Eutanasia
Cuando la buena muerte no tiene nada de bueno
Existen preguntas que no provocan la libertad: ¿cuándo y dónde ha surgido el Covid19? Otras, en cambio sí: ¿qué sentido tiene el vivir? La eutanasia pertenece a esta segunda clase. ¿Por qué la eutanasia ha necesitado la legitimación de su praxis en la conciencia moral de los hombres de nuestro Occidente y en sus códigos civiles recientemente? Conocida la historia de los argumentos presentados a favor de la eutanasia, podemos en el fondo, reducirlo a uno sólo: existen condiciones en las cuales continuar viviendo no constituye ningún bien y, por tanto, no tiene ningún sentido el vivir; ninguno puede ser obligado a tener una vida in-sensata, sin sentido, ya que esto es inhumano. Por tanto, no existiendo el deber de vivir, tengo el derecho de morir (matándome yo mismo o siendo ayudado por otro). La legitimación de la eutanasia ha sido posible porque progresivamente se ha eliminado la idea cristiana de muerte. Esta demolición ha consistido fundamentalmente en una despersonalización de la muerte. La raíz de esta despersonalización, a mi modo de ver, se centra en la progresiva negación de la dimensión histórica de la muerte, cuya afirmación constituye por otro lado, el punto de partida de la visión cristiana sobre la muerte. La muerte siempre se ha considerado como un evento natural, teniendo un tratamiento como el resto de las cosas naturales; o se la refiere a la propia impotencia, o se busca sujetarla a la propia decisión libre. La negación de la dimensión histórica ha comportado una degradación del valor / valores de la muerte. Si la muerte no tiene otras causas que el cumplimiento de unas leyes biológicas impersonales; si la muerte no tiene ningún otro significado que el de la desintegración de la persona que subsiste, si ésta, por tanto, no tiene ninguna finalidad, la muerte en sí y por sí no tiene entonces ninguna significación ética. La muerte no es un acto del hombre, es simplemente un evento natural. Naturalidad de la muerte y degradación axiológica de la misma proceden coherentemente unidas. ¿En qué coinciden fundamentalmente la naturalidad de la muerte y la pérdida de valores? En el hecho de que sólo la decisión de morir cuando se juzga que es un bien el morir, hace humana la muerte, la desnaturaliza, la hace un acto humano. La legitimación de la eutanasia se fundamenta diciendo sobre la muerte, que ésta es un acto del hombre sólo cuando es elegida libremente sobre la base de un juicio de valor sobre la propia permanencia en esta vida. Al final nos queda una equivalencia: la muerte acto del hombre es igual a la muerte como decisión del hombre. Debajo de esta postura, subyace un concepto de libertad según el cual, libertad es negación de cualquier presupuesto; es inicio absoluto y ya que se piensa que el morir es un evento puramente natural, no existe nada más que un modo de desnaturalizarla que atribuyendo al hombre el poder de discernir el momento oportuno. Sólo así el morir pertenecerá radicalmente al hombre. Y esta pertenencia se resume en: yo decido cuando debo morir. Hemos llegado ahora a la demolición total del concepto cristiano de la muerte. El cristianismo anuncia que lo que depende de la libertad del hombre es ni más ni menos que la cualidad ética de la muerte: el morir en Cristo, o no. En cambio, desde la Ilustración hasta nuestros días lo que depende de la libertad del hombre es el mero hecho del morir, desde el momento en que el morir no es más que un mero hecho, una pura necesidad o proceso que ocurre en el hombre. El cristianismo afirma que la muerte es el momento crucial donde se abre el destino eterno del hombre. La legitimación de la eutanasia se funda en la posibilidad de un estar en la existencia privado totalmente de sentido en una vida como comúnmente se dice sin calidad. Para el cristianismo el valor último del hombre reside en la cualidad ética de su elección libre en relación a la ley de Dios y no en la cualidad de su permanecer en el tiempo. Si, por el contrario, la muerte es el mero fin de nuestro ser, y si la cualidad de nuestra existencia depende de la calidad o modo en el cual estamos en el tiempo, es lícito pensar casos en los cuales la calidad de la vida está de tal forma comprometida que merezca ser terminada. La expresión: «esta vida no merece ser vivida», es una de las expresiones más acabadas del anti-humanismo contemporáneo, porque niega lo que constituye el núcleo de la dignidad humana: el valor moral de la elección libre. Aparece el verdadero problema: ¿Cuál es la verdadera calidad de la vida humana? ¿Qué significa una existencia humana en cuanto humana? Para el cristianismo es la capacidad que tiene el hombre de llegar a ser con una decisión eterna, consciente en sí mismo como espíritu, como un yo, como uno que está delante de Dios. Y esta decisión no depende de otros, sino solamente del sujeto personal en cuestión. Cuando se elimina este conocimiento, de sí mismo a través de las propias elecciones delante de Dios, el hombre se pierde en el fluir del tiempo y el criterio de la valorización de sí mismo cambia completamente. ¿Qué utilidad tiene mi permanencia en la vida? ¿Qué felicidad puedo a estas alturas esperar? O ¿sólo puedo esperar sufrimiento? En una palabra, la vida no vale en tanto en cuanto vivida delante de Dios, sino en sí misma. Lógicamente equivale a decir que su valor no es eterno y, por tanto, puede cesar. Así pues, las dos ideas centrales del cristianismo (la muerte como acto del hombre, la muerte como acto crucial en la vida) han sido eliminadas por la fundamentación de la legitimación de la eutanasia que correspondientemente ofrecen que la muerte es un mero evento natural y que, por lo tanto, el hombre tiene un poder para discernir sobre su momento, y, la muerte como un momento final de una existencia exclusivamente temporal sobre la cual el hombre juzga cuando ésta debe terminar. Se considera en el fondo, si el hombre, es un ser que está delante de Dios donde el hombre está llamado a tomar una decisión. De aquí podrá nacer una cultura auténtica de la vida que encuentre su última raíz en re-descubrir la singularidad de la acción de cada hombre ante Dios.
La traducción práctica se concentra en cómo el hombre afronta el problema del dolor y del sufrimiento. La desesperación y el temor sólo pueden ser vencidos cuando la compañía y la solidaridad acompañen auténticamente al hombre como se ofrecen en los cuidados paliativos dignos del ser familiar que es la persona. No solo porque son más baratos al Estado deben ser promovidos, sino porque responden en integridad al sentido del dolor, de la vida y de la muerte cuando la persona está comprometida.
La eutanasia nos pone un verdadero interrogante entre muchos: ¿puede, o mejor debe ser todo objeto de negociación y puesto bajo la balanza de la mayoría/minoría? ¿Existe algo en el mundo de los hombres que escape de la lógica del contrato? ¿La verdad y el bien del hombre son objeto de contrato y convención? En el responder acertadamente nos va mucho, porque se trata, de como decía el escritor británico, del ser o no ser.
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