Mujeres en la Iglesia

Ellas toman la Palabra

El Papa ha oficializado la labor de las lectoras y acólitas. Sin embargo, hay mujeres que tienen una tarea que hoy por hoy va más allá: presiden las celebraciones del domingo en lugar de los sacerdotes

Asunción Fuentes, en una parroquia de Aguilar de Campoo, en Palencia
Asunción Fuentes, en una parroquia de Aguilar de Campoo, en PalenciaRuiterLa Razón

«Hoy nos toca ’'la’' cura». Es lo que suelta alguno cuando Asun echa el freno de mano en los alrededores de la parroquia del pueblo y se baja del coche. Pero ella no es ni sacerdotisa ni monaguilla. En tal caso, «ministra» de la Palabra. Sin permiso de Moncloa. Esta semana Francisco le daba una vuelta al Código de Derecho Canónico. Convertía en ley lo que ya es costumbre desde hace décadas en parroquias de todo el planeta. A través del motu proprio «Spriritus Domini», a golpe de decretazo, oficializa el acceso de las mujeres a los ministerios instituidos del acolitado y el lectorado. Y lo hace eliminando el término «varones» para sustituirlo por «laicos». Una modificación por la que ellas dejan de ser «sin papeles» en el altar para ejercer unos servicios que, entre otras cosas, implican leer las lecturas en las misas y distribuir la comunión en misa.

Así, con todo en regla, se presentará hoy Asunción Fuentes en un par de iglesias rurales de Palencia que tiene encomendadas cada fin de semana con una misión que va más allá de lo aprobado por Roma. Ella anima las oraciones comunitarias dominicales en ausencia de sacerdote.

Por eso, hay quien le ha colgado la etiqueta de «cura» a esta mujer de 72 años, con toda una vida dedicada a la carpintería, madre de mellizos ya creciditos y con algún que otro nieto «adoptado», como ella misma bromea. Cada domingo preside en la mesa del altar lo que se conoce como «Celebración de la Palabra», que incluye la escucha de la Biblia, una reflexión en voz alta a modo de homilía a partir de las Sagradas Escrituras y compartir el Cuerpo de Cristo.

Prácticamente incluye los elementos básicos de una misa, menos la plegaria eucarística, que engloba la consagración, algo que solo puede hacer el presbítero. Quien participa, no tiene dudas de su labor, pero sí los ojipláticos que se dejan caer por el templo de pascuas a ramos, especialmente el turisteo de verano. «Yo explico cuantas veces sea necesario que esto no es una eucaristía y que yo no hago de sacerdote», apunta sin hacerse mayor problema.

Desde hace una década Asun forma parte de un equipo de 15 personas –14 mujeres y un hombre– distribuidos en cuatro grupos que tienen asignadas varias comunidades parroquiales del entorno de Aguilar de Campoo. Lo suyo no es una excepción ni algo anecdótico, sino el «pannuestrodecadadía» tanto de las diócesis de la España vaciada como de territorios misioneros donde hay un déficit de vocaciones y, a la vez, un cupo de cristianos comprometidos dispuestos a dar un paso al frente para no olvidar el Día del Señor porque no haya sacerdote.

«Solo con tocar las campanas de la iglesia –expone Aun– ya es un signo de vida, de que estamos ahí todos reunidos, en torno a Jesús. Tenemos el apoyo de la gente, que leen las lecturas, preparan las canciones. El hecho de que no haya sacerdotes nos ha hecho despertar a todos para revitalizar esto, participamos más y nos comprometemos más».

«Somos tres curas para unos 40 pueblos», admite Óscar de la Fuente, sacerdote de la unidad pastoral de Aguilar, que se deshace en elogios hacia ellas: «No las vemos como una ayuda ni como parche, sino que asumen una misión propia como laicas y mujeres: son titulares y no suplentes. Nadie las ve como un elemento extraño, se lo curran mucho y bien».

Donde no llegan sus colaboradoras, véanse la confesión o los entierros, ellos se hacen presentes: «Tanto las quieren que, cuando se van de vacaciones y aparecemos nosotros, nos preguntan: ¿Cuándo vuelven?». Asun y sus chicas no cobran un duro por su labor. Ni siquiera, por la gasolina que gastan. «Imagínate su vocación de servicio que se sienten ofendidas solo con insinuárselo», apostilla Óscar.

«Siempre hemos tenido sacerdotes muy lanzados y que han confiado mucho en los laicos y, por supuesto, en las mujeres. En el fondo, si estamos aquí es porque ellos quieren, y son hombres los que nos impulsan», expone Asun, negando un posible machismo en sus «jefes».

Para presidir las celebraciones reciben formación permanente, todas las semanas cuentan con un guión de la Delegación de Liturgia que ellas adaptan y dos veces al año se reúnen con su obispo para hacer seguimiento, que no control de alzacuellos por sospecha de desvíos doctrinales. «Nada de eso. Hemos tenido un apoyo absoluto y hablamos con total libertad», asevera.

«El Espíritu está en ellas y con ellas, son adultas en la fe. Simplemente se coordina su labor, pero sin tutela. El Ministerio de la Palabra es de todos», sentencia Manuel Herrero, obispo de Palencia, convencido de que «la tarea pastoral no es solo del prelado o de los presbíteros, sino de todo el pueblo de Dios». Lo dice y lo hace, puesto que con él se han desarrollado estas unidades pastorales donde las mujeres toman la Palabra.

Más implicadas

«No por falta de sacerdotes el domingo va a dejar de ser el día del encuentro entre los cristianos con el Resucitado. Alguien tiene que proclamar la Palabra, aglutinar a la parroquia y dar la comunión», continúa Herrero. Y ese «alguien» tiene nombre de mujer de una manera abrumadora. «Ellas siempre han demostrado estar más implicadas», reconoce este prelado perteneciente a la orden de los agustinos.

A Asun no se le va nunca de la cabeza –ni tampoco del corazón–, el primer día que tuvo que subir al púlpito para llevar la voz cantante. «Al principio te quedas cortada, porque no te sientes preparada. Algún comentario y recelo hubo, lo normal ante la novedad. Y si eres mujer, doble recelo. Pero enseguida los ’'peros’' se acabaron». Ahora, hay quien dice que la homilía de «la» cura es mejor incluso que el sermón del párroco.

«Unos días te sale mejor, otros peor; unos estás más inspirada, otros menos. Yo doy lo que tengo y lo que soy». No pide más. Ni entra en polémicas sobre si Roma debe aprobar o no el diaconado o la ordenación femenina. «Una tiene que estar a lo que tiene que estar. Lo de menos son los títulos, lo importante es ayudar a la comunidad», asevera.

Y es que, además de agentes pastorales, son dinamizadoras sociales de unos núcleos poblacionales desérticos y envejecidos. “Damos vidilla. No llegamos con nuestros bártulos, soltamos un rollo y nos vamos. Compartimos nuestro ser cristiano con los vecinos hasta donde se tercie”, apunta sobre esta misión que arranca en el templo, pero que fácilmente acaba en la plaza o en el bar, con visitas a enfermos y personas con “estrecheces”.