada a Roma hace ahora 20 años, y que acoge a religiosas de todo el mundo. Ahora, dice el periódico, «ha decidido testimoniar lo que ve y lo que escucha bajo la absoluta confidencialidad». «A menudo recibo hermanas en situación de servicio doméstico decididamente poco reconocido. Algunas sirven en las casas de los obispos o cardenales, otras trabajan en la cocina en estructuras de la Iglesia o desarrollan tareas de catequesis y de enseñanza», dice la religiosa. «Otras –continúa– trabajan al servicio de hombres de la Iglesia, se despiertan al alba para preparar el desayuno y van a dormir una vez que la cena ha sido servida, la casa ordenada y la ropa lavada y planchada».

Y, por supuesto, no tienen horarios establecidos o ciertas normas, como sí tienen los laicos. «Su retribución es aleatoria, a menudo muy modesta», denuncia también Sor María. Pero lo que más entristece a esta religiosa es que muy raramente son invitadas a sentarse a la mesa que ellas mismas disponen y sirven. «¿Piensa un eclesiástico hacerse servir la comida por la religiosa y después la deja comer sola en la cocina una vez que ya ha sido servido? ¿Es normal para un consagrado ser servido de esta manera por otra consagrada? ¿Y sabiendo que las personas consagradas destinadas a los trabajos domésticos son casi siempre mujeres?», se cuestiona. Preguntas, estas y otras que a día de hoy no obtienen respuesta.

Lo que sí admite es que esta situación suscita en muchas de ellas «una rebelión interior muy fuerte». «Experimentan una profunda frustración, pero tienen miedo de hablar porque detrás de todo puede haber historias muy complejas», asegura.

Sor Paula piensa lo mismo. «A menudo las hermanas no tienen un contrato o un convenio con los obispos o las parroquias en las que trabajan», explica esta monja, que trabaja en una parroquia. «Así sucede en las escuelas o en los ambulatorios, y más a menudo en el trabajo pastoral o cuando se ocupan de la cocina y de las tareas domésticas en el obispado o en las parroquias», algo que es «una injusticia que se verifica en toda Italia, no solo en tierras lejanas», critica.

En su opinión, parte del problema se debe a la difusión de la idea de que «las religiosas no trabajan con contrato, que están ahí siempre, que a ellas no se les estipulan condiciones». «Todo ello crea ambigüedad y a menudo una gran injusticia», apunta.

No es el único problema. Porque, aseguran, también en el trasfondo se encuentra la creencia de que “la mujer vale menos que el hombre, sobre todo que el sacerdote lo es todo, mientras que la religiosa no es nadie en la Iglesia” y “el clericalismo mata la Iglesia”, dice esta monja recordando casi con exactitud unas palabras del propio Papa Francisco.

Sor Paula también revela que ha conocido religiosas que han servido durante 30 años en una institución de la Iglesia “y me han contado que cuando se han enfermado ningún sacerdote de esas instituciones las ha visitado”. Por no hablar de que “de un día para otro las echan sin ninguna explicación”. “A veces pasa que una congregación religiosa pone a disposición a una hermana y cuando ella se enferma es enviada de nuevo a la congregación y se manda a otra, como si fuésemos intercambiables”, denuncia en el periódico del Vaticano.

Aún hay más: “he conocido a hermanas con un doctorado en Teología que de un día para otro han sido enviadas a cocinas o a lavar los platos”. Un caso concreto es el de “una hermana que había dado clase muchos años en Roma, y de repente, a sus 50 años, le han dicho que a partir de ese momento su misión era la de abrir y cerrar la parroquia, sin otra explicación”.

Otra monja, Sor Cecil critica que “las religiosas somos vistas como voluntarias a las que utilizar según convenga, algo que da lugar a abusos de poder concretos”.