Judío
Judíos en España: ¿Qué pasa si nos mezclamos?
Según la Federación de Comunidades Judías (FCJE), en España hay 45.000 judíos, entre 10.000 y 15.000 de ellos residen en Madrid. Pero no todos son tan ortodoxos ni practicantes. Parte de las nuevas generaciones judías se identifican por la rama cultural y la vida en comunidad
Bárbara Jazmín Funes, judía residente en Madrid y de profesión actriz, ha invitado a LA RAZÓN a conocer cómo se celebra un evento judío. Eso sí, desde su mirada reformista. Para ella, el judaísmo es más cultural y familiar que religioso. Rituales, palabras, gastronomía. Bárbara no come “kosher” y viste como quiere. ¿Su objetivo? abrir la cultura al mundo y que no se centre solo en el colectivo.
En el distrito madrileño de Carabanchel, a la altura de la estación de metro Urgel, se encuentra URGE CASA, un hogar de arte en convivencia gestionado por la actriz argentina Lucía Collini. ¿Y por qué ese nombre? Por lo vergel, aquello que florece, lo espontáneo. Por la necesidad de ocupar un espacio.
Allí se celebró uno de los eventos que organiza MOTEK, que significa “dulce” en hebreo, emprendido por, la también actriz de veintiocho años, Bárbara Jazmín. La argentina ha hablado con LA RAZÓN para contar su proyecto, con el que pretende romper el imaginario colectivo del judaísmo en España y sacar a la luz su versión más abierta. “Cuando mi abuela, una gran cocinera, falleció, quedaron sus dos frigoríficos llenos de comida hecha por ella. A mí, que siempre me ha encantado el mundo de la gastronomía, me dediqué a buscar con mi hermana todas las recetas y juntas escribimos un libro. Sin esperarlo tuvo mucha repercusión”. Con ello surgió el hambre de emprendimiento de Bárbara, una judía argentina que se mudó a Madrid, de animar a gente, judía o no, a probar sus platos y, de paso, añadir más arte (porque la comida es un arte, y sobre todo si viene de la mano de Bárbara) como una exposición, un recital o música en vivo. “Festejar, compartir y abrir. Yo siempre me quejé de que una parte del judaísmo es muy cerrado. Me gustaría derribarlo y ampliarlo. Aunque entiendo que dé miedo”, explica. Estos propósitos de la argentina pusieron en marcha MOTEK, un punto de encuentro para servir comida sefardí junto con vino y cerveza para compartir un rato. De eso se trata, de interactuar entre iguales sin importar la raza, el género ni la religión.
MOTEK y URGE CASA para derribar mitos
El evento es viernes de Sabbat. Tal y como indica la Torá, el libro sagrado del judaísmo, Dios creó el mundo en seis días y el séptimo descansó. Puesto que los judíos se rigen por el calendario lunar, el Sabbat transcurre desde la primera estrella del viernes hasta la primera del sábado. Es un día de inactividad regido por unas reglas que los más ortodoxos cumplen estrictamente, como no usar electricidad, el coche o la televisión. Otros, como Bárbara, con una visión más reformista, lo aprovechan para compartir momentos en familia.
A las nueve y media de la noche del viernes se encuentran los citados, 20 personas, hombres y mujeres de distintas edades y procedencias. La mesa lucía cuidadosamente preparada y no se echa en falta el mínimo detalle. Después de charlas y presentaciones, que fluían con la voz de fondo de Joao Gilberto y el saxofón de San Getz, es la hora de tomar asiento. Bárbara, quien lo ha impulsado todo, se presenta. “A veces hay muchos miedos, prejuicios. Una parte del judaísmo sigue cerrada por muchos motivos, por la historia. Yo, en cambio, quería ver qué pasa si nos mezclamos, si compartimos”. Seguidamente explica que el menú estará compuesto por comida sefaradí en recuerdo a los judíos españoles expulsados en 1492. La opinión merecida del repertorio gastronómico por los invitados fue unánime: exquisito. Bárbara muestra cómo se desarrolla el ritual judío: primero se bendice el pan y el vino y hay un lavado de manos. Quien lo hace lo prueba primero, justificado en que es necesario alimentarse a uno mismo para coger fuerza y poder repartir al resto. Normalmente lo hace el cabeza de familia. También es común que los hombres porten la kipá, una pequeña gorra que representa la posición de inferioridad, siempre debajo de Dios. Cuando el público, con los ojos casi fuera de la órbita centrados en los platos de la mesa y que desprendía un olor que abría el apetito a cualquiera, pensaba inocentemente que podía comenzar a degustar el menú...¡paren! gritó Barbará. Los invitados, alarmados, la miraron y ésta ordenó: “Levántense y cámbiense de sitio. Es obligatorio sentarse al lado de desconocidos”. Todos obedecen. Y entonces, dejaron de ser anónimos. Adriana, procedente de Venezuela, comentaba la situación política tan complicada que atraviesa su país. La argentina Romina, una profesora de yoga con su propio negocio en Madrid, hablaba de la importancia de encontrarse con uno mismo. Una vorágine de aires italianos, latinos, españoles e israelíes se entrelazaban entre risas, miradas de descubrimiento y reflexión, sobre todo reflexión. Cuando se termina con los dulces, tan sabrosos que ayudaban a asimilar la buena vibración que se respiraba, Anna Milman se levanta. Esta violinista, de procedencia rusa y judía, tocó La Chacona de Bach. Más de cinco minutos de música en directo que finalizaron con aplausos que pretendían rellenar, de algún modo, la falta de palabras que dejó el sonido del violín. Seguidamente, Sofía Nowendsztern, de raíces austrohúngaras, que también vivió en Israel, leyó poesía. No citó a ningún autor, sus frases provenían de su propia vida. Hablaba del exilio: “Nunca fui una exiliada porque nunca pertenecí a ningún país”. Y silencio. Introspección.
La mirada de Bárbara
Su mirada lleva a horizontes compartidos. Con su proyecto, manifestó que las historias personales eran más comunes que individuales. Los sentimientos de arraigo, de pérdida, de caída y de resurgir de nuevo superan fronteras, etnias y lenguas. Como ocurre con el violinista Ara Malikian, se puede ser libanés, tener procedencia armenia, adquirir nacionalidad española y que tu música resuene en todo el mundo. Y silencio. Introspección.
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