Hallazgo
¿Qué predice la pérdida rápida del olfato?
Aunque a menudo se subestima nuestra capacidad para oler en comparación con las habilidades para ver y oír, nuestro sentido del olfato proporciona a nuestro cerebro información crítica como la detección de peligros potenciales como el humo en caso de incendio.
Ahora, un equipo de investigadores de la Universidad de Medicina de Chicago ha descubierto otra razón para apreciar este sentido, ya que una disminución del olfato no solo puede predecir la pérdida de función cognitiva, sino que también puede predecir cambios estructurales en regiones del cerebro importantes en la enfermedad de Alzheimer y la demencia.
Los hallazgos, basados en un estudio de 515 adultos mayores publicado en “Alzheimer’s & Dementia: The Journal of the Alzheimer’s Association”, podrían conducir al desarrollo de pruebas de olfato para detectar con anterioridad el deterioro cognitivo de los pacientes.
“Este estudio brinda otra pista sobre cómo una disminución rápida del sentido del olfato es un indicador realmente bueno de lo que terminará ocurriendo estructuralmente en regiones específicas del cerebro”, asegura el autor principal Jayant M. Pinto, profesor de cirujano en la Universidad de Chicago y otorrinolaringólogo.
Se estima que más de 700.000 personas sufren alzhéimer y otras demencias en España y que en 2050 el número de enfermos se habrá duplicado y se acercará a los dos millones de personas, según el Censo Ceafa.
En EE UU el número de pacientes con alzhéimer se eleva a más de seis millones. Esta enfermedad que se caracteriza por pérdida de memoria y otros síntomas, como cambios de humor y dificultad para completar las tareas cotidianas, no tiene cura, pero algunos medicamentos pueden retardar temporalmente sus síntomas.
La memoria juega un papel fundamental en nuestra capacidad para reconocer los olores, y los investigadores saben desde hace mucho tiempo que existe un vínculo entre el sentido del olfato y la demencia. Las placas (grupos anormales de fragmentos de proteína que se acumulan entre las neuronas) y las marañas (ovillos neurofibrilares) que caracterizan el tejido afectado por la enfermedad de Alzheimer a menudo aparecen en áreas asociadas con el olfato y la memoria antes de desarrollarse en otras partes del cerebro. Todavía se desconoce si este daño realmente causa la disminución del sentido del olfato de una persona.
Pinto y su equipo querían ver si era posible identificar alteraciones en el cerebro que se correlacionaran con la pérdida del olfato y la función cognitiva de una persona con el paso del tiempo.
“Nuestra idea era que las personas con un sentido del olfato que declinaba rápidamente con el tiempo estarían en peor forma y serían más propensas a tener problemas cerebrales e incluso alzhéimer que las personas que estaban perdiendo lentamente o manteniendo un sentido del olfato normal”, recuerda Rachel Pacyna, una estudiante de Medicina de cuarto año en la Escuela de Medicina Pritzker de la Universidad de Chicago y autora principal del estudio.
El equipo aprovechó para su investigación los datos anónimos de pacientes del Proyecto de Memoria y Envejecimiento (MAP) de la Universidad de Rush , un grupo de estudio que comenzó en 1997 para investigar las condiciones crónicas del envejecimiento y las enfermedades neurodegenerativas como la enfermedad de Alzheimer.
Los participantes de dicha muestra son adultos mayores que viven en comunidades de jubilados o viviendas para personas mayores en el norte de Illinois y a los que se les evalúa anualmente su capacidad para identificar ciertos olores, sus funciones cognitivas y posibles signos de demencia, entre otros parámetros de salud. Algunos participantes también recibieron una resonancia magnética.
Los científicos descubrieron que una disminución rápida en el sentido del olfato de una persona durante un período de cognición normal predijo múltiples características de la enfermedad de Alzheimer, incluido un menor volumen de materia gris en las áreas del cerebro relacionadas con el olfato y la memoria, peor cognición y mayor riesgo de demencia en estos adultos mayores. De hecho, el riesgo de pérdida del sentido del olfato era similar al de portar el gen APOE-e4, un factor de riesgo genético conocido para desarrollar la enfermedad de Alzheimer, tal y como recoge el estudio.
Los cambios fueron más notables en las regiones olfativas primarias, incluida la amígdala y la corteza entorrinal, que es una entrada importante para el hipocampo, un sitio crítico en la enfermedad de Alzheimer.
“Pudimos demostrar que el volumen y la forma de la materia gris en las áreas olfativas y asociadas a la memoria del cerebro de las personas con un rápido declive en el sentido del olfato eran más pequeños en comparación con las personas que tenían un declive olfativo menos severo”, afirma Pinto.
Pruebas a futuro
Una autopsia resulta esencial para confirmar si alguien tenía la enfermedad de Alzheimer, por eso el doctor Pinto espera en un futuro poder confirmar estos hallazgos mediante el examen del tejido cerebral en busca de marcadores de la enfermedad de Alzheimer.
El equipo también espera estudiar la efectividad del uso de pruebas de olfato en las clínicas, de manera similar a como se usan las pruebas de visión y audición, como un medio para detectar y rastrear a los adultos mayores en busca de signos de demencia temprana y desarrollar nuevos tratamientos.
Las pruebas de olor son una herramienta económica y fácil de usar que consta de una serie de palitos que tienen una apariencia similar a los rotuladores. Cada barra está infundida con un aroma distintivo que las personas deben identificar entre un conjunto de cuatro opciones.
“Si pudiéramos identificar a las personas de 40, 50 y 60 años que están en mayor riesgo desde el principio, podríamos tener suficiente información para inscribirlos en ensayos clínicos y desarrollar mejores medicamentos”, estima Pacyna.
Los estudios anteriores de Pinto han examinado el sentido del olfato como un marcador importante del deterioro de la salud en los adultos mayores. Su artículo de 2014 reveló que los adultos mayores sin sentido del olfato tenían tres veces más probabilidades de morir en cinco años, un mejor predictor de muerte que un diagnóstico de enfermedad pulmonar, insuficiencia cardíaca o cáncer.
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