
Opinión
El corazón me late y el aborto "mata"
"Cada año me sigo levantando y sigo denunciando, aunque me lluevan críticas, que el aborto es un asesinato y que como sociedad nos estamos dejando morir al permitir este genocidio"

Por Enrique Jaureguizar Cervera, médico de familia. Este pasado domingo escuché un corazón palpitando a 150 latidos por minuto. No, para variar no estaba trabajando y no era un flutter auricular, era el corazón de la esperanza. Un corazón verde que llenó el Paseo del Prado, y que, por un breve instante, silenció el bullicio de Madrid. España entera esperaba sin saber que esos latidos flotaban en el aire, llevando ese mensaje de esperanza al cielo: el corazón todavía late.
Cada año me pregunto si aún soy humano, si en mi pecho palpita la esencia de la vida, o si por el contrario, la sangre se ha congelado en mis venas. Pero cada año me sigo levantando y sigo denunciando, aunque me lluevan críticas, que el aborto es un asesinato y que como sociedad nos estamos dejando morir al permitir este genocidio.
Cada año más de 100.000 niños gritan con un "grito silencioso" cuando se desmiembra su cuerpo dentro del seno de su madre con su autorización. "Pienso que hoy día el más grande destructor de la paz es el aborto, porque es una guerra directa, una matanza directa, un asesinato directo hecho por la misma madre. Y leemos en la Escritura que Dios dice muy claramente: 'Aunque una madre llegase a olvidar a su hijo, Yo no te olvidaré. Grabado te llevo en la palma de Mi mano' [...] Ese niño no nacido ha sido grabado en la mano de Dios", Sta. M. Teresa de Calcuta.
A menudo me dicen: "Elige tus batallas, Enrique, esa lucha nunca la ganarás; no merece la pena". Tienen razón en que se deben elegir las batallas, pero esto no merece la pena, merece la VIDA. No se trata de hablar de buenos o malos, se trata de hablar de vivos o muertos. No se trata tampoco de unos cuántos niños no deseados, se trata de la deshumanización de la sociedad que por su propia comodidad decide quién vive o quién muere.
Quienes perpetran este acto tan atroz jamás podrán llamarse médicos, y no sé que puedan siquiera mirarse al espejo sin sentir vergüenza. La sociedad que lo permita, con indiferencia, será cómplice de su inmovilidad.
Como dijo Edmund Burke: "Para que triunfe el mal basta que los hombres de bien no hagan nada".
Me enfrentaré a todos los muros, una y otra vez, pero mientras sienta el palpitar de la vida en mi pecho, defenderé –como hombre y como médico– aquello por lo que juré: proteger la vida humana. El corazón humano empieza a latir a los 20 días de la concepción, un nuevo ser humano crece en el vientre de su madre, aún sin que ella sepa que está embarazada.
El domingo brilló el sol, pese a que alertas de inundación cerraban calles; la Esperanza es lo último que se pierde, y yo tengo la convicción en que conseguiremos leyes que defiendan la vida humana.
Hoy día 25 de marzo la Anunciación se celebra la concepción del hijo de Dios y, cada año en esta semana, celebramos el Día Internacional del niño no nacido. Defendamos la vida, digamos "no" a la cultura de la muerte.
Un saludo,
Enrique Jaureguizar Cervera, médico de familia.
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