Día del Cáncer de Mama
Investigación e inversión, sin letra pequeña
«Sufrimos una demora de hasta dos años en conseguir que la estrategia terapéutica que ha respondido positivamente en un estudio pueda usarse en la práctica clínica habitual»
El conocimiento de la biología tumoral ha cambiado el tratamiento del cáncer. Una de las preguntas que me hacen y me hago con más frecuencia es, probablemente, ¿dónde estamos y hacia dónde vamos en el tratamiento del cáncer de mama? Una pregunta cuya respuesta daría para varios libros, sobre todo, teniendo cuenta el sin fin de revoluciones que hemos vivido, solo en el último año.
La mejor noticia de 2022 vino de la mano de un ADC. Los anticuerpos inmunoconjugados (ADCs, por sus siglas en inglés) dirigen la quimioterapia de una forma mucho más precisa a las células tumorales porque tienen la capacidad de identificarlas por sus antígenos y esto hace que el paciente tenga mejor respuesta y, sobre todo, menor toxicidad. Este grupo de fármacos ya ha demostrado ser mejor que el tratamiento previo en diferentes subtipos tumorales. Una nueva generación de ADCs que, sin duda, ha llegado para quedarse. Pero también hay otras terapias, incluso algunas no vinculadas directamente a fármacos, que jugarán un papel clave en el ecosistema del cáncer de mama, si no lo hacen ya.
Por un lado, destacan los nuevos SERDs –degradadores selectivos del receptor de estrógeno–, tratamientos hormonales que bloquean la entrada de los estrógenos, que son la fuente de «alimentación» de los tumores hormono dependientes. Estas nuevas hormonas, de administración oral, apuntan una mayor eficacia y mejor tolerancia. Sin embargo, su beneficio real está aún bajo estudio.
Por otro lado, la inmunoterapia, que ha permitido a muchos pacientes con cáncer avanzado, no solo de mama, convertirse en largos supervivientes ha sido una auténtica revolución. En esta línea, y en base al ejemplo que hemos aprendido de otros tumores, en cáncer de mama, hemos iniciado un proyecto pionero para el subtipo triple negativo y, concretamente, para aquellas pacientes que han fracasado, al menos, a una línea de tratamiento previo con la quimioterapia convencional.
Estas pacientes van a recibir un tratamiento de inmunoterapia basado en la selección de unos linfocitos muy concretos de la propia paciente: aquellos enriquecidos en la expresión del gen PD1 –lo que significa que pueden ser linfocitos más activos frente a las células del tumor–. Este estudio –TILs 001– es un proyecto apasionante a la par que muy complejo, que busca ampliar horizontes en uno de los grupos con una mayor necesidad médica no cubierta, a día de hoy: el cáncer de mama triple negativo.
En un contexto de innovación constante, guiada por la oncología de precisión, la investigación impulsada desde los grupos académicos –SOLTI es uno de ellos– juega un rol muy importante. Los ensayos clínicos de origen académico permiten ahondar en las características específicas de los tumores y comprender así el porqué del comportamiento distinto de la enfermedad que observamos en unos pacientes frente a otros. Esto nos ayuda a definir una estrategia terapéutica dirigida a cada caso concreto. Y no es solo lo que conseguimos ajustando ese tratamiento, sino cuántos pacientes no estamos sobretratando gracias a esta selección más adecuada.
Y llegados a este punto, me gustaría plantear un interrogante que, intuyo, en muchos casos –y erróneamente– vive instalado en el imaginario colectivo como afirmación: ¿toda la investigación que da lugar a cambios históricos en la práctica clínica, a auténticas revoluciones terapéuticas?, ¿pasa fuera de casa? No. España es uno de los líderes mundiales en investigación clínica. Nos hemos posicionado entre los países europeos con mejores condiciones para el desarrollo de ensayos y entre las primeras opciones para el reclutamiento en los estudios internacionales; de hecho, somos el segundo país, solo por detrás de Estados Unidos, elegido para el desarrollo de ensayos clínicos.
Somos líderes en investigación, pero las soluciones llegan tarde. Sufrimos una demora de hasta dos años en conseguir que la estrategia terapéutica que ha respondido positivamente en un estudio pueda usarse en la práctica clínica habitual para esa nueva indicación. De repente, nos quitan esa oportunidad. Sobre todo, a los pacientes, pero también a los médicos.
Las nuevas indicaciones de los tratamientos se aprueban primero por las autoridades americanas (FDA), después por las autoridades europeas (EMA) y, a continuación, por las autoridades de cada país (en nuestro caso, la Aemps). Posteriormente, se debe asignar la financiación pública para que el fármaco pueda usarse de forma generalizada en la práctica clínica en nuestro país. Una decisión que, por último, es matizada por las distintas autonomías y puede hacer que los pacientes estén tratados de forma distinta en una región y en otra. Un proceso demasiado largo que pide reducir trabas burocráticas.
Si el cáncer es el mal de este siglo, enfrentémoslo juntos. Los profesionales de la Oncología seguiremos invirtiendo nuestro conocimiento y capacidades para avanzar más rápido que la enfermedad. Pero no podemos hacerlo solos sabiendo que, de la mano, llegaremos más lejos. Porque no hay mejor carrera que aquella en la que gana la vida.
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