Santa Ana
«Shopping» por el Vaticano
Religiosas, sacerdotes y empleados hacen la compra en el único centro comercial de todo el miniestado
Sin jefe de Estado y sin gobierno y, a escasas horas de sus particulares «elecciones», la rutina vaticana no parece haberse alterado mucho una vez traspasada la puerta de Santa Ana. Como también de pan vive el hombre, a las cuatro de la tarde se complica lo de aparcar cerca del núcleo comercial habilitado para los residentes y trabajadores del Estado. Para muchos ha terminado la jornada laboral y es buen momento para ir al mercado. Religiosas, sacerdotes y empleados se surten de productos en el único centro de alimentación de todo el Vaticano cuya entrada sigue presidida por una foto de Benedicto XVI. A esta hora, por ejemplo, ya es difícil hacerse con la leche fresca de las Villas Pontificias.
En la farmacia hace falta coger un número para ser atendido, por lo concurrida que está a diario. Se escucha hablar en italiano, español e inglés porque se venden medicamentos de cualquier parte del mundo. Un español, por ejemplo, con una receta de su médico de cabecera, podría venir a comprar a la farmacia vaticana sus medicinas; eso sí, tras solicitar una autorización provisional y conseguir el beneplácito de la Gendarmería. Chanel, Dior o Yves Saint Laurent también traspasan los muros renacentistas y medievales de la Santa Sede. En la perfumería, como en el resto de comercios, no se paga el IVA. Tampoco en la gasolinera y ese ahorro supone un pellizco si tenemos en cuenta que el tipo impositivo es del 21 por ciento y el precio del carburante en Roma ronda los dos euros.
Sin escaparates ni neones
No hay quien como los romanos o, en este caso, los vaticanos, sepa aprovechar una construcción para adaptarla a los tiempos. La estación de ferrocarril erigida por Pío XI se ha reconvertido en la cuna de la sofisticación y la moda dentro del Estado, que parece elegir marcas de calidad en sus tiendas. Sería imposible adivinar desde la distancia que se trata de un equivalente Vaticano de cualquier superficie comercial española, dado que no tiene escaparates ni neones que adviertan de su presencia. Al entrar, lo único que nos indica que estamos en la Santa Sede es un retrato del ya Papa emérito que se eleva sobre los bolsos de Piero Guidi y Salvatore Ferragamo.
La primera planta está dedicada a marroquinería y perfumes. La segunda es la planta de caballero y tecnología, y en la tercera está la ropa de mujer. Por cierto, con rebajas de hasta el 50 por ciento. Bajo la modalidad de «duty free», el Estado Vaticano tan sólo percibe su parte correspondiente del beneficio comercial que se deriva de la venta de esos productos. Entre los potenciales clientes de esta superficie comercial hay que contar unas 5.000 personas, entre residentes y trabajadores de la Santa Sede. Muy próximo a este centro se encuentra el monasterio Mater Ecclesie al que se retirará en pocas semanas Benedicto XVI. Elevado en un repecho, está cercado con vallas de obra a la espera de terminar los trabajos de acondicionamiento para su futuro inquilino. Después de unas horas en el país más pequeño del mundo, no es difícil coincidir con Pío XI al afirmar que «cuando un territorio puede enorgullecerse de poseer la columnata de Bernini, la cúpula de Miguel Ángel, los tesoros de ciencia y de arte contenidos en los archivos y las bibliotecas, en los museos y galerías del Vaticano; cuando un territorio cubre y guarda la tumba del Príncipe de los Apóstoles, se tiene el derecho de afirmar que no existe en el mundo un territorio más grande y más precioso».
Un cajero automático «divino»
Si ya no queda dinero en el bolsillo y, siempre y cuando se posea una cuenta en el Banco Vaticano, se puede buscar efectivo en el cajero anexo al mercado, que nos saluda en latín, el idioma oficial. Lejos de sugerirnos a continuación contratar una póliza de seguros o un plan de pensiones, nos ofrece la imagen de la creación de Adán plasmada por Miguel Ángel en la Sixtina.
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