Así trabaja la gendarmería vaticana

El chaleco antibalas del Papa se llama Gianluca

Es su sombra dentro y fuera del Vaticano. Este comandante experto en ciberseguridad es el máximo responsable de evitar que un sobre como el interceptado esta semana en Milán llegue a Francisco

Gianluca Gauzzi junto a Francisco, durante una audiencia en la plaza de San Pedro del Vaticano
Gianluca Gauzzi junto a Francisco, durante una audiencia en la plaza de San Pedro del VaticanoAndrew MedichiniAgencia AP

Francisco irrumpe en la audiencia general. Unos hombres de negro le acompañan. El interés por captar una imagen, robar una mirada del Pontífice o conseguir una bendición personal hace que pocos se detengan en la comitiva de «ángeles de la guardia» que le acompaña. Una decena. Entre ellos, la sombra particular de Francisco cada vez que pone un pie en la calle, sea en el Vaticano o en República Centroafricana. Se llama Gianluca Gauzzi Broccoletti, tiene 47 años, está casado y es padre de dos hijos. Procedente de Gubbio, en la región italiana de Umbría, es ingeniero de Seguridad por La Sapienza de Roma. De hecho, antes de convertirse en el custodio particular del Papa en octubre de 2019 asumió la responsabilidad de diseñar y desarrollar toda la infraestructuras de ciberseguridad de la Santa Sede, hasta tal punto que fue el máximo responsable de evitar cualquier pirateo informático en los cónclaves de 2005 y 2013.

Como comandante del cuerpo de la Gendarmería del Vaticano y director de los Servicios de Seguridad y Protección Civil del Estado más pequeño del mundo, fue el primero de la casa en conocer de mano de los carabinieri la incautación el pasado lunes de tres balas en un sobre con sello francés y un destinatario directo: «El Papa. Ciudad del Vaticano. Piazza San Pietro en Roma». Por primera vez en este pontificado trasciende una amenaza directa de muerte a Francisco por vía postal. Junto a los proyectiles Flobert de calibre 9 milímetros, un mensaje alusivo al escándalo financiero sobre el juicio abierto en el Vaticano. Descubierta esta semana por los empleados de una oficina postal en una clasificación rutinaria, su autor sería un viejo conocido de la Policía italiana, pues ya habría enviado misivas anteriormente.

De la boca de Gianluca no se escapa una sola palabra más allá de las indicaciones a sus subordinados. Cero entrevistas. Ninguna declaración a los medios. La discreción es herramienta indispensable al frente de más de 200 profesionales que forman parte de este equipo de élite, especializado en investigación criminal y prevención antiterrorista, que cuenta con su propio departamento antisabotaje y grupo de intervención rápida.

Las fuerzas y cuerpos de seguridad del Vaticano están distribuidas en dos. Por un lado, los gendarmes de Gauzzi que desde 2008 es miembro de pleno derecho de la Interpol. Por otro, la Guardia Suiza, actualmente con algo más de un centenar de soldados. La Gendarmería cumple la función de policía judicial, tributaria, tráfico y protección civil, y, por tanto, los responsables de velar por la integridad de todo el que pisa el Estado Vaticano, así como de las tres basílicas papales repartidas por Roma y las zonas extraterritoriales. Pero, sobre todo, su principal encomienda pasa por la protección y defensa del Sumo Pontífice tanto dentro como fuera de los muros vaticanos. Eso sí, con una excepción, la Guardia Suiza, con una labor más institucional, protege al Papa en los palacios apostólicos o, en el caso de Francisco, en la residencia vaticana.

Junto a ellos, también entra en juego la Policía italiana. Y es que todavía permanecen vigentes los Pactos de Letrán de 1929, que en su artículo 3 establecen que la plaza de San Pedro, «aún formando parte de la Ciudad del Vaticano, continuará a abrirse normalmente al público, y estará sujeta a la vigilancia policial de las autoridades italianas, limitándose hasta los pies de la escalinata de la Basílica». Esto se traduce en que, cuando no está el Papa, queda bajo la jurisdicción de la policía italiana. Pero cuando el Santo Padre se hace presente, sea en una misa o en una audiencia, todo lo que ocurre dentro de la columnata de Bernini es competencia de la gendarmería.

En cualquier caso, lejos de suponer un conflicto de competencias, la relación es más que fluida. Y es ahí donde Gauzzi trabaja mano a mano en lo cotidiano con otro de los ángeles de la guarda del Papa, una mujer. Se trata de María Rosaria Maiorino, que desde 2015 es la jefa del Ispettorato, o lo que es lo mismo, el servicio vaticano de los carabinieri. A su cargo tiene a unos 150 agentes, un puesto ganado a pulso después de liderar durante varios años el departamento para la lucha contra el tráfico de drogas.

Así pues, gendarmes, guardias suizos y carabinieri configuran el auténtico chaleco antibalas de un Papa que no tiene miedo alguno a moverse a pecho descubierto, lo que sin duda supone un hándicap para su trabajo. Ya el atentado en la plaza a Juan Pablo II en 1981 a manos de Ali Agca Puso de manifiesto los riesgos que asume el pontífice en su deseo de estar cercano a la gente. Francisco es consciente de ello, pero no se ha achantado. Y eso que el 11-S y las constantes amenazas yihadistas posteriores supusieron un antes y un después en los controles de acceso al Vaticano que llevaría a cerrar la Via della Conciliazione al tráfico con bloques de cemento para el Jubileo de la Misericordia, para no volverse a abrir jamás.

A pesar de todo, el Papa argentino se niega a utilizar el papamóvil cerrado, especialmente en sus audiencias semanales, de la misma manera que ha manifestado su enfado por no poder tener contacto con los fieles a pesar de la obligada distancia social exigida por la pandemia. Francisco opta por caminar bendiciendo a la gente, con una valla como única medida de protección.

El Pontífice argentino tan solo admitió viajar en coche blindado en su reciente viaje a Irak el pasado mes de marzo. Jorge Mario Bergoglio era consciente de que su exposición le ponía en peligro a él, a la comitiva y a los peregrinos que se acercaran a saludarle al presentarse como un blanco fácil de posibles ataques terroristas. También se redujo a la mínima expresión el aforo en Erbil, la única misa multitudinaria donde se concentraron 30.000 personas, aunando las restricciones pandémicas y la seguridad. «Tal vez soy imprudente –expone el Obispo de Roma–, pero debo decir que no tengo ningún temor por mí, aunque siempre estoy preocupado por la seguridad de los que viajan conmigo».

Benedicto XVI lo padeció en primera persona cuando una mujer con problemas mentales se abalanzó sobre él durante la procesión de entrada de la Misa del Gallo de 2009 en la basílica de San Pedro. Aunque el Papa alemán cayó, no sufrió daño alguno, si bien el ya fallecido cardenal Rober Etchegaray, que estaba a su lado, se fracturó una pierna.

«Yo no puedo saludar a un pueblo y decirle que lo quiero dentro de una lata de sardinas, aunque sea de cristal», apunta Francisco, contemplando con humor un posible destino fatal: «Es verdad que algo puede pasarme, pero seamos realistas, a mi edad no tengo mucho que perder».