Tribuna

La soledad involuntaria, una patología social en su mayoría silenciosa

El derecho constitucional a jubilarse es inquebrantable, pero la obligación de hacerlo no se basa en nada serio

Persona mayor comiendo sola
Persona mayor comiendo solaDreamstimeDreamstime

Este frenético tiempo que nos ha tocado vivir hace que problemas sociales importantes puedan pasar desapercibidos. También es verdad que estamos siendo testigos de logros sociales y científicos de gran envergadura.

Somos de los que pensamos que la Ciencia y la Economía tienen que estar vinculados a la felicidad de los ciudadanos y, por tanto, a solucionar sus problemas. También es verdad que exige que nos estemos adaptando de forma abierta y no dogmática todos los días. Pero es verdad también que esta rapidez de los cambios nos impide muchas veces ver y cuantificar muchos de los principales problemas que tienen las personas, sobre todo cuando es silenciosa. Nos referimos a la soledad involuntaria, que es uno de los acontecimientos nuevos más importantes que tenemos (porque afecta a muchos ciudadanos) y porque podrá aumentar si no ponemos remedios contundentes (nos referimos a los poderes políticos).

En España, se calcula (no hay estadística ni datos definitivos) que existen entre cuatro y cinco millones de ciudadanos afectados por la soledad involuntaria.

Lo que se detecta si se es un observador social y también, porqué no decirlo, en el nuevo sistema de comunicación que son las redes sociales, es que es muy frecuente , que existe y que hay que tomar medidas ya, mañana es muy tarde. Se tienen que tomar medidas claras, donde además el factor económico no es lo más importante, lo que es importante es tomar conciencia y producto de ello proponemos crear un plan nacional de lucha contra la soledad crónica e involuntaria. Es un tema de Estado y precisa un plan específico.

En un artículo reciente de Fernando Ónega titulado «El fin de la soledad», al cual felicito, pone de manifiesto de forma brillante y literaria este problema y describe varios puntos que hay que tomar para esa estrategia que coincide con nuestra forma de pensar para poder solucionarlo. Dice Ónega que «la soledad es encontrarse encerrado en ti mismo sin posibilidad de abrir una ventana a otras personas». Nos parece muy completa esta definición y pone a flor de piel lo que ocurre realmente con este fenómeno social. Es mucho más que la exclusión social, pero en el fondo es un punto más de lo mismo.

No es sólo un problema en las personas de edad avanzada, también se da en jóvenes, pero no es menos cierto que el 20% de las personas de más de 65 años viven en soledad en un país donde hay alrededor nueve millones de mayores. La soledad crónica e involuntaria supone tristeza, ansiedad, verse aislado del resto del mundo salvo que tengas un espíritu de superación y sepas acomodarte a las cosas, lo cual no se da en la mayoría de los casos. Coincidimos con Ónega también en que vivimos en una sociedad que hace invisible a las personas de edad avanzada. Por ejemplo, si hablamos de política, en el Congreso de los Diputados el número de personas con más de 65 años en la actual legislatura es de 23, anteriormente era mucho menor, por lo tanto se puede concluir que el Congreso no es representativo del índice poblacional español, y desde luego, no es representativo de las personas mayores. Y eso hay que tenerlo muy en cuenta.

En los últimos 40 años en nuestro país se le han ganado 17 años a la vida, lo que quiere decir que los 70 años de hoy son los 55 de ayer y ahí hay una gran cantidad de personas en un limbo donde la legislación no se ha actualizado nada para ellos. Un país que jubila el talento es un país cuyo futuro se pone muy indeciso y además injusto. En la Sanidad española, que es una de las mejores del mundo, más del 30% de los profesionales médicos se van a jubilar y en la Universidad igual en menos de cuatro años, luego se vislumbra un horizonte con nubarrones muy grises que hay que solucionar y desde luego tiene que ser este tema una cuestión de Estado. El derecho constitucional a jubilarse es inquebrantable, pero la obligación de hacerlo no se basa en nada serio y se está haciendo mucho daño a la experiencia y, por tanto, al futuro del país. Y todo lo anterior contribuye a más soledad.

Todo se complica más cuando tenemos la natalidad más baja de Europa, casi la más baja del mundo desarrollado y acentuada en la pandemia. Errores demográficos que se han cometido en este país por no prevenirlos y que en caso de poner factores correctores tardaremos más de 10 años en que se vean sus efectos. La llamada «dictadura de la demografía» hace que se tengan que tomar medidas inmediatas, como actuar sobre el estímulo de la maternidad para el fomento de la misma, por tanto de la natalidad, con fórmulas ya conocidas en otros países. Mientras tanto, para mantener el estado de bienestar que tanto nos ha costado y que pertenece a todos los españoles de todas las ideologías, es preciso que se incorporen al mundo laboral más de cuatro millones de migrantes legales, que harán que el gran hueco demográfico que tenemos sea cubierto temporalmente y garantice el ansiado estado del bienestar.

En definitiva, proponemos una vez más un plan nacional de prevención y tratamiento de la soledad crónica e involuntaria que tiene que venir complementado de abajo a arriba con un registro municipal de la misma, con un registro autonómico y al final con un registro nacional de la soledad. Si no se realiza estaremos cometiendo un gran error histórico de enormes consecuencias y difícilmente perdonable. Todas las edades del hombre tienen que ser protegibles por igual.