Coronavirus

El virus del miedo

El «depredador» del siglo XXI. Si hay dos temas en los que la alarma puede llegar a generar paranoia real, esos son las epidemias y el cambio climático

Un sanitario protegido con máscara, guantes y traje especial en su jornada de trabajo en Wuhan
Un sanitario protegido con máscara, guantes y traje especial en su jornada de trabajo en WuhanlarazonAgencia AP

El reloj del apocalipsis se ha adelantado otra vez. El pasado 23 de enero, el Bulletin of the Atomic Scientist (BAS) anunció que las simbólicas manecillas horarias que indican cuán cerca estamos del fin del mundo se adelantaban 20 segundos. Ahora se encuentran a las 11 horas, 58 minutos y 20 segundos, solo a 100 segundos de las 12. Cuando lleguen a media noche nuestra raza se extinguirá.

El reloj del apocalipsis es, obviamente, una metáfora de mejor o peor gusto diseñada por un grupo de científicos que desde 1947 pretenden alertar de los peligros de la proliferación nuclear y el deterioro del planeta. En medio de la Guerra Fría se situó por primera vez a menos de 3 minutos de las fatídicas 12 y cada vez que una crisis global aflora, los expertos adelantan un poco más las manecillas. Este mes, el cambio climático, las crisis entre Estados Unidos e Irán y la epidemia de coronavirus nos han acercado un poquito más al hipotético final.

Mucha gente tiene miedo, el mundo lo tiene. O al menos podemos decir que en cada momento, grandes porciones de la humanidad tienen miedo. Mueve la economía, la política, las relaciones sociales y la cultura. El miedo es libre. Hace esclavos. El miedo da miedo.

¿Quién se beneficia?

En plena crisis del coronavirus emporios empresariales anulan su presencia en ferias tecnológicas como el Mobile World Congress de Barcelona. Fabricantes de automóviles empiezan a hacer previsiones de que pueden quedarse sin suministros provenientes de China, compañías aéreas cancelan líneas hacia Asia, comercios chinos en el centro de Madrid tienen que cerrar sus puertas… ¿de verdad debemos estar alarmados? ¿Quién se beneficia de que el miedo corra entre nosotros como fuego en un reguero de pólvora?

La ansiedad se ha instalado de manera definitiva en nuestras vidas. Y hasta niveles insospechables. El año pasado, un estudio publicado en «Plos One» advertía del aumento de los niveles de depresión, estrés e insomnio en la población de Estados Unidos provocado por la crispación política. Las discusiones familiares y en el lugar de trabajo a cuenta de las políticas de Trump, la inmigración o la política internacional están dañando la salud mental de los estadounidenses, dice el estudio. En España se ha diagnosticado los primeros casos de ansiedad provocada por la exposición a noticias sobre el procés. El miedo a los conflictos, la visión de las barricadas, la tensión de las declaraciones políticas generó algunos trastornos leves o moderaros según el Departamento de Salud de la Generalitat. Pero si hay dos temas en los que la alarma puede llegar a generar estados de miedo y paranoia realmente patológicos esos son las epidemias y el cambio climático.

En 2017, la American Psyhological Association lanzó la primera alerta sobre las «víctimas psicológicas del cambio climático». Se habló por primera vez de una epidemia de «miedo crónico» por las consecuencias del calentamiento global. En agosto de 2019, un estudio en Islandia halló que el 76% de la población cree haber experimentado alguna consecuencia del cambio climático en sus vidas diarias y estaban preocupados por ello. Un mes después, varios centros universitarios australianos publicaron un informe sobre el aumento de la ansiedad y la tristeza entre los estudiantes del país provocado por el pavor a los efectos del calentamiento. Los técnicos lo denominaron «duelo climático».

La Climate Psychology Alliance (un grupo de profesores y psicólogos del Reino Unido) ha emitido un comunicado donde relata varios de los casos más graves de la eco-ansiedad entre los jóvenes. No es fácil aceptar con naturalidad encontrarse en la televisión, en plena cena familiar, con declaraciones como la de la congresista republicana y adalid del Green Deal Alexandria Ocasio-Cortez: «El mundo se va a acabar en 12 años si no acabamos con el calentamiento global ya», soltó a millones de estadounidenses el 22 de enero de 2019 sin despeinarse. El miedo está servido.

La información sobre las crisis de carácter científico es difícil de gestionar. Los modelos de predicción del cambio climático se basan en miles de mediciones de las interacciones entre la atmósfera, los océanos, la superficie de la tierra, el hielo, etc… Es una tarea muy compleja, incluso para un científico, interpretarlo. Muchos de ellos están en permanente revisión. Aunque en líneas generales todos pintan un cuadro preocupante sobre la situación, el grado real de la preocupación es muy incierto. Los medios de comunicación y los agentes políticos necesitan certezas rotundas; palabras como crisis, extinción, apocalipsis, alarma… Son llamadas de atención que mueven a la acción, o al pavor. No obstante, ni un solo modelo científico serio ha propuesto a las claras que el cambio climático esté poniendo en peligro la civilización.

El caso de la epidemiología es idéntico. Los modelos de expansión de un virus como el coronavirus de Wuham se basan en algoritmos que plantean diferentes escenarios posibles. Los algoritmos se enriquecen con la información que se obtiene día a día y con el histórico de episodios anteriores. Son muy realistas, pero no perfectos. En las primeras semanas de una crisis vírica no es posible determinar el grado de alcance de la epidemia con credibilidad. Pero los medios necesitamos titulares y los ciudadanos necesitan certezas. Y a menudo éstas se buscan en el lado más dramático de la balanza.

Esta semana, la Universidad de California en Irvine ha publicado un revelador informe sobre el impacto psicológico de las epidemias. La crisis del H1N1 en 2009, la del ébola en 2014 y el zika en 2017 generaron un mayor impacto en la salud mental de la ciudadanía (por ansiedad, estrés y miedo) que el propio daño sanitario físico. La del coronavirus va por el mismo camino.

Los psicólogos han detectado algunos sesgos cognitivos en los que nuestra mente cae a la hora de enfrentarse a las noticias de una epidemia. Primero, solemos aterrarnos más sobre un nuevo virus que sobre uno conocido. La gripe mata a decenas de veces más gente que el coronavirus, pero no nos da menos miedo porque ya la tenemos insertada en nuestra memoria. Además, los seres humanos estamos dotados de una innata capacidad de resonancia de la atención. En medio de la selva, en nuestros orígenes ancestrales, cuando varios miembros de la manada miraban en la misma dirección, el resto del grupo se alertaba. Era el modo de aprender a huir todos juntos ante una posible amenaza (un depredador).

El fenómeno lo repetimos hoy cuando todos los medios hablan del mismo problema. La capacidad de amplificación de la atención se multiplica por cada portada, cada informativo, sobre el coronavirus. El depredador del siglo XXI es el miedo.