Coronavirus
El «Decamerón» del coronavirus: Últimas investigaciones
Tenemos la sensación general de estar informados, aunque todo lo hayamos pescado aquí y allá en conversaciones y lecturas que nos parecen resultado de las últimas investigaciones»
Una de las evidencias que está haciendo aflorar toda la alarma general que ha provocado el coronavirus es el problema de que hoy nos cuesta mucho saber cuando una cosa está probada y cuando no. Ahora que tenemos internet para intentar averiguarlo mejor, nos falta tiempo para comprobar toda la avalancha de informaciones contradictorias.
Por si fuera poco, una vez comprobada alguna de ellas y demostrada que está convenientemente probada, nos cuesta mucho estar dispuestos a cambiar nuestros modos de conducta como consecuencia de la cadena de razonamientos que provoca. En realidad, atendemos más al flujo de nuestras experiencias sensoriales inmediatas y pensamos que eso es la vida real, llana y de la calle. Probablemente, tenemos una sensación general de estar informados, aunque todo lo hayamos pescado aquí y allá en conversaciones y lecturas que nos parecen el resultado de las últimas investigaciones.
Creemos que tenemos una idea de lo que sucede muy racional, pero en realidad es predominantemente gráfica: a veces nos parece que estar de parte de la colectividad se resume en llevar coleta y que no te siente bien la americana. Queremos sentir la normalidad de las cosas a través de la ciencia, sin darnos cuenta de que la ciencia incita siempre a pensar en cosas que no podemos tocar ni ver, como los virus. La clave es que queremos sentir, más que querer verdaderamente comprender. Queremos sentirnos tranquilos. Queremos sentirnos protegidos. Todo eso es muy importante de cara a la fase en que va a entrar en nuestro país ahora la pandemia.
Estamos haciéndolo bastante bien, concienciándonos y siguiendo las instrucciones. Pero a pesar de esas precauciones, por la lógica de los casos sanitarios, en los próximos días los números de víctimas e infectados van a subir geométricamente. Vendrán entonces unos días que podríamos llamar la etapa de la decepción. Es bueno tener presente entonces que, al principio de todos los esfuerzos humanos, el que los emprende ha de atravesar una etapa de anticlímax, en la que aparece un punto de aridez del esfuerzo que provoca desilusión. El ritmo de avance hacia lo que se sueña y se aspira queda marcado por el laborioso quehacer que siempre exige el hacerlo posible: le sucede al enamorado del glamur de la música cuando empieza a aprender a tocar un instrumento.
La superación de esa aridez inicial convierte a los humanos en seres más maduros. Nos enseña como, muchas veces, nuestro gusto por lo elevado, sutil y espiritual obedece a que queremos mantener nuestro ánimo lejos de las obligaciones más elementales que nos fastidian. Pensemos más bien estos días en usar a nuestro favor los contratiempos que en disfrutar de una montaña de autocompasión. Como ya demostró Moliere, hay mucho regodeo de autosatisfacción en los misántropos. Las situaciones de dolor indiscriminado, tragedia y desastre colectivo desvían, al menos, la atención de las gentes de sí mismas y, con un poco de suerte, pueden dirigirse hacia mejores fines para conseguir salir de esas situaciones.
El continuo acordarse de la muerte, que podría ser enfermizo en otras circunstancias, es en este momento lógico y perfectamente comprensible. Ese recuerdo permanente es el mejor antídoto contra la mundanidad excesivamente satisfecha. Existe por tanto una posibilidad de que los sufrimientos de la pandemia redunden bajo ciertos aspectos en el reforzamiento moral de la madurez general. No seremos los mismos después de haber experimentado todo esto.
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