Pandemia

Manual sobre cómo no gestionar una crisis

Desde marzo, Sanidad toma sus decisiones en base a las predicciones de Simón, muchas de ellas fallidas. Ahora niega el impacto de la nueva cepa y rechaza confinar

El director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias (CCAES), Fernando Simón durante una rueda de prensa
El director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias (CCAES), Fernando Simón durante una rueda de prensaEUROPA PRESS/R.Rubio.POOLEuropa Press

Con más de 80.000 muertos reales por Covid, y 2,25 millones de ciudadanos y 106.248 sanitarios infectados desde marzo, España figura entre los países que peores cifras arrastran de todo el planeta en esta guerra sin cuartel contra la pandemia de coronavirus.

A lo largo de estos últimos diez meses la fiabilidad de los datos oficiales –que hablan por ejemplo sólo de 53.314 fallecimientos–, y de los diagnósticos sobre la evolución de la enfermedad ha sido ampliamente cuestionada desde numerosos sectores, e incluso ahora las comunidades, que son las que gestionan la asistencia sanitaria, critican abiertamente la estrategia de inhibición que ha adoptado el Ministerio de Sanidad para afrontar la tercera ola.

El aún titular de esta cartera, Salvador Illa, se resiste con insistencia a decretar el confinamiento domiciliario para todo el país que le piden de forma reiterada consejeros de Salud, expertos y médicos de todas las especialidades, después de que en el estallido de esta crisis de salud pública el Gobierno impusiera uno de los más duros del mundo con resultados más que cuestionables, a la vista de las estadísticas sobre la Covid-19 en nuestro país. Lo máximo que hará ahora será abrir la puerta a ampliar el horario de los toques de queda, pero «con cobertura legal».

Ila defiende con ardor –ayer volvió a hacerlo– la «cogobernanza» como un «éxito» de gestión en la lucha contra la Covid-19 durante la segunda ola, a pesar de que España ha transitado hasta la tercera con récord diario de casos diagnosticados –el viernes se contabilizaron más de 40.000–, las unidades de cuidados intensivos (UCIS) en los niveles de marzo y a punto de desbordar el pico alcanzado en noviembre –con 2.953 enfermos graves ingresados–, y la incidencia acumulada de infecciones en su nivel más alto de toda la pandemia (575 por cada 100.000 habitantes en el conjunto del país, con Extremadura superando incluso los 1.200).

Además del propio Illa, la cara sobre la que se concentra el malestar sanitario y ciudadano por la actuación y las contradicciones del Gobierno se concentra en el escudo mediático del ministro: Fernando Simón, el paradigma de cómo no ha de gestionarse una crisis de estas características y cuya dimisión o cese ya ha sido solicitada por los Consejos de Médicos y de Enfermería, así como por la Confederación Estatal de Sindicatos Médicos (CESM).

El director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias (CCAES) y asesor científico del Ejecutivo en lo que llevamos de pandemia ha vuelto a ser pasto de las críticas estos días por sus erráticas predicciones, después de que meses atrás, el 31 de enero de 2020, aventurara que España no iba a tener, «como mucho, más allá de algún caso diagnosticado». La realidad es que ya se encamina hacia los dos millones y medio, aunque hay muchos más que no han sido diagnosticados y, por tanto, no aparecen reflejados en las estadísticas oficiales.

Hace apenas unos días, el 11 de enero de este año que acaba de comenzar, el controvertido portavoz sanitario del Gobierno volvía a situarse en el diana de todas las críticas, al restar importancia al posible impacto de la nueva cepa británica que azota a todo el continente europeo en la eclosión de contagios que está sufriendo España, una tesis mantenida por el ministro ayer mismo de nuevo, que aseguró que apenas se han detectado cien casos imputables a esta mutación y unos cientos que se encuentran bajo sospecha, aún no confirmados.

Una «frivolidad» más

Simón también responsabilizó a los ciudadanos de los contagios que se están registrando por interactuar durante las navidades, sin que el Ministerio hiciera nada previamente para impedirlo. Este impacto «marginal» de la cepa británica del virus SARS-CoV-2 podría no serlo tanto. Expertos y firmantes de la crítica carta publicada en «The Lancet» en la que pedían una auditoría independiente de la gestión de la crisis, entre los que figuran José María Martín Moreno y Joan Carles March, han apuntado que incurrir en ese error es una «frivolidad» y que la variante podría estar más extendida de lo que se ha dicho desde instancias oficiales.

La frase de Simón es una perla más de las muchas que ha divulgado a lo largo de la crisis. El paso de los días ha terminado confirmando que muchas de sus predicciones, en las que se basa Sanidad para actuar contra la Covid, eran un error. También recientemente, el pasado 28 de diciembre, el director del CCAES aseguró que «podríamos estar claramente en una fase de estabilización de la tendencia». Desde entonces, los contagios no han parado de crecer. Días antes, también en diciembre, expuso su creencia de que el crecimiento de contagios iba a ser «relativamente lento». Los fallos a la hora de anticipar la tercera ola también se produjeron en olas las anteriores. Poco antes de que eclosionara del todo la segunda, el 15 de octubre, apuntó que «da la sensación de que podríamos estar en la fase de estabilización previa a un posible descenso».

El pico llegó unos quince días después y llevó a todas las autonomías a improvisar medidas de control por su cuenta ante la inhibición del Ministerio de Sanidad. Pese a la escalada de casos que ya se registraba entonces, el 10 de septiembre Simón aseguraba que «en los últimos días parece ser que hay una desaceleración y podríamos estar incluso ante una estabilización», y el 21 de septiembre, sostenía que, en su opinión, la segunda ola no iba a tener un impacto tan grande».

Los errores del portavoz científico fueron también una constante en verano y, sobre todo, en las fases previas a la explosión de la pandemia. El 27 de julio sostuvo que no creía que España estuviese en ese momento en una segunda ola ni que sufriera una transmisión descontrolada del virus. Justo entonces, los rebrotes empezaron a extenderse.

El 23 de febrero, aseguraba que España estaba teniendo un control claro de la situación: «No hay casos, no hay circulación del virus», afirmaba. El 1 de marzo, poco antes de que el Gobierno se viera en la obligación de declarar la alerta y declarar el estado de alarma, subrayaba que «podemos evitar prácticamente todos los contagios porque no hay circulación del virus». El 8-M, día de las concentraciones feministas, llegó incluso a apuntar que «no tenemos una situación en la que a nivel país se pueda pensar en una transmisión generalizada y descontrolada, ni muchísimo menos». El 17 de marzo, proclamó que «da la sensación de que se ralentiza un poquito», y el 22 hablaba de «una estabilización de nuevos casos». Ese mismo mes, los hospitales de todo el país empezaron a colapsarse, llegando a verse escenas dantescas, con centenares de enfermos en urgencias, plantas y UCIS.