Opinión
El fin de la mascarilla
Por fin, después de marearnos con sonrisas repletas de inconcreciones, Pedro Sánchez se ha dignado a revelarnos que el próximo día 26 dejaremos de llevar mascarilla en espacios exteriores. Nos alegramos de saberlo, cómo no, aunque aún nos queden ciertas dudas al respecto, por aquello de que el uso de mascarillas siempre estuvo rodeado de mentiras. Mejor no recordar esos días aciagos, de confinamiento rotundo, que pasamos sin ellas y en los que los sanitarios usaban la misma durante una semana, mientras nos aseguraban que “no eran necesarias”, y pensar que si se ha tomado esta determinación habrá sido con el aval de los expertos. En todo caso, convendría que también se nos dijera si se prevé que seguirán siendo obligatorias en los espacios cerrados después del verano e incluso hasta cuándo se presume que continuarán formando parte de nuestras vidas. Si lo saben, deben comunicárnoslo. Y no es un capricho. Es un derecho. La información de la que disponen nuestros políticos sobre asuntos que afectan a la salud ha de ser compartida de inmediato con los ciudadanos. Uno de los grandes y terribles males de esta pandemia ha sido, sin duda, la confusión. El no saber, el creer qué, las contradicciones permanentes de quienes se suponía que tenían que mostrarnos el camino. Es cierto que nadie estaba preparado para una pandemia tan nueva y distinta, pero si hubiera habido más honestidad y rigor por parte de los gobernantes la hubiéramos sobrellevado mejor. Ahora, por fin, nos quitan las mascarillas al aire libre, el día 26. Y nos fiamos. Solo queda saber si la elección de la fecha de su retirada tiene algo que ver con la concesión de los indultos. Ya saben: una noticia buena y una mala.
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