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La mayor cosecha de católicos de Asia

Los cristianos han dejado de ser una minoría olvidada en Corea del Sur en menos de 50 años

La Razón
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Hace 50 años hubiera sido impensable que un Papa llenase un estadio de fútbol como el que ayer se abarrotó para escuchar a Francisco en Daejeon. Y no por el tirón del Papa argentino –al que dicho sea de paso, tratan como a una auténtica estrella y le vitorean con un «Viva el Papa» en español–. La Iglesia en Corea del Sur vive un auténtico «boom» desde mediados de los 60. En plena dictadura militar, el entonces cardenal arzobispo de Seúl, Kim Sou-Hwang, quiso acercarse a los más necesitados del país y ser refugio para los opositores sin generar revueltas, sino desde el diálogo. Fue durante sus años de pastoreo cuando se pusieron las bases del sistema educativo gratuito que hoy lidera las pruebas PISA.

Esta labor social de la Iglesia encontró eco en una sociedad que veía cómo el confucionismo no respondía a sus inquietudes y descubría en el Evangelio unos valores que respondían a un cambio de mentalidad en la nación. Las conversiones comenzaron a multiplicarse. Si en 1949 los católicos apenas representaban un 1,1% de la población, ahora son ya el 10,4%. El crecimiento parece imparable. De hecho, en el último año se han bautizado un 1,5% más de creyentes. Frente a los 81 sacerdotes de entonces, hoy se cuentan más de 4.600 curas, además de 10.000 religiosos y religiosas. Pero el desafío va a más y la Conferencia Episcopal de Corea del Sur ha puesto en marcha la campaña «Twenty-twenty» con el reto de superar el 20 por ciento de católicos en el país para 2020.

Juan Pablo II fue testigo de este cambio en sus dos viajes, en 1984, para celebrar los 200 años de presencia católica, y en 1989, para asistir al 44 Congreso Eucarístico Internacional.

Al Papa polaco no le faltaron entonces palabras de admiración: «La Iglesia coreana es única porque fue fundada enteramente por laicos. Esta Iglesia chica, tan joven y sin embargo tan fuerte en la fe, soportó ola tras ola de fiera persecución, y en menos de un siglo pudo presumir de contar con diez mil mártires. Su muerte se convirtió en levadura de la Iglesia y la condujo hacia su actual florecimiento. Todavía hoy, sus espíritus inmortales sostienen a los cristianos en la Iglesia del silencio, en el norte de esta tierra tan trágicamente dividida».

A pesar de esta primavera de fe, desde Roma miran con cautela las cifras. De hecho, el cardenal Fernando Filoni, prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, en una de las visitas preparatorias al papal, alertó a los obispos coreanos del peligro de entrar en la misma dinámica del crecimiento económico del país. «Un peligro lo representa la tendencia a la burocratización, como si la Iglesia fuera una empresa», recordó Filoni. «En Corea se vive la fe con mucha devoción, fidelidad y respeto a la liturgia. Aunque inician la catequesis con entusiasmo, la fortaleza decrece porque les resulta difícil integrar el mensaje de Jesús en lo cotidiano», explica Amparo Baquedano, carmelita misionera española que lleva cuatro décadas en el país y ha vivido en primera persona este despegar del cristianismo.

«Todavía necesitamos tiempo para madurar los frutos de nuestro trabajo, pero creo que estamos en el camino correcto», admite el padre Andrew Kim Young-jae, fundador de la Sociedad Misionera de Corea. En esta misma línea, se pronuncia el obispo de Cheju y presidente de la Conferencia Episcopal coreana, Pedro Kang U-il: «Hoy comenzamos a preguntarnos sobre la calidad de la evangelización. La Iglesia de Corea puede haber convertido un gran número de personas a nuestra religión, pero no estamos muy seguros de haber evangelizado la vida de la población coreana hasta el punto de que las personas puedan testimoniar los valores evangélicos en la sociedad».