Sociedad

La cobaya humana más poderosa del planeta

El cóctel de fármacos que ha recibido Donald Trump levanta dudas científicas y éticas

El presidente Trump se quita la mascarilla para dirigirse a sus seguidores en un balcón de la Casa Blanca tras salir del hospital
El presidente Trump se quita la mascarilla para dirigirse a sus seguidores en un balcón de la Casa Blanca tras salir del hospitalTOM BRENNERREUTERS

Una bendición de Dios, o un regalo envenenado del diablo. Cuando Donald Trump se retiró triunfante la mascarilla para anunciar al mundo que había vencido al coronavirus, situó a la covid en el territorio de los regalos divinos: “ha sido una bendición de Dios que padeciera la enfermedad”. Trump ha superado el mal en tiempo récord y vuelve de entre las cenizas del respirador para decirnos que no tengamos miedo al virus. Si es verdad que estuvo tan grave como pareció desprenderse de las primeras filtraciones de su equipo médico, si es verdad que llegó a tener una saturación de oxígeno en sangre cercana a 80, si es verdad que le han administrado un cóctel de tres fármacos experimentales… Si todo eso es verdad, Donald Trump es la cobaya humana más poderosa del planeta. Pero nuestras probabilidades de saberlo son francamente reducidas: nada de lo que le ha pasado desde que se anunció su positivo se parece en lo más remoto a un protocolo científicamente testable.

La bendición del presidente puede, además, llevar una carga de profundidad oculta. Si es verdad que ha recibido el tratamiento que dice haber recibido, Trump habrá incurrido en una grave incoherencia moral porque buena parte del cóctel farmacológico que le ha salvado ha debido ser probado en células procedentes de fetos abortados. Justo la práctica científica que ha denostado y tratado de detener durante su legislatura.

En 2019, la administración Trump suspendió toda financiación federal para cualquier línea de investigación que implicara el uso de tejido humano procedente de fetos abortados. El Departamento de Salud y Servicios Humanos del Gobierno comunicó entonces que “sean cuales fueren los beneficios científicos obtenidos, es un imperativo moral buscar una alternativa a este tipo de experimentos. Proteger la dignidad de la vida humana desde la concepción hasta la muerte es una de las prioridades del presidente Trump”.

Un año después, parte del cóctel de medicamentos que utilizado por el equipo médico de la Casa Blanca para recuperar al líder de las garras del SARS-CoV-2 resulta haber sido testado previamente con líneas de células de origen fetal.

A la luz de lo que se ha podido conocer, el mandatario ha recibido al menos tres tratamientos: un antiviral, Remdesivir; un esteroide, dexametasona; y una receta experimental de anticuerpos monoclonales, Regeneron.

Según el doctor Sean Conley, médico personal de Trump, al presidente se le inyectó una dosis de ocho gramos en una sola toma de anticuerpos monoclonales producidos por la compañía biotecnológica Regeneron. Un anticuerpo monoclonal es una copia artificial de los anticuerpos que genera el ser humano para protegerse de cualquier infección. Pueden ser extraídos de la sangre de un paciente que ha padecido la enfermedad o ser desarrollados mediante modificación genética en ratones de laboratorios quiméricos (que simulan el sistema inmune humano).

El fármaco REGN-CoV2 ha pasado ya tres fases de ensayo clínico y ha sido aprobado para su uso en 275 pacientes (además de Trump). Se trata de una combinación de dos anticuerpos monoclonales que ha sido usada en dos modalidades: una dosis de 8 gramos como que ha recibido el presidente y una menor de 2,3 gramos. En ambos casos demostró reducir la carga viral sobre todo en pacientes que no habían comenzado aún a generar sus propios anticuerpos.

Para producir los anticuerpos requeridos, el laboratorio debe utilizar como base una línea celular extraída en su origen del hígado de un feto procedente de un aborto en 1976. El cultivo de virus requiere un sustrato de células (de mamíferos, de plantas, de hongos…), un ambiente lo más parecido al entorno real en el que poder desarrollar la investigación. Algunas de esas células son réplicas de tejidos procedentes de fetos extraídos hace décadas. No significa que para la investigación se utilicen hoy tejidos fetales, sino que las células originales fueron replicadas una y mil veces para ofrecer sustrato a las investigaciones de laboratorio. Aún así, algunos expertos en bioética prefieren recomendar el uso de otras líneas celulares. La política científica de Trump se ha basado en esa preferencia. De hecho el Departamento de Salud de Estados Unidos se había comprometido a sustituir estas investigaciones por alternativas éticamente más ajustadas a la política republicana.

El uso de líneas celulares de origen humano es muy común en investigación médica. En este caso, el origen fetal de estas células es suficientemente antiguo como para superar las restricciones legales actuales. No así los reparos éticos.

Para tratar de justificar la utilización de este medicamento en el cuerpo del presidente incluso los analistas más conservadores de Estados Unidos empiezan a mirar para otro lado. El antiabortista David Prentice, miembro del consejo asesor de Trump en temas de salud, ha declarado que “el presidente ha recibido un medicamento, no una línea celular ilegítima. Las células fetales se utilizaron en las fases de test previos a la confección del medicamento. Preferiríamos que no existiera ese tipo de pruebas, pero la fase de pruebas previa no creo que afecte a la consideración ética del producto”.

La terapia inoculada consiste en una mezcla de dos anticuerpos. Uno procede de un ratón manipulado genéticamente, el otro, de la sangre de un paciente que ha superado la covid-19. Para probar que funciona, es necesario crear un pseudovirus que sea capaz de imitar al coronavirus real. Ese pseodovirus se cultiva en la línea celular HEK293T que a su vez procede de una línea de células fabricada en un laboratorio de Holanda en los años 70 con tejidos de feto humanos.

Cientos de laboratorios del mundo tienen copias de HEK293T en sus estanterías y las utilizan para fabricar nuevos fármacos. Algunas terapias contra la hemofilia y la diabetes han usado esa línea previamente.

Aunque algunos grupos ultraconservadores y activistas antivacunas han criticado las terapias contra la covid por usar “células de fetos” lo cierto es que el material empleado es la copia de las que hace décadas fueron realmente células humanas. Ese matiz sirve ahora para que los mismos asesores de Trump que hace un año propusieron liquidar toda financiación a las investigaciones con líneas celulares de origen fetal, den su beneplácito ahora al uso de Regeneron para curar a sus jefe.

Sea como fuera, el cóctel de medicamentos que Trump ha utilizado está aún en una fase experimental demasiado primitiva como para asegurar que podrá ser usado alguna vez en la población general. De momento, solo le ha servido a él para reforzar su imagen de guerrero victorioso en la batalla contra el coronavirus.