Abusos a menores
Las víctimas que quieren ser aliadas de la Iglesia
Pese a la división de pareceres, hay un lema que mantienen los afectados que han propiciado la cumbre antipederastia del Vaticano: “Es importante que no nos vean como enemigos”
Pese a la división de pareceres, hay un lema que mantienen los afectados que han propiciado la cumbre antipederastia del Vaticano: “Es importante que no nos vean como enemigos”.
Decenas de periodistas esperaban en mitad de la carretera que bordea la columnata que Bernini construyó para delimitar la Plaza de San Pedro. Era la víspera del inicio de la cumbre, pero una reunión anunciada a última hora ponía en alerta a la prensa, como si se tratara ya de la conclusión de esta histórica cita convocada por el Papa para abordar la pederastia. La diferencia es que, en este caso, la última palabra no la diría Francisco, sino las víctimas que se encontraban reunidas con los miembros del comité organizador.
La docena de supervivientes, como se hacen llamar tras las experiencias traumáticas provocadas por religiosos abusadores, salieron sorprendidos. Nunca antes habían despertado tanta expectación. Los reporteros porfiaban por abordar a quien hablara el idioma propio. Incluso un experto que acudió con ellos vio cómo las cámaras lo esquivaban cuando ya había empezado su declaración, al aclarar que él no era víctima de abusos. Entre los protagonistas había división de pareceres, pero hubo un lema que quedó claro: «Es importante que no nos vean como enemigos, sino que somos un aliado».
El autor de la frase es Miguel Hurtado, un español de 36 años que en el pasado denunció al monje benedictino de la abadía de Montserrat, Andreu Soler. Su abusador murió hace una década, pero ahora su batalla se centra contra Josep María Soler, el abad, al que acusa de haber ocultado su caso durante años. En un vídeo grabado con cámara oculta por el propio Hurtado, el abad da a entender que no desconocía los hechos, como había declarado en otras ocasiones, y reconoce que le entregaron dinero como compensación por todo lo que le había pasado.
De modo que el joven, que estudió Psicología y ha hecho carrera en Londres, le acaba de dar un ultimátum para que dimita porque, de lo contrario, dice que presentará todos los informes que tiene al Vaticano. «Si se ha producido una cumbre de este tipo es porque los activistas hemos presionado, por eso hemos pedido al Papa que se reúna también con nosotros», apunta.
Al encuentro previo no acudió Bergoglio, sino que lo hicieron sus más fieles expertos en la materia. Pero entre las víctimas queda la extraña sensación de que se han establecido dos categorías.
Por un lado, en la cumbre a la que asisten los presidentes de las conferencias episcopales de todo el mundo y otros representantes de la jerarquía eclesiástica se han escuchado testimonios en vídeo y en primera persona de supervivientes anónimos, cuya identidad se ha querido preservar. De otro lado, están los miembros de las organizaciones mundiales más representativas y numerosas, que llevan toda la semana celebrando manifestaciones, a modo de programa paralelo de la cumbre.
Miguel traslada esta queja a la Iglesia española, ya que a pesar de que la Conferencia Episcopal ha manifestado que se ha reunido con víctimas, como pidió el Papa antes de esta reunión, a él nunca le han llamado. Tampoco a Juan Cuatrecasas, el otro español presente estos días en Roma y padre de un adolescente que sufrió abusos sexuales en el colegio Gaztelueta de Vizcaya. Peter Isely, presidente de ECA («Acabemos con el abuso clerical», por sus siglas en inglés), reconoce que «cuando Francisco fue elegido, muchas víctimas tuvieron esperanza». «Pensamos que cambiaría algo, pero ahora es el momento de aplicar de verdad esa ‘‘tolerancia cero’’, que quiere decir que ningún religioso puede seguir trabajando para la Iglesia después de abuso», añade.
El mensaje que comparte la mayoría es que están en el mismo barco que Francisco, pero que ciertos obispos y sacerdotes no pueden decir lo mismo. Juan Carlos Cruz, uno de los rostros más emblemáticos de las víctimas de abusos en Chile, es uno de quienes abanderan esta postura. «El Papa está haciendo lo que puede, pero sólo puede ser efectivo si los obispos aplican las leyes ya existentes», asegura. Tras el escándalo de Chile, que amargó el viaje del Pontífice a ese país el año pasado, el Vaticano inició una amplia investigación y se ha ido depurando su Iglesia con un buen número de dimisiones. De este modo, Cruz se ha convertido en una especie de hombre de confianza para el Papa dentro de los representantes de las víctimas.
“Alertar de los males”
En el Vaticano, los participantes en la cumbre han ido entendiendo el mensaje, como demostró el pasado viernes el prefecto del Dicasterio de la Comunicación, Paolo Ruffini, quien confesó que en los trabajos que se realizan a puerta cerrada y de los que no se ofrece demasiada información, se imponía la perspectiva de que «las víctimas no quieren atacar a la Iglesia, sino alertar de sus males». Pero si alguien grabó a fuego esta idea fue la periodista mexicana Valentina Alazraki, a la que le habían encomendado la última de las ponencias de esta cumbre. Ayer, en su discurso ante los líderes religiosos, Alazraki hizo una defensa de los medios de comunicación como responsables de dar a conocer las denuncias. «Si ustedes están en contra de los abusadores y de los encubridores, estamos del mismo lado. Podemos ser aliados, no enemigos», espetó la periodista a los presentes. «Pero si ustedes no se deciden de manera radical a estar del lado de los niños, de las mamás, de las familias, de la sociedad civil, tienen razón a tenernos miedo, porque los periodistas, que queremos el bien común, seremos sus peores enemigos», amenazó. El lema de este último día, antes de la misa entre los participantes en la cumbre y el esperado discurso del Papa en el que deberá anunciar palabras y actos, era la transparencia.
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