Sociedad
Natalidad en Europa (al alza)
Europa es un continente envejecido. Aunque aún hay países en los que los nacimientos son más que las defunciones. El abismo generacional es inmenso y lleva camino de acabar con el Estado social
Europa es un continente viejo. Y no tanto por su historia y monumentos –que también–, en la actualidad es protagonista por la brecha de edad de sus habitantes. Pocos jóvenes y muchos ancianos. Algo que es mucho más evidente si nos comparamos con continentes como África, América o Asia... Bueno, en realidad, con todos los demás. Los europeos están muy orgullosos de sus sistemas sociales, de su sanidad o educación frente a la desprotección que sufre el resto del mundo. Es una conquista social que, bien está recordarlo, no está garantizada pues se alimenta de los impuestos de unos ciudadanos en disminución. Sin cotizantes, sin nacimientos, la máquina no funciona. Por eso es clave que los nacimientos aumenten. Mucho y pronto. Lo cierto es que en el conjunto de la media europea, la tasa de natalidad se situó en 2019 en 9,7 nacimientos por cada mil ciudadanos. A lo largo de esta última década, la tasa de natalidad en la Unión Europea ha disminuido. En 2010, esta se situaba en 10,7 nacimientos por cada millar de habitantes. En 2018 nacieron en la Unión Europea un total de cinco millones de bebés, 118.000 menos que en 2017. Respecto al crecimiento natural de la población, Irlanda es el país que registra un mayor número de nacimientos que de defunciones. Le sigue en esta clasificación Chipre, Luxemburgo, Suecia y Francia. Gigantes como China, India o Brasil serán, según las previsiones para 2050, aún más grandes frente a una Unión Europea que representará el 5% de la población total. Hoy la UE supone el 7% de los habitantes del planeta, y en 1965 era el 13%. En todo esto nuestro país tiene un triste protagonismo. Junto a Finlandia, son dos de los países donde el descenso ha sido más acusado. En el primero, la tasa se situaba en 10,4 nacimientos y, en el segundo, en 11,4, hace ocho años. La conclusión es que la renovación generacional –de trabajo y financiera también– no está asegurada en Europa. El colapso del continente se abre paso si no se toman medidas. Aunque quizá sea ya tarde.
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