Bienestar
¿Por qué tu cuerpo se activa justo antes de dormir? Esto es lo que explica la ciencia
Cuando estás agotado, te acuestas y ya parece que todo apunta al descanso, tu cerebro parece tener otros planes: la ciencia del sueño tiene una explicación para esa energía que aparece justo antes de cerrar los ojos

Sucede más a menudo de lo que parece. Llega la noche, el día ha sido largo, la lista de tareas no da tregua y el cansancio es evidente. Los párpados pesan, la mente pide descanso… pero justo cuando por fin te tumbas, ocurre lo contrario a lo esperado: una repentina oleada de energía. No puedes dormir, no paras de dar vueltas en la cama, revisas el móvil o incluso te pones una serie. ¿Qué ha pasado con el sueño que parecía inminente?
Lejos de ser un misterio sin resolver, este fenómeno tiene nombre y explicación. Los especialistas lo llaman “segundo aire”, second wind en inglés: un estado de activación fisiológica que ocurre cuando el cuerpo, por razones químicas y conductuales, pierde su “ventana natural” de sueño. Y entender por qué sucede puede ser la clave para dormir mejor.
¿Por qué se activa el cuerpo justo al acostarse?
Según el doctor William Lu, director médico de la clínica Dreem Health, el cerebro humano opera con una precisión casi matemática. “Alrededor de la hora habitual de dormir, el cerebro libera neurotransmisores que indican al cuerpo que es momento de descansar”, explica.
Pero si ese momento pasa, porque te mantienes despierto viendo una serie, mirando el teléfono o resolviendo correos pendientes, el sistema interpreta la vigilia como una señal de que debe seguir activo. En respuesta, libera dopamina, noradrenalina y cortisol, neurotransmisores y hormonas que estimulan la alerta y anulan la somnolencia. En otras palabras, tu cerebro cree que ha cometido un error: si sigues despierto, asume que necesitas seguir estándolo.
La luz de las pantallas y el engaño del cerebro
El efecto se intensifica con las pantallas. La luz azul que emiten los móviles, tabletas y ordenadores inhibe la producción de melatonina, la hormona que regula el sueño. Pese a que por sí sola, no es la causante de un posible mal sueño, investigaciones de la Harvard Medical School han demostrado que incluso una exposición breve a luz brillante puede retrasar el ritmo circadiano, el reloj interno del cuerpo, y alterar la calidad del descanso. No hay consenso científico en cuánto puede afectar esta emisión de luz al descanso.
Además, el contenido que consumimos antes de dormir también influye. “Al leer, mirar redes o procesar información emocional, el cerebro interpreta que debe permanecer atento”, explica Lu. Esa sensación de “mente acelerada” no es ansiedad pura, sino un estado de activación cognitiva que choca con la necesidad biológica de desconexión.
El papel del estrés y las hormonas
El estrés, por su parte, juega su propio papel en este teatro nocturno. Cuando el día termina con preocupación o ansiedad, el cuerpo mantiene elevados los niveles de cortisol, la principal hormona del estrés. Esto no solo dificulta conciliar el sueño, sino que puede generar microdespertares durante la noche y una sensación de fatiga al despertar.
Un estudio de la American Academy of Sleep Medicine confirma que los picos de cortisol a última hora de la tarde o al inicio de la noche están directamente asociados a insomnio transitorio o crónico. El círculo vicioso se completa: no dormimos porque estamos tensos, y esa falta de sueño nos vuelve más vulnerables al estrés al día siguiente.
Cómo romper el ciclo del “segundo aire”
La solución, según los expertos, no pasa por forzar el sueño, sino por reeducar la relación con la cama. Cuando el sueño no llega, quedarse tumbado mirando el techo solo refuerza la frustración. “Cuanto más asocies la cama con el estrés y la dificultad para dormir, más tardará el cuerpo en relajarse”, advierte Lu.
Su consejo es levantarse, hacer una actividad relajante y sin pantallas: leer unas páginas de un libro, practicar respiración profunda, o estiramientos suaves. Después, volver a acostarse cuando aparezca el sueño.
Mantener una rutina constante también es crucial: irse a dormir y despertarse a la misma hora refuerza el ritmo circadiano, y evitar pantallas al menos una hora antes de acostarse reduce la posibilidad de activar ese “modo alerta” nocturno. “Nada bueno sale del doomscrolling después de las nueve de la noche”, bromea el especialista.
Si esa energía al acostarse se convierte en un hábito, si cuesta dormir más de tres noches por semana durante varias semanas, podría tratarse de un trastorno del sueño. El insomnio, la apnea o el síndrome de piernas inquietas son afecciones comunes que requieren evaluación médica. La National Sleep Foundation recomienda buscar ayuda profesional cuando los problemas de sueño afectan al rendimiento diurno, el estado de ánimo o la concentración. Aunque parezca paradójico, dormir bien no es solo cerrar los ojos: es aprender a no luchar contra el propio cuerpo.